Sin Vergüenza

Los trucos sucios de Trump

2020-09-28

El problema para los demócratas estadounidenses, y los del resto del mundo, es que todas...

Mark Leonard, El País

A medida que se acerca noviembre, me siento cada vez más nervioso acerca de las próximas presidenciales en EE UU. Mientras mis amigos estadounidenses bromean sobre la delantera que hoy lleva Joe Biden a Donald Trump en las encuestas, sustentándose en la firme creencia de la capacidad de autorrenovación de la democracia de su país, siento preocupación como ciudadano británico y director de un centro de estudios. Como británico, recuerdo haber visto una delantera de 20 puntos en las encuestas por la opción Remain (Quedarse) en el referendo del Brexit antes de que triunfara el Leave (Salir) en el referendo de hace cuatro años. Y, como director de un centro de estudios, colaboro estrechamente con académicos que investigan las maneras en que los líderes autoritarios manipulan los sistemas democráticos para mantenerse en el poder, como ha ocurrido en Turquía, Rusia, Hungría y Polonia. De hecho, suele parecer como si Trump estudiara más en detalle que nadie la táctica de otros aspirantes a hombres fuertes. Basándome en conversaciones recientes que he tenido con expertos en estos países, he compilado el siguiente catálogo de trucos sucios a los que Trump parece estar recurriendo.

El primero es la demonización de la historia. Los líderes populistas promueven sus plataformas políticas mediante la polarización y la división social. No les importa alejar e insultar a algunos votantes si con ello energizan a su propia base. Al mostrarse como los campeones de la grandeza nacional, quieren determinar quién cuenta como ciudadano auténtico y quién no. Esta práctica inevitablemente trae la historia al primer plano. Sea al ruso Vladímir Putin invocando la victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial, el turco Recep Tayyip Erdogan recurriendo al Imperio Otomano, el húngaro Viktor Orbán obsesionándose con el Tratado de Trianon, o el británico Boris Johnson añorando la Pax Britannica, cada líder ha tomado partido en una narrativa histórica altamente divisiva. Otro enfoque relacionado se podría llamar la política de la posverdad. Estos líderes prefieren comunicarse directamente con los votantes mediante vídeos de propaganda y las redes sociales, ya que así pueden evitar hechos inconvenientes que los expertos puedan plantear. En este ecosistema mediático, la comprobación de hechos no tiene mucha demanda, ya que la gente que tiene que conocerla no está dispuesta a escuchar, o se niega a creer cualquier cosa que digan los medios “liberales”. En muchas democracias, las noticias falsas son hoy más comunes en el nivel local, donde los operadores políticos han llenado el vacío dejado por el declive de las administraciones tradicionales de las ciudades y regiones.

Una tercera táctica es enfrentarse a su propio Gobierno. Se dice que el término “estado profundo” se originó en Turquía en los años noventa, pero hoy figura de manera prominente en los discursos de Trump, Orbán, Erdogan, Johnson y el gobernante polaco de facto Jaroslav Kaczynski. Al culpar a personajes sin rostro y sospechosas camarillas que operan en las sombras, todos estos líderes tienen una excusa lista para cualquiera de sus fallos. Un cuarto elemento es la supresión de votos. Como los constantes intentos de Erdogan de desempoderar a los votantes kurdos, Trump y el Partido Republicano están desesperados por privar del derecho a voto a los afroamericanos. Para un potencial hombre fuerte que ya está en el poder, la necesidad de inclinar las bazas electorales abre la puerta a todo tipo de ataques a los procesos democráticos.

Así, antes de las elecciones de Polonia, el gobernante Partido por la Ley y la Justicia (PiS) intentó limitar los votos por correo, transfiriendo en la práctica el control de las elecciones desde la independiente Comisión Electoral Nacional al servicio postal, controlado por el PiS. Si bien este plan acabó encontrando resistencias, mostró que hay incontables maneras para que los autoritarios interfieran o subviertan el proceso. No es de sorprender que el voto por correo y la politización del Servicio Postal de EE UU también se hayan vuelto temas relevantes en EE UU. Otro artificio relacionado es la “tecnología política”, término para los trucos sucios relacionados comúnmente con la política postsoviética, entre ellos el respaldo encubierto por parte de Rusia a candidatos de terceros partidos como Jill Stein en las elecciones presidenciales de 2016; el Kompromat, o material comprometedor (un ejemplo es la búsqueda de información perjudicial para Biden en Ucrania); y sencillamente declarar la victoria antes del recuento final. En el caso de Estados Unidos, si Trump declara la victoria antes de que hayan llegado todos los votos por correo postal, las legislaturas controladas por los republicanos en Estados clave podrían poner fin al recuento de manera temprana para asegurar ese resultado.

Si un gobernante autoritario en el poder lo desea, también puede incurrir en varias formas de “guerrilla legal”, utilizando las fuerzas policiales o tribunales obedientes para facilitar la manipulación de distritos electorales (conocida como gerrymandering), la supresión del voto, encubrimientos y otras violaciones al proceso democrático. En este respecto, una de las mayores ventajas es la capacidad de controlar el momento justo de los eventos o divulgar información que sea perjudicial. Muchos creen todavía que el anuncio del entonces director del FBI James Comey de una nueva investigación a Hillary Clinton apenas a días de las elecciones de 2016 fue un factor que benefició a Trump. Hoy el Departamento de Justicia está dirigido por el Fiscal General William Barr, que no ha dudado en politizar a favor de Trump agencias legales supuestamente independientes.

Otra táctica autoritaria común es jugar la carta de “la ley y el orden”. Al calificar las protestas del movimiento Black Lives Matter como una erupción de violentos saqueos “urbanos”, Trump repite la estrategia racial empleada por todos los expresidentes republicanos desde Richard Nixon, y utilizada más recientemente por Erdogan durante las protestas en 2013.

El problema para los demócratas estadounidenses, y los del resto del mundo, es que todas estas técnicas tienden a funcionar mejor cuanto más se las utilice. La comprobación de los hechos para las noticias falsas puede, sin advertirlo, propagar más aún la desinformación. Las advertencias sobre supresión del voto pueden convertirse en profecías autocumplidas si suficientes personas llegan a la conclusión de que no merece la pena participar. Denunciar las violaciones por vía judicial crea la impresión de un golpe mortal a la democracia. Para evitar estos efectos, el proyecto de corromper la democracia se debe identificar, denominar y analizar a través un nuevo ángulo. Hay una enorme diferencia entre el subterfugio político arriba descrito y la burda falsificación de los resultados electorales, como ocurrió el mes pasado en Bielorrusia. Nicu Popescu, exministro moldavo de Exteriores, que hoy se encuentra en el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, plantea que la autocracia no es el término adecuado para describir el fenómeno, sino más bien la “degradación, corrosión y debilitamiento de la democracia”.

En cualquier caso, si Trump fuera el presidente de Moldavia, cabría suponer que la UE estaría denunciando sus trucos sucios. Se puede afirmar casi con total seguridad que cualquier otra crítica desde el exterior sería contraproducente. Pero puede ayudar a poner la actual experiencia estadounidense en un contexto más amplio, de manera que las fuerzas democráticas puedan ver a Trump con mayor claridad. A fin de cuentas, la única manera de derrotar a Trump es por la vía política. La tarea para los demócratas es recordar a los estadounidenses para qué sirve la democracia y, cabe esperar, contrarrestar con eficacia las tácticas de Trump.
 



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