Calamidades

El empleo informal: una amenaza aún mayor que el coronavirus

2020-07-03

Ante este panorama, muchos países decidieron preparase para lo peor decretando cuarentenas...

Por RAFAEL MOYANO | El País

La segunda semana de marzo, Latinoamérica miraba con incredulidad lo que estaba pasando en Europa. Las imágenes de los cortejos fúnebres interminables en Lombardía, los ejércitos desinfectando las calles, los pacientes en estado crítico en los hospitales. Si eso estaba ocurriendo en países que cuentan con sistemas estatales de salud y de protección social, ¿Qué podría llegar a ocurrir en América Latina si el virus golpeara de la misma forma?

Ante este panorama, muchos países decidieron preparase para lo peor decretando cuarentenas obligatorias como en Chile, Perú o Argentina. Colombia también tomó medidas, preparando a la población para una situación de emergencia y confinamiento. Todo ello cuando en algunos de estos países ni siquiera había casos confirmados.

Las primeras semanas muchos países lograron mantener el virus a raya con un crecimiento muy lento y sostenido de los casos y con apenas fallecidos. Pasaban los días y algunos Gobiernos empezaban a creer que lo estaban logrando y que los peores pronósticos no se estaban cumpliendo.

Con los países cerrados por dentro y por fuera, la situación epidemiológica parecía controlada, pero después de algunas semanas una realidad escondida e incómoda empezó a aflorar: millones de hogares en América Latina dependen de ingresos diarios y si no trabajan, no comen.

Las cifras de informalidad laboral en Latinoamérica son escalofriantes. En Perú, el 70% de los hogares dependen de ingresos informales; en Colombia, el 48%; en Brasil, el 41%; Argentina tiene un 50%, y en México más de 30 millones de hogares se sustentan por los ingresos diarios. En Chile, que tiene la tasa más baja, el empleo no regulado representa el 30% de la ocupación laboral.

Con este panorama, las medidas de prevención y confinamiento fueron un muro muy efímero de contención, e impulsadas por la necesidad, muchas personas se vieron obligadas a salir a la calle e intentar trabajar. Días después, los resultados están a la vista: América Latina superó a Europa en número de casos positivos hace ya algunas semanas y los contagios siguen disparados.

Pero la informalidad laboral no solo se traduce en la falta de ingresos diarios para cubrir las necesidades básicas. Sin empleo regulado no hay protección social, ni salud, ni pensiones. La capacidad recaudatoria e impositiva de los países es muy baja, lo que limita mucho la implementación de políticas públicas y el libre mercado cabalga desbocado, ampliando cada día más la brecha social y las desigualdades.

Un día cualquiera, antes de la pandemia, las calles del centro de Buenos Aires, Bogotá, Santiago o Lima estaban abarrotadas de vendedores, puestos de comida y de todo tipo de artículos, conformando una realidad cotidiana, que casi era parte del paisaje pintoresco de estas bellísimas ciudades. Hoy, algunas de estas personas se reinventan, venden mascarillas, guantes, o gel hidroalcohólico, venden a domicilio, pero los clientes escasean.

Pocas veces nos paramos a pensar lo duro que es levantarse antes de que amanezca para conseguir al por mayor los productos y comenzar el día sin saber si se venderá todo, o algo, o nada, y que, con ese dinero, hay que regresar a casa y hacer frente a los gastos de cada día.

Ese equilibrio frágil, ese suelo de cristal que un simple día de lluvia agrietaba, ha sido completamente pulverizado por el coronavirus y la emergencia sanitaria.

Para hacer frente a los efectos devastadores que esta crisis está provocando en millones de hogares, muchos Gobiernos están llevando a cabo campañas de reparto de alimentos y productos básicos. Además, varios países, han ampliado su capacidad de gasto público para hacer frente a la pandemia adquiriendo material sanitario, equipando hospitales o medicalizando residencias y hoteles. Lo esencial hoy es salvar vidas y evitar que la población pase hambre.

Los Gobiernos en América Latina se enfrentarán en los próximos meses o años a un desafío que no estaba previsto y deberán levantar de nuevo su economía y su tejido social.

Lo tentador puede ser querer reconstruir apostando de nuevo por la informalidad y el “sálvese quien pueda” confiando ciegamente en que, en algún momento, las economías puedan de nuevo aflorar y volver al punto de partida.

Pero también hay un camino, mucho más ambicioso, que pasa por políticas que apuesten por la creación de empleo, por la regulación, por la garantía de la protección social. Pasa por construir un modelo cuya capacidad recaudatoria sea mayor y permita invertir en un futuro sostenible en un continente que, a pesar de su incalculable riqueza, es el más desigual del planeta.



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