Internacional - Política

Mesa y Añez deben pactar para evitar que el MAS de Evo Morales regrese al poder

2020-07-17

Después de haber sido pospuestas las elecciones dos veces ya este año debido a la...

Por Raúl Peñaranda U. | The New York Times

LA PAZ — El periodista boliviano Juan Carlos Salazar suele decir en reuniones de colegas que todos los políticos opositores son defensores de la libertad de expresión y de la democracia, pero que una vez llegan al gobierno lo olvidan y hacen lo contrario de lo que pregonaban. Eso se cumple con varios de los actuales funcionarios bolivianos del gobierno interino de Jeanine Añez.

En los últimos meses ha habido detenciones injustificadas de exautoridades, manipulación judicial e intentos de censura de las redes sociales. Importantes autoridades, como los ministros de Gobierno, Arturo Murillo, y de Defensa, Fernando López, han adoptado un tono tan beligerante como el que durante años usaron representantes del gobierno autoritario de Evo Morales, hoy refugiado en Argentina.

Pese a haber sido algunas de las actuales autoridades perseguidas u hostigadas durante los mandatos de Morales, ahora repiten las mismas faltas que antes criticaron. Pero a menos de dos meses para las elecciones presidenciales del 6 de septiembre y en medio de una grave crisis de salud a causa de la pandemia del coronavirus, estas expresiones reaccionarias son una buena noticia para el expresidente Morales.

Cuando el exmandatario huyó del país una vez que fue forzado a renunciar en noviembre en medio de multitudinarias manifestaciones opositoras repartidas en todo el país, su prestigio y popularidad quedaron por los suelos. El Movimiento al Socialismo (MAS), su partido, estaba dividido, al punto de que registró una revuelta interna contra los líderes que él había respaldado. Estando Morales en el exterior, la bancada del MAS pactó con la presidenta interina para anular las elecciones, llamar a nuevos comicios sin permitirle estar en la papeleta y elegir por consenso a los nuevos miembros del organismo electoral.

Pero en el trayecto, Añez y su gobierno han cometido una seguidilla de errores. Añez decidió presentarse como candidata después de negar que lo haría, no valoró las concesiones del ala moderada del MAS y ha tratado de demoler el legado de Morales con un discurso militarista. Todo esto terminó por fortalecer al exmandatario. El MAS se encuentra hoy unido en torno a él, mientras Luis Arce, su candidato presidencial y exministro de Economía, empezó a subir en las encuestas.

Después de haber sido pospuestas las elecciones dos veces ya este año debido a la pandemia, el país avanza hacia una situación similar a la ocurrida en la campaña electoral de 2019. Arce marcha primero, escoltado por el expresidente Carlos Mesa (Añez, afectada por la crisis sanitaria y escándalos de corrupción, está tercera). Arce podría incluso ganar en primera vuelta si logra 40 por ciento de apoyo y 10 puntos de diferencia con el segundo. Si Mesa no logra ocupar un claro segundo lugar, eso es posible y por ello necesita algún tipo de acuerdo con Añez. Se cree que si pasa a una segunda vuelta vencería los comicios en esa fase.

El gobierno de Añez enfrenta enormes obstáculos, como lidiar con un sistema de salud colapsado, además de su incapacidad de gestión, que se refleja en constantes destituciones de ministros y otras autoridades, y la proclividad a la estridencia. Las dificultades institucionales se ven agravadas porque tanto Añez como la presidenta del Senado, Eva Copa (del MAS), están en autoaislamiento debido a que ambas dieron positivo en exámenes de coronavirus. El gabinete también está diezmado, con varios ministros de baja por la enfermedad.

Todo eso hace que para los opositores a Morales ahora sea más difícil mantener en la agenda los grandes temas que mancharon su gestión, como graves hechos de corrupción, construcción de increíbles y millonarios “elefantes blancos”, en los que se erogaron más de 2500 millones de dólares, serias violaciones a los derechos humanos y su célebre megalomanía.

Solo dos ejemplos para ilustrar este último punto: Morales hizo construir un nuevo palacio de gobierno, de 26 plantas, que incluía una suite de 1068 metros cuadrados y una sala de embarque de dimensiones similares para un helipuerto. Antes había mandado a edificar un museo para enaltecer su imagen, que contiene, entre otras cosas, decenas de camisetas de fútbol y las zapatillas deportivas con las que metió algún gol. El Estado gastó alrededor de 50 millones de dólares solo en estas dos obras. Mientras tanto, la salud fue abandonada, pese al auge económico que el país vivió en la década pasada, lo que se traduce hoy en severas dificultades para enfrentar la crisis sanitaria provocada por la propagación del coronavirus.

Con la nueva situación, las masivas manifestaciones que lograron la caída de Morales y su posterior fuga están perdiendo paulatinamente su heroica aureola. Y hasta el fraude cometido en los comicios del año pasado, y que desencadenó la revuelta, se pone ahora en duda. Lo cierto es que, de no haber sido por las protestas callejeras, Morales no hubiera dejado nunca el poder, al estilo de sus amigos Daniel Ortega y Nicolás Maduro. Contra lo que señala sus acciones pasadas, plagadas de arbitrariedades, se está convirtiendo lentamente en una víctima. No lo merece.

Tras un año de transición incierta, crisis sanitaria y recesión económica, Bolivia requiere recuperar la normalidad política, que en parte se logrará con un gobierno elegido en las urnas y que pueda enfrentar los grandes desafíos que se configuran para el corto y mediano plazos con mayor legitimidad que la de la actual gestión.

Tal vez porque sabe que no está en su mejor momento, recientemente el gobierno ha hecho conocer su interés en llegar a un acuerdo con Mesa para fortalecer las posibilidades electorales del sector opuesto al MAS. Aunque los avances sobre esa posibilidad no son todavía de conocimiento público, sería lo mejor que le podría pasar al país, en aras de que no retorne al poder el autoritarismo del partido de Morales.



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