Editorial

Los datos detrás del apoyo a López Obrador

2020-07-20

Probablemente porque anticipan, como efectivamente ha venido sucediendo, que son las que más...

Jorge Galindo, Javier Lafuente

La omnipresencia de Andrés Manuel López Obrador provoca que muy pocos asuntos de la actualidad mexicana se terminen de digerir. El mandatario ha hecho de sus conferencias matutinas, las mañaneras, su vehículo de comunicación, el lugar donde coloca un tema en la agenda, o donde lo evita poniendo otro; el espacio donde, generalmente, confronta con sus adversarios o escenifica una tregua, como esta pasada semana con los gobernadores de Jalisco o Guanajuato, zonas rojas del México homicida.

López Obrador teledirige sus mensajes, con o sin razones; con más o menos argumentos, a sabiendas de que en la batalla comunicacional lleva un trecho de ventaja. Al menos hasta ahora, el mandatario aún goza de un amplio respaldo en la población. Pocos dirigentes han mostrado un profundo conocimiento de su país como el que él enaborla, que le llevó a la rotunda victoria de hace dos años. Después de 18 meses de gobierno, va definiendo su forma de gobernar. La incógnita sobre si iba a mantener el pragmatismo que entonces le aupó a la victoria parece disiparse con el paso de las semanas, más enfrascado como está en la confrontación, salvo en la visita a Donald Trump.

Por qué un dirigente tan confrontativo tiene un amplio respaldo en la población dos años después de su triunfo electoral es una pregunta que se ha repetido en las últimas semanas en México; más allá de que haya caído en comparación a la que tenía hace un año, lo cierto es que el respaldo sigue siendo significativo, más si se compara con otro dirigentes de primer orden mundial y latinoamericanos. “Primero, los pobres”, fue uno de los lemas de campaña y ha seguido siendo un mantra ya desde Palacio Nacional. Sin embargo, la práctica no termina de casar con la teoría. Más allá de para quién dice gobernar López Obrador, quedan por resolver algunas cuestiones: ¿para quién lo hace? ¿quién lo apoya?

El magnetismo que aún mantiene el mandatario debe entenderse bajo la óptica de las necesidades materiales, encerrando una doble paradoja que atraviesa toda su política económica: la aprobación explícita de los sectores populares se acompaña, por un lado, de la implícita de los segmentos más poderosos; por otro, de una falta contundente de resultados o indicadores sólidos de que dicha aprobación esté respaldada en los hechos. La línea de proteccionismo nacionalista, que lleva mejor los apellidos “austero” e “industrialista” que “redistributivo”, encaja a la perfección con este patrón de aprobación: una política realizada desde los pobres, pensada para los ricos, y vestida con los colores de la tricolor mexicana.

La encuesta realizada por SIMO Consulting para EL PAÍS con motivo de los dos años de su victoria electoral, dibuja un abanico que abarca un apoyo que va desde el 53% que mantiene una visión positiva de la gestión del presidente al 68% que aprueba “mucho” o “algo” su gestión. La aprobación llegó a ser del 80%, según la media de encuestas que mantiene el portal demoscópico Oraculus. La progresiva erosión, en cualquier caso, ha encontrado en más de la mitad de los mexicanos.

El núcleo material de AMLO

La aprobación del presidente se relaciona inversamente con el grado de bienestar económico y social (aproximado por satisfacción de necesidades de espacio, salud e higiene, comodidad, conectividad, etcétera). Es también sensiblemente mayor entre personas en edad de trabajar, y que se desempeñan como independientes. Marginalmente, los hombres también confían más en López Obrador.

Estas cifras se vuelven más significativas si cabe cuando comprobamos que coinciden con la percepción de mejora en la economía de los hogares: es sustancialmente mayor para los estratos populares, los hombres, personas empleadas y de 26 a 45 años. Parece que un centro de gravedad para López Obrador está en los bolsillos de estos segmentos de la sociedad.

