Deportes

Djokovic, siempre al límite

2020-09-07

Iba el serbio (33 años) como un tiro, pero terminó pasándose de frenada y...

Por ALEJANDRO CIRIZA | El País

Madrid - 07 SEP 2020 - 11:27 CDT En medio de todo el remolino, el francés Patrick Mouratoglou, preparador de Serena Williams y al que le gusta estar en todas las salsas, ofreció la síntesis perfecta de lo que le ha ocurrido a Novak Djokovic, descalificado en los octavos del US Open por ese pelotazo accidental a una juez de línea que sigue dando la vuelta al mundo y mellando su prestigio: “Creo que Novak tenía demasiadas cosas en su plato”.

Se refería el técnico a esa capacidad expansiva del número uno, tan elástico y versátil dentro como fuera de las pistas. No es Nole una figura a la que le guste estar en la sombra, sino más bien una estrella intervencionista a la que le cuesta estar quieto, que lo mismo hace donaciones en secreto, que toca el piano o pelotea sobre las alas de un avión o mastica la hierba de Wimbledon, o que pone patas arriba su deporte con una acción tan aparentemente liviana como esa bola a destiempo. En un par de centímetros puede estar la diferencia.

Lo quiere todo Djokovic, tipo afable y cercano en las distancias cortas, padre de familia y con el crudo pasado de la guerra balcánica a sus espaldas. Quiere ser bueno, quiere ser el mejor, quiere ser el líder. Un Robin Hood para sus compañeros. Y quiere el cariño que, por una u otra razón, se le niega y se le concede a los otros dos acompañantes en el histórico baile por ser el más grande de todos los tiempos, Roger Federer y Rafael Nadal.

Antes de todos los avatares, este 2020 se presentaba como un curso estratégico para el gran pulso y el de Belgrado puso la directa desde enero. Triunfó en Australia, se paseó por Dubái y después de estar encerrado en Marbella durante el confinamiento, con su familia, puso rumbo a la burbuja de Nueva York, donde se adjudicó el torneo de Cincinnati (disputado allí por las circunstancias) y todo iba a las mil maravillas, hasta que esa vena traicionera le jugó otra mala pasada.

“El US Open era un gran objetivo”, recuerda Mouratoglou en Twitter; “Impulsó la asociación [PTPA] y una campaña para que los jugadores formen parte de ella. Y todo eso supone un trabajo a tiempo completo y un estrés adicional. Nadie puede permitirse perder la concentración durante un Grand Slam”.

Iba el serbio (33 años) como un tiro, pero terminó pasándose de frenada y cerrando un trimestre en el que por esa hiperactividad tan suya ha estado continuamente en el disparadero. Heterodoxo en cuanto algunas formas de interpretar la vida, primero se embarró en una de las múltiples charlas en directo que mantuvo con todo tipo de personalidades durante el confinamiento. En una de ellas, con otros deportistas de su país, expresó: “Personalmente, me opongo a la vacunación y no quisiera que alguien me obligue a vacunarse para poder viajar”. Le llovieron las críticas, que le recordaban su poder de influencia como deportista de primera fila mundial.

Posteriormente fue noticia por entrenarse cuándo y dónde no debía, pese al permiso del Club de Tenis Puente Romano, porque al igual que otros tenistas no interpretó correctamente la normativa en España. Inocentemente se grabó, lo publicó en las redes y luego pidió disculpas. Peccata minuta, en comparación con lo que iba suceder más tarde. En su intento por ayudar a otros jugadores modestos que no percibían ingresos mientras el circuito estuvo detenido, Nole montó una gira (Adria Tour) en tierras balcánicas que se le terminó yendo completamente de las manos.

En contraste con otros proyectos que se idearon para tratar de relanzar el tenis, Djokovic planteó un torneo con varias sedes en el que se llegó a ver a 4,000 personas concentradas en la pista, sin respetar la distancia social recomendada ni mascarillas; de acuerdo con el protocolo de Serbia en ese momento, pero seguramente inoportuno y arriesgado, como se demostró cuando fueron saltando los positivos uno tras otro, empezando por el de Grigor Dimitrov y el baloncestista Nikola Jokic, con el que compartió actos.

Por si fuera poco, trascendieron varios vídeos en el que él y sus compañeros de gira bailoteaban descamisados en una discoteca de Belgrado, abrazándose sin reparos. Lógicamente, Djokovic y los miembros de su familia (Jelena y sus dos hijos, Stefan y Tara) dieron positivo en la prueba de la covid-19. “Lo siento mucho, lo hice desde lo más profundo de mi corazón”, lamentó. “Nuestro torneo significaba una forma de unir y compartir nuestro mensaje de solidaridad a través de cada país de nuestra región”, alegó el número uno, al que no le desagrada bordear las líneas rojas.

Finalmente, llegó el desembarco en Nueva York. Y allí, de entrada, una foto junto a otros cincuenta tenistas que dejó estupefactos a los responsables de la ATP. “No es un sindicato, ni estamos planteando un boicot o un camino paralelo”, se defendió cuando anunció la creación de la Professional Tennis Players Association (PTPA). Un grupo, dice, cuyo objetivo es defender los derechos de los tenistas y ganar poder en la mesa de negociación, sabiendo que en el fondo no deja de ser un pulso en toda regla al organismo que gobierna el circuito masculino desde hace 30 años y a los cuatro grandes torneos. Un salto sin red.

Como colofón, la tensión en el duelo de los octavos con Pablo Carreño le hizo lanzar ese pelotazo y el resto ya se sabe: descalificación, una mancha histórica, más disculpas (“me siento triste y vacío”), 10,000 dólares de castigo por “conducta antideportiva” y otra vez, de nuevo, Nole en el ojo del huracán.



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