Panorama Norteamericano

Los suburbios le dan la espalda a Trump

2020-10-19

Cuando Donald Trump trata de cautivar el voto suburbano, lo hace evocando la imagen original,...

Jorge Galindo | El País

Si les preguntas, uno de cada dos estadounidenses te dirán que viven en un suburb. La etiqueta evoca una imagen nítida: zonas habitadas por viviendas unifamiliares en las afueras de las ciudades. De ese 52% autodeclarado suburbano, la mitad votó por Trump en 2016; hoy, apenas sería un 42%, y su rival demócrata le arrasaría de cumplirse lo que predicen las últimas encuestas.

Para entender este vuelco, hay que fijar primero el significado no solo geográfico, sino también cultural y político de una categoría que está en transformación: de manera lenta pero inexorable, su homogeneidad se va deshaciendo. Y en ella cae hueca la llamada de Trump a salvar los suburbios.

Sueño americano uniforme

El estereotipo estadounidense de suburbio, el del blanco de las paredes, verde de los árboles y gris de la carretera sin fin, sin nada más que vivienda tras vivienda, ya no representa con tanta fidelidad la realidad suburbana como lo hacía dos o tres décadas atrás. El mosaico geográfico del país se ha vuelto más variado a medida que emergen nuevas formas de habitar y convivir, que fragmentan la etiqueta de suburbio en una miríada de configuraciones periurbanas que van desde la zona cuasi-rural con mansiones hasta la reconquista parcial de áreas antes abandonadas, pasando por nuevos desarrollos que mezclan unifamiliares con pequeños edificios de apartamentos y un mayor o menor grado de vida fuera del vehículo privado (ir de un lado a otro en coche: otra insignia suburbana ayer que hoy está en cuestión).

Aquella imagen, además, era producto en no poca medida de un fenómeno con un nombre elocuente: white flight. El paulatino abandono de los núcleos urbanos por parte de la población blanca en la segunda mitad del siglo XX reproducía patrones de segregación racial que le otorgaban implícito color de piel al sueño americano de casa con jardín rodeada de paz. Aún hoy, los suburbios son mayoritariamente blancos, cierto es, a diferencia de las zonas puramente urbanas, donde el último estudio al respecto de Pew Research encontró que ya no existía ninguna raza que representase una mayoría absoluta de población. Pero el suburbio de hoy es menos uniforme que las zonas puramente rurales. Uno de cada siete habitantes es latino; uno de cada nueve, afroamericano. En total, alrededor de un tercio de la población suburbana no es blanca.

Esta cifra ha cambiado al mismo ritmo que la migración extranjera alcanzaba las zonas suburbanas. Hoy, un 11% de sus habitantes no nació en los Estados Unidos.

Cuando Donald Trump trata de cautivar el voto suburbano, lo hace evocando la imagen original, estereotípica, uniforme, blanca. Con pocos ambages, lo que le dice a sus habitantes es: si queréis detener esta mezcla, si queréis volver al pasado, si queréis que vuestros barrios estén nítidamente separados de estas derivaciones, soy vuestro hombre.

Lo que quieren los suburbios

Con su discurso empapado de nostalgia reaccionaria, el candidato republicano cree leer con precisión en las almas de los habitantes suburbanos. Pero las encuestas indican lo contrario, al menos por ahora. Probablemente, porque le habla a los suburbios del pasado, pero los que votan son los del presente.

Trump ve, por ejemplo, a las mujeres casadas y con hijos de estas zonas como su principal público. Les promete protección para sus hogares, para sus barrios, y les pide en consecuencia: “por favor, ¿les puedo gustar?”. La respuesta es por ahora negativa: la última encuesta del Grinnell College le da un 31% de su voto, frente a un aplastante 64% para Biden. El presidente, encajado en una imagen arcaica (de hecho, sexista) de la mujer blanca encerrada en y desvivida por su familia, parece incapaz de conectar con sus preocupaciones. Hace un mes, en una encuesta del Sienna College, se interrogó a un grupo de mujeres suburbanas en Estados del tranquilo Medio Oeste por los miedos predilectos de Trump: el crimen y los disturbios. Las protestas por la justicia racial, los saqueos y la violencia quedan empaquetados junto a la victoria demócrata en un discurso cuya piedra angular es una advertencia: van a por tu barrio, tu ciudad, tu estilo de vida. Van a destrozar no solo la nación suburbana, sino tu parcela en ella, y Trump la protegerá (la cita en la que pide afecto, enunciada en mitad de un evento de campaña en el crucial Estado de Pensilvania, acaba con un directo “yo salvé tu maldito vecindario”). Pero aunque la preocupación por crimen y disturbios en el país es alta, apenas se traslada a la percepción de ambos en la zona de cada mujer entrevistada: lo ven como problemas graves, sí, pero nacionales, ajenos.

La cadena argumental de Trump suele completarse con una mención apocalíptica a una serie de políticas de vivienda populares entre los demócratas (sobre todo los más progresistas). Facilitar la construcción de viviendas en apartamentos, concesión de subvenciones o cheques para reducir el grado de segregación racial, forman parte de las acciones por las que abogan destacados legisladores demócratas. El tándem Biden-Harris también las contempla. Trump las convierte en el ariete azul contra los suburbios. Y aunque las mujeres en Minnesota y Wisconsin muestran cierta preocupación por ellas, no parece ni decisiva, ni mayoritaria.

Es difícil además que asuntos de cariz tan local se traduzcan bien al plano nacional. No es solo que la eventual implementación de estas medidas variaría enormemente en cada zona, sino que el mosaico geográfico cada vez más heterogéneo del que hablábamos antes produce encajes muy distintos con cada una de estas medidas. Poco tendrá que ver su recepción en una zona periurbana mixta, de nueva planta y diversa, en ciudades como Portland, Denver o San Diego, con la que pueda tener lugar en una comunidad tradicionalmente segregada en Alabama o Georgia.

Pero en las cuestiones de orden nacional, las posiciones suburbanas tampoco parecen encontrarse donde Trump supone. No al menos en los aspectos culturales, raciales o identitarios, a los que suele apelar cuando le habla a los suburbios: en todos ellos, sus habitantes parecen más cercanos al núcleo urbano que a los feudos republicanos rurales.

Hay una excepción muy notable: la intervención del gobierno en asuntos particularmente materiales. Ahí, el espíritu suburbano es mucho más individualista, liberal de hecho. Pero la buena marcha de la economía, que siempre fue la baza fuerte de Trump antes de estas elecciones, ha quedado anulada por la pandemia. Y en este particular, en todo lo relacionado con el virus, se reproduce el mismo patrón: el suburbio es al fin y al cabo más urbano que rural.

Ni en lo inmediato, ni en lo estructural; ni en lo nacional, ni en lo local Trump parece conectar como sí lo hizo en 2016 con esa mitad de la población estadounidense que está mucho menos estancada en el pasado de lo que pretende el candidato. De hecho, es el propio cambio el que anula la apelación a la vuelta atrás. Mientras, se relegan los asuntos que parecen verdaderamente centrales en muchas mentes suburbanas: economía, pandemia, el papel de gobierno; y según una encuesta de Pew Research en 2018, también los problemas de adicción a las drogas, vivienda, infraestructura, transporte público y tráfico. Todo ello queda por ahora en los márgenes de lo que parece dispuesto a ofrecerles el actual presidente, empeñado en rescatar a unos suburbios que no parecen particularmente deseosos de que nadie los salve de sí mismos.



Jamileth
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