Los datos duros se alinean con los de percepción solo en parte. Las estimaciones de la CEPAL indicarían que la pobreza viene descendiendo desde 2016, aunque poco. Es cierto que estos cambios son lentos por su propia naturaleza: para que un hogar salga de la pobreza requiere de cambios notables y estables en su patrón de ingresos, pero la barrera estructural de México parece lejos de derribarse.

Aún más: las perspectivas de la propia CEPAL sobre 2020 son bastante oscuras: la crisis epidémica alberga el potencial de destruir décadas de avance (insistimos: agonizante en su lentitud para muchos hogares) en tan solo unos meses.

Mientras se confirman, desmienten o ajustan estas sombrías predicciones, López Obrador sigue con su plan económico que, en realidad, no descansa únicamente en las clases populares.

La aprobación implícita del capital

En la posición nacional-proteccionista de López Obrador duerme una tensión intrínseca: la de gobernar “para el pueblo” pero sin darle la espalda por completo a la élite. “Tropical”, la ha llegado a denominar la analista Viridiana Ríos en un artículo en este periódico en el que anticipaba la evolución de la red del poder desde ciertos equilibrios proteccionistas implícitos hacia otros no necesariamente distintos en su lógica.

Las políticas estrella de la actual Administración son una pieza clave en el engranaje: la refinería de Dos Bocas, el aeropuerto de Santa Lucía en Ciudad de México, y el Tren Maya son los focos de atención y esfuerzo en política económica. En contraste, apenas se incrementa la inversión en las principales partidas redistributivas, mientras la retórica de austeridad flota en cada intervención económica de López Obrador o de sus secretarios. Quitando el reseñable aumento en protección social, resulta particularmente escuálida la evolución en los mecanismos que más podrían dotar de universalidad al Estado mexicano: salud (cuya fragmentación le está pasando una gran factura a los segmentos más vulnerables de la población mexicana) y educación.

Hacia abajo, estos grandes proyectos de infraestructura se venden como mecanismo de crecimiento inclusivo. Algo que conecta bien con su lógica desarrollista basada en el impulso de la industria nacional, y que explica el pragmatismo que definió el tono de la reunión con Donald Trump: la política energética era algo que flotaba en todas las palabras amables que se cruzaron en la reunión.

Lo interesante es que los mismos estratos que le mantienen la aprobación alta a López Obrador le niegan el reconocimiento por dichos proyectos. En cualquier caso, una minoría de los mexicanos están de acuerdo con dedicar recursos públicos a las infraestructuras en lugar de a otro objetivo. Pero el apoyo es menor a medida que bajamos en la escala socioeconómica.

Resulta, además, que son estos mismos grupos los que miran al futuro con ojos más esperanzadores. El contraste con la mirada hacia atrás es fundamental: el patrón era, recordemos, exactamente el contrario.

Es muy posible que la pandemia y sus consecuencias, que ya llevan meses sintiéndose en los hogares mexicanos más pobres, tenga bastante que ver con este contraste. Ahora bien, ello no implica que, como se ha sugerido desde instancias gubernamentales en más de una ocasión, los deseos de reapertura estén más presentes entre los sectores populares. Al contrario, la priorización epidemiológica (“evitar el contagio” antes que “la recuperación económica”) es marginalmente más frecuente entre las personas que más tendrían que perder con ella.

Probablemente porque anticipan, como efectivamente ha venido sucediendo, que son las que más tienen que perder también en una lucha contra el virus. Esta es la pieza que sigue faltando en el gran proyecto nacional que López Obrador trata de atar al “pueblo” en sentido amplio: mecanismos de protección más simétricos que alineen a la élite del capital nacional con trabajadores en algo más que en una perspectiva atada a infraestructuras específicas.

Sin embargo, los datos de apoyo diferencial son innegables. Y quienquiera confrontar a López Obrador, a Morena o a su proyecto de país en los meses y años que vendrán deberá empezar por escuchar las demandas de estos segmentos que siguen manteniendo al presidente por encima de la línea que le llevó al poder el 1 de julio de 2018.



JMRS