Miscelánea Humana

Bélgica, el agujero negro del coronavirus en Europa

2020-10-30

 “La gente no hace caso de las medidas de distanciamiento. Y hay muchos...

Por Guillermo Abril, El País

En la farmacia de la esquina hablan francés, inglés, turco, árabe, bereber y definen a la población del barrio: “Empobrecida”. Dicen que ya no les quedan existencias de oxígeno, que las personas mayores han arramplado con ellas y dan alguna explicación de las pésimas cifras: “La gente no hace caso de las medidas de distanciamiento. Y hay muchos jóvenes”. Fuera, se ve un edificio en ruinas con las ventanas reventadas junto a un solar desnudo. Tras un cartel que advierte a los peatones “El uso de mascarilla es obligatorio” nace una bulliciosa calle que parece sacada de la otra orilla del Mediterráneo, pero pasada por agua. Se funden los comercios de aire oriental con viejas maison de maître resquebrajadas.

Un poco más allá, un chico hace rodar un cogollito de marihuana entre los dedos. “¿Te gusta el sexo?”, pregunta con sorna cuando el periodista se acerca. Él y sus amigos tendrán unos 18 o 20 años. Solo uno lleva mascarilla y enganchada bajo la barbilla. Estos gatos mojados y callejeros, cubiertos con gorras y capuchas, siguen con el cachondeo. “¿Preguntas por la covid 18 o la 19?”. Uno graba la escena con el móvil, con su rostro en primer plano, para subirla a la redes sociales. Otro amaga con cogerle la cámara al fotógrafo. “Aquí no le tememos al virus. Solo a Dios”, zanja uno mientras levanta el índice derecho al cielo de mercurio, con ese gesto que resume que no hay más Dios que Alá.

Bienvenidos a Verviers, epicentro europeo del coronavirus.

Bélgica, con una tasa acumulada de 1,600 casos por cada 100,000 habitantes, se convirtió esta semana en el país más afectado por la covid de la Unión Europea. Dentro del país, la zona más tocada es la región francófona de Valonia. En su interior, la provincia de Lieja resulta la más golpeada. Y en el extremo Este de la provincia, a un pasito ya de Alemania, esta ciudad centroeuropea de unos 55,000 habitantes y glorioso pasado industrial, hoy consumida por la deslocalización, la inmigración y la miseria, lidera las muy oscuras estadísticas nacionales. En Verviers rondan los 3,900 positivos por cada 100,000 habitantes, según la agencia pública Sciensano, y los hospitales, repletos y con tasas alarmantes de ingresos, han empezado a evacuar pacientes a Alemania. Verviers es la más tocada de entre las grandes urbes del país.

“La situación es terrible”, dice Stéphane Lefebvre, director del Hospital de Verviers, mientras se adentra en la carpa para pacientes covid que están a punto de concluir, una especie de hospital de campaña anexo con el que pretenden aguantar el nuevo embate. El hospital ha ido recibiendo pacientes en oleadas estos últimos días y suma 153 ingresados con coronavirus. “El doble que en la primera ola”, dice Lefebvre. “Y el problema van a ser las próximas dos semanas”.

En la carpa auxiliar un trajín de operarios enganchan tubos de oxígeno entre las camas y las enfermeras colocan filas y filas de medicamentos en las estanterías. Los ordenadores, nuevos, aún tienen el plástico protector de las pantallas. Han tardado una semana en levantarla. Tiene capacidad para 34 pacientes covid con afección ligera y pretende ser un desahogo para un centro al borde del colapso: un 15% de su personal médico se encuentra de baja por covid; se han suspendido la mayoría de servicios urgentes; ya suman 17 pacientes en cuidados intensivos (tienen 22 huecos disponible, todos ocupados); y hace un par de días trasladaron a un primer paciente UCI a Alemania, para poder aliviar la situación. En los próximos días, según Lefebvre, Alemania acogerá hasta 15 pacientes de la zona.

Aunque las cifras son ya rotundas y los infectados en Bélgica superaron esta semana a los de la primera ola, el director del Hosptial aún tiene esperanza: la mortalidad, dice, aún se mantiene por debajo. Pero le asusta porque los números siguen subiendo y sus pacientes tiene una edad media de 65 años, la misma que en primavera. “Estamos desamparados. Con más casos y menos personal”. Aún les sobra presupuesto para contratar más enfermeras, pero no las encuentran.

