¡Basta ya!

Las mañaneras de López Obrador

2020-09-21

Fue entonces que cultivó el “choteo”, la burla hiriente y venenosa al hablar de...

María Lourdes Pallais, El País

Aquella mañana del 3 de diciembre de 2018, el presidente Andrés Manuel López Obrador inició una tendencia retórica. Quienes esperaban una conferencia de prensa “a la antigüita”, aquella les tuvo que haber al menos sorprendido. Algunos ya lo conocían como jefe de Gobierno de la Ciudad de México, y sabían que de convencional no tenía nada. Pero ese día, a pesar de su intento de sonar “presidenciable”, de prometer un “diálogo circular” con la prensa, de contestar preguntas con información puntual, su tono irónico y sarcástico al referirse a Los Pinos anunció un estilo que mantiene hasta hoy, casi dos años después.

Fue entonces que cultivó el “choteo”, la burla hiriente y venenosa al hablar de sus adversarios, los “conservadores” neoliberales. Desde entonces, no ha dejado de utilizar expresiones populares a sabiendas que lo acercan a su base social, la única que le interesa. “No tienen llenadera”, dice al referirse a los funcionarios corruptos. “¡Ya chole!”, para indicar que ya “el pueblo” no quiere mas corrupción. “¿Quién pompó?”, al cuestionar quién financia las costosas producciones de Carlos Loret y Brozo en el sitio Latinus. Y “Me canso, ganso”, la célebre expresión de Tin Tan que comunica su convicción en sí mismo.

Ese tono es hoy parte de su estilo de gobernar desde el conflicto en “las mañaneras”, un poderoso instrumento de comunicación que le ha resultado de enorme utilidad para colocar sus temas en el debate público.

Cada mañana, AMLO es el vocero de su Gobierno. Él modera el debate. Marca la agenda, sin intermediarios. Sus “otros datos” son los correctos. Los de sus adversarios están sesgados porque están enojados y “el que se enoja, pierde”. Y todo lo dice a sabiendas de que él —el eterno luchador social — es finalmente presidente porque la gente así lo decidió en las urnas.

Pero no es un Jefe de Estado ni un dictador como los del pasado. Se equivocan quienes lo comparan con éste o aquél. Su estilo es único, bueno o malo, guste o no. AMLO ha roto todos los moldes. El único precedente de AMLO es AMLO.

La “mañanera” es su oportunidad para crear una comunicación directa con su público; de ahí que la composición de periodistas que acuden sea variopinta. Hay profesionales de medios “convencionales” (con algunas excepciones, la mayoría se queda lejos de hacer su chamba) y amateurs (que suelen ser “periodistas de causa”), pero mas allá de ellos, el nivel de audiencia que logra a través de las redes sociales le permite tener su propio medio de comunicación. El es la agencia informativa del Gobierno y del Estado (¿Notimex? ¿Para qué servía eso?).

Sus conferencias son una herramienta de gobierno con la que rompió con gran parte de las tradiciones de sus antecesores. No hay tarjetas informativas, mucho menos teleprónter. Nadie le escribe sus discursos. Improvisa, a veces se equivoca y pide apoyo a su vocero, listo para darle el detalle. AMLO es políticamente incorrecto y así gobierna. Alienta la polarización. Apuesta a que quienes no compartan su visión anticorrupción, “el pueblo” los ubique como adversarios. Insta a comer sano, a hacer ejercicios, a no ser materialista, a buscar la espiritualidad.

No todo es miel sobre hojuelas. Su actuar, a veces, tiene un sello priista. Se cuida de moverse dentro de lo legal, aunque camina peligrosamente sobre el filo de la ley cuando descalifica a exfuncionarios, expresidentes, jueces o personajes perseguidos, al opinar sobre los casos judiciales y vulnerar el debido proceso. Comunica los detalles del vídeo de Emilio Lozoya, pero no el de su hermano Pío. Es amigable con los periodistas que apoyan a la 4T y hasta les regala un cargo diplomático en el exterior si tienen suerte. Halaga a su equipo de seguridad (poco visible en general) cuando le conviene.

No limita la libertad de expresión en sentido estricto, pero critica con rabia a los diarios que no lo apoyan; a uno incluso lo ha llamado “pasquín inmundo”. Pero nunca impedirá, como hizo Richard Nixon en su momento con el Washington Post, que un reportero de los medios que lo critican acuda a Palacio Nacional. Eso sí: todas las mañanas deja claro que está en pie de guerra. Que sigue luchando por conquistar todo el poder, no para reelegirse en lo personal, pero sí para dejar un legado  a la Benito Juárez, su héroe.

Se supone que la “mañanera” empiece después de una reunión con su equipo durante una hora. Pero recientemente parece que sus colaboradores optaron por no informarle de la agresión a las mujeres en el Edomex la noche anterior o no les dio tiempo porque —lo siento, señoras— no es su prioridad. ¿La pandemia? Sí, es una tragedia, pero su Gobierno la tiene dominada, ya pasará, para eso están los expertos, como su superstar Hugo López Gatell (quien incluso a veces compite con su jefe como profesor de la historia de México). Pero la guía temática del presidente siempre es una: la lucha contra la corrupción.

Su objetivo es desfondar el régimen de corrupción por encima de todo: crecimiento económico, política industrial, inseguridad, narcotráfico, equidad de género, derechos humanos y desigualdad social. Todo se subordina al origen de todos los males de México que para él es la corrupción, y al exterminarla, sostiene, los otros obstáculos se resolverán.

La respuesta a la pregunta que preocupa al Instituto Nacional Electoral y mantiene al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación en una suerte de suspenso: ¿son las “mañaneras” propaganda?, resbala en terreno turbio.

En opinión del clásico Propaganda & Persuasion de Jowett y O’Donnell (2015), la propaganda es “la intención sistemática y deliberada de configurar percepciones, manipular formas de pensar y dirigir la conducta para conseguir una respuesta que promueva el efecto buscado”. Según Aneek Chaterjee, en International Relations Today. Concepts and Applications (2010): "Es una tentativa sistemática por influir en las mentes y en las emociones de los miembros de un grupo determinado para fines específicos. En su forma más simple, “significa diseminar o promover ideas”. Para Brian McNair en An introduction to Political Communication (2011), la comunicación política “es una forma discursiva practicada por una figura de autoridad con el fin de lograr propósitos específicos”. El académico de la UNAM Daniel González Marin opina que “si AMLO en sus largas horas ante medios emite discursos que buscan influir en sus escuchas para buscar consentimiento, sin duda es propaganda”.

La “mañanera” es entonces un híbrido: ofrece información de políticas de Gobierno, pero su retórica busca convencer de que el régimen anterior fue corrupto, y que su prioridad es exterminarlo.



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