Del Dicho al Hecho

Quinta columna en Estados Unidos

2020-11-29

Estados autoritarios como Rusia y China llevan años defendiendo que los principios...

CHRIS PATTEN | Política Exterior

Estados autoritarios como Rusia y China llevan años defendiendo que los principios democráticos y liberales son hipócritas y superficiales. Al socavarlos, Trump, McConnell y Fox News están echándoles una buena mano.

La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) de los años setenta fue un producto de la guerra fría entre Occidente, democrático y liberal, y el bloque soviético comunista. El nombre de la organización describía con precisión su función. Cuando el imperio soviético se desmoronó, la OSCE pasó a ocuparse de alentar la transición de los países a la democracia ayudándolos, entre otras cosas, a llevar a cabo elecciones libres y justas.

El mundo estuvo muy alerta al veredicto de las misiones de observación de la OSCE en países como Ucrania, Rumania y Kazajistán, pero pocos en ese momento prestaron atención a la forma en que se llevaban a cabo las elecciones presidenciales en Estados Unidos, tierra de la libertad.

Es cierto, pudo haber quienes se preocupasen un poco por el rediseño de los distritos electorales para favorecer intereses partidistas llevado a cabo por demócratas y republicanos, por los esfuerzos más recientes de los republicanos para suprimir el voto en comunidades negras, y por la ininterrumpida cobertura mediática tendenciosa en algunos medios locales y nacionales. En términos generales, sin embargo, la gestión de las elecciones en EU no daba muchos motivos para la preocupación. Los votantes elegían de forma justa a los presidentes, aunque a través del curioso sistema del Colegio Electoral, que reflejaba la historia estadounidense pero a veces negaba la victoria al ganador del voto popular.

Las presidenciales de este año han tenido lugar en un contexto de alta tensión política y en mitad de una pandemia descontrolada, pero el veredicto de la OSCE ha sido claro: el voto fue “competitivo y estuvo bien gestionado”.

Otros observadores extranjeros independientes –al igual que los funcionarios estatales republicanos que organizaron y administraron parte de las elecciones y el recuento de los votos– coinciden. Pero ha habido una gran mosca anaranjada en la sopa: el presidente, Donald Trump. La OSCE ha denunciado “acusaciones infundadas de deficiencias sistemáticas, especialmente por parte del presidente en ejercicio”, que “dañan la confianza del público en las instituciones democráticas”.

Creo que nadie debiera sorprenderse frente a la negativa de Trump de aceptar la victoria del presidente electo, Joe Biden, algo que ha retrasado semanas el inicio de la transición hacia nuevo gobierno. Mientras las muertes diarias en EU por el Covid-19 aumentaban hasta alcanzar un nuevo pico, Trump se enfurruñaba y tuiteaba las afirmaciones que había hecho antes de las elecciones: solo podía perder si los demócratas hacían trampa.

Al sostener que su fracaso –por unos seis millones de votos– tiene que deberse a un fraude, Trump se comporta exactamente como cuando le fue mal, con altos costos, como empresario. Cada trato que colapsó, cada disputa con los bancos que tontamente le prestaron dinero derivó en un litigio engañoso. Trump nunca acepta la derrota. En 2016, USA Today informó que Trump y sus empresas habían estado involucrados en al menos 3,500 causas legales durante los 30 años anteriores.

Pero las mendaces afirmaciones de Trump sobre el fraude electoral no solo lo rebajan a él, dañan además la imagen de EU en el mundo y la causa de la democracia liberal. Los Estados autoritarios como Rusia y China llevan años sosteniendo que los principios democráticos liberales básicos –entre ellos, el Estado de Derecho, un poder judicial independiente, la sociedad civil, la libertad de expresión y la separación de poderes– son hipócritas y vacuos.

Para el presidente ruso, Vladímir Putin, amañar elecciones y encarcelar a sus adversarios (o conspirar para eliminarlos) es algo instintivo: gobierna según el viejo manual de la KGB y ha creado una sociedad en la cual, tomando prestado el título de un excelente libro de Peter Pomerantsev, “nada es verdad y todo es posible”.

Mientras tanto, el presidente chino, Xi Jinping, fomenta un asalto contra lo que el Partido Comunista Chino ridiculiza como valores occidentales. Su régimen no ha comulgado con frecuencia ni con la letra ni con el espíritu de los acuerdos internacionales. El caso más notable ha sido el de Hong Kong, donde ha aplastado la incipiente democracia hongkonesa en un intento por convertir esta ciudad que una vez fue libre en una copia exacta de su propio Estado policial.

Las sociedades abiertas deben defender los principios que encarnan sus instituciones. Confucio sostuvo que las cualidades morales de los líderes son más importantes que las instituciones, pero la historia ciertamente reivindica