Lefebvre no logra explicarse del todo la extraordinaria incidencia en Verviers. En parte, dice, se debe a los estudiantes: muchos viven de lunes a viernes en las ciudades universitarias de Lieja o Lovaina, donde comparten piso; en fin de semana regresan a casa, quizá sin síntomas, pero infectados, y propagan el virus .

En el Ayuntamiento de la ciudad, la concejal de Salud, Sophie Lambert, piensa que lo de los estudiantes “no es determinante”. Aporta otra de las explicaciones: la densidad de población. “Aquí vivimos unos sobre otros”. En Verviers, que fue un imperio de la lana en los años dorados de la revolución industrial, las casas señoriales se han ido dividiendo en infinidad de apartamentos para familias de clase media cada vez más baja: donde vivía una ahora viven cuatro o cinco. A eso, la concejal añade las más de 100 nacionalidades que conviven en la urbe. “Hay una población de origen extranjero muy importante y depauperada”, señala la política socialista. Los extranjeros suponen el 12%, un dato similar al del resto del país, aunque crece cuando se tiene en cuenta a los belgas de origen foráneo. Y la tasa de paro supera el 20%, más del doble que en Bélgica. La comunicación de lo que aquí llaman gestos barrera (mascarilla, distancia social...) resulta, según Lambert, complicada en determinados barrios.

De Madrid a Nueva York, pasando por Verviers, la desigualdad social resulta determinante en la brecha sanitaria. Olivier Gillis, director del Observatorio de la Salud y de lo Social de Bruselas, considera, por ejemplo, la “densidad de la población y la precariedad” como dos de los factores determinantes en esta pandemia.

En Verviers, según el Ayuntamiento, también han resultado clave el fluido movimiento transfronterizo con Holanda y Alemania, ambas a tiro de piedra, y la falta de armonización de las medidas en el país, dictadas por un complejo laberinto de administraciones de diferentes niveles. Con la intención de poner orden y revertir una espiral aterradora e imparable, el primer ministro, Alexander de Croo, compareció este viernes para endurecer aún más el confinamiento decretando en toda Bélgica el teletrabajo obligatorio, el cierre de comercios no esenciales, la clausura de los colegios y la reducción del contacto social a una única persona ajena al hogar por semana.

“Estamos cansados. Nos asfixiamos”.

En un polígono industrial a las afueras de Verviers, el Ayuntamiento ha instalado una carpa a la que pueden llegar los coches y sus ocupantes para hacerse la prueba PCR de forma gratuita sin bajarse del vehículo. El pasado lunes realizaron cerca de 550 test, cuentan los sanitarios embutidos en trajes EPI. Este viernes a mediodía llevan ya 141. La media ronda los 400 diarios. Y eso que ahora, para tratar de ganar algo de tiempo al colapso en los laboratorios, solo permiten realizarla a aquellos que acuden con síntomas, como esta mujer kurda, que ha llegado acompañada de su hija: la madre, con gesto agotado, siente fatiga e incapacidad para respirar; la hija no nota nada salvo que ha perdido el olfato. La menor traduce a su progenitora: llegaron en 2012 a Bélgica y se instalaron en Verviers; el padre trabaja de camarero en un café. Un hombre le introduce un bastoncito por la nariz a cada una. Contraen el rostro. Se vuelven a subir la mascarilla. Y las mujeres se marchan de allí caminando.

Mientras tanto, a media hora de allí, arranca en Lieja, la capital de la provincia más afectada de Bélgica, una manifestación a las puertas de uno de sus grandes centros sanitarios, la clínica Montlégia. Rita Melissa, una enfermera de 29 años que ha acudido con un brazalete negro en el que se lee “Cuida a los que te cuidan” habla de un 35% de enfermeros ausentes por enfermedad en su hospital, donde ya suman un centenar de pacientes en la UCI. “Es un desastre”. Los manifestantes reclaman al Gobierno que cumpla las promesas de incrementos salariales y mejora de condiciones que llegaron tras la primera ola. Pero en medio del golpe de la segunda, apenas queda esperanza. ¿De ánimo como van? “Mal. Estamos cansados. Nos asfixiamos”, dice Melissa.



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