Entre la Espada y la Pared

La epidemia que puede cambiar unas elecciones

2020-10-07

Esta cifra se parece sospechosamente a la aprobación general que el presidente ha mantenido...

Por Jorge Galindo |  El País

“No tengan miedo de la covid”, dijo Donald Trump al abandonar el hospital militar que le acogió durante su enfermedad. Pero la gente en EE UU sí tiene miedo. Dos tercios de la población está muy o algo preocupada por el virus, y un 85% lo está por la economía: antes de la pandemia, apenas la mitad declaraba alguna duda sobre lo que Trump veía como su mayor activo de cara a una reelección que nunca fue sencilla. El PIB crecía, el empleo se creaba, y el presidente, de natural optimista sobre sus propias posibilidades, pensaba que podía alinear los que la ciencia política ha identificado siempre como los dos grandes factores que deciden el voto sobre un presidente que busca renovar su mandato: la valoración de su gestión contra la cercanía ideológica a sus posiciones.

Pero la pandemia y su crisis asociada han convertido las elecciones en una versión extrema de este entre partidismo y evaluación pragmática: ¿qué hará un votante de Trump en 2016, uno que ha estado de acuerdo con sus palabras y sus decisiones, a la luz de su manejo de la situación actual? Cabe pensar que le restará más de un apoyo, aunque es muy posible que la mezcla de polarización con miedo compense las pérdidas que sufra el candidato republicano entre dubitativos y críticos.

Desgaste entre moderados

EE UU no aprueba la gestión de Trump durante el evento que más muertes ha dejado a su paso en el país (quizá el mundo entero) desde la guerra de Vietnam. Pero la proporción de miradas positivas no es nada despreciable: cuatro de cada 10, según el modelo estimativo basado en agregación de encuestas que mantienen en FiveThirtyEight.com.

Esta cifra se parece sospechosamente a la aprobación general que el presidente ha mantenido durante todo su mandato: entre 37% y 43%, aproximadamente, con una variación muy escasa. Y, efectivamente, cuando se observa cuál es la proporción de valoraciones positivas y negativas según estemos interrogando a un votante demócrata o republicano, el espejo de la polarización se revela tan nítido como siempre en el país.

En ningún caso desde inicios de marzo ha contado Trump con más de un 20% de votantes azules de su lado; y en ningún caso tampoco ha bajado de una aprobación de tres cuatros entre los de la propia trinchera.

La tendencia, sin embargo, no ha sido positiva en ningún caso. Mucho menos en el de aquellas personas identificadas como independientes, que suelen alternar entre ambos partidos a la hora de votar. Casi alcanzó una aprobación del 50% a finales de marzo, pero ahora apenas cuenta con un tercio de ellos en su haber. Ninguna de las líneas le deja en una posición mejor que al inicio de la crisis, en cualquier caso. A la fuerza, las pérdidas en los tres bandos son de personas con mayor moderación ideológica: en caso contrario, no serían Dems dispuestos a verlo con buenos ojos al principio, ni republicanos con voluntad de desapego ahora. La factura política de la pandemia para Trump no parece enorme, y no se sale del carril ideológico, pero existe.

Partidismo ¿firme?

Ahora bien, ese suelo del 40% de aprobación sobre la pandemia se antoja tan sólido como cualquier otro construido a base de polarización. Una mirada rápida a la incidencia actual de la epidemia en cada Estado (muertes per capita en la última semana) no muestra relación alguna con patrones de intención de voto en las encuestas, a pesar de que el virus está teniendo una incidencia nítidamente mayor en lugares en los que Trump domina.

O quizás no existe movimiento precisamente por eso: en lugares ideológicamente homogéneos, producir un vuelco en la percepción de las capacidades de un líder partidista resulta notablemente más difícil.

Esta ausencia de vínculo indica que la cruda realidad de las muertes no es necesariamente un mecanismo que desactive la polarización, aunque la valoración agregada sí pueda serlo para los más indecisos o moderados. Ahora bien, hay otra manera en la que una crisis de las proporciones de la actual puede modificar la alineación ideológica. Una pandemia hace (más) visibles ciertos problemas previos, subrayando por ejemplo la importancia de la cobertura de salud en un país donde ésta es particularmente desigual, cara e ineficiente. La reforma del sistema fue además una prioridad del presidente anterior, y Trump dedicó una parte nada despreciable de su capital político a tratar de deshacer (con poco éxito) los cambios impulsados por Barack Obama.

Es este, además, un frente de peso específico para un perfil de votante clave: hombres y mujeres de clase trabajadora. Los 107,000 votos que decidieron 2016 se concentraron en condados poblados por este perfil, las encuestas de aquel año se equivocaron al infra-representarlos en sus muestras, y todo el relato en torno a la victoria inesperada de entonces ha girado en torno a ellos en un puñado de Estados en juego. El deterioro de las condiciones de salud de este segmento es uno de los rasgos distintivos de dicha reflexión, así que vale la pena preguntarse si la epidemia está haciendo algo por dividir de una manera distinta estos electorados. El Commonwealth Fund lo indaga con una reciente encuesta, publicada a finales del pasado septiembre.

Una parte central del debate sobre los seguros de salud en EE UU es si estos deben o no cubrir las enfermedades preexistentes de las personas que no puedan pagarse sus versiones más costosas. La covid, en tanto que se ha demostrado particularmente mortífera para aquellos que ya acarrean problemas previos, no ha hecho sino subrayar con intensidad la cuestión. Y para una mayoría de votantes en Estados clave (del 50% en Ohio al 63% en Georgia) prefiere depositar su confianza al respecto en el aspirante Biden.

Miedo a votar

Aunque los efectos agregados del virus dejen muchos negativos en la cuenta electoral de Trump, no hay que obviar que también añade algunos positivos. Lo hace de una manera un tanto perversa, cierto es: volviendo menos probable el voto de segmentos de la población que suelen votar demócrata, también en estos mismos territorios en disputa. La misma encuesta del Commonwealth Fund mostraba cómo la cuestionable advertencia del presidente de fraude en el voto por correo ha logrado polarizar enormemente la visión del electorado sobre cómo ejercer el derecho fundamental, volcando incluso la proporción que uno esperaría entre votantes de edad más avanzada, notablemente más expuestos a un contagio con efectos severos que sus contrapartes jóvenes, pero también más frecuentemente republicanos. El resultado: incluso ellos parecen sentirse menos inseguros con ir a votar en persona.

Así, las probables ganancias de Biden por un lado se pueden volver pérdidas por otro, sobre todo en la medida en que el Partido Republicano esté dispuesto a añadir las consecuencias de una epidemia en el proceso de organización de unos comicios a su ya extensa caja de herramientas destinadas a limitar el voto de aquellos colectivos con cuyo favor hace mucho que no cuenta.

 

 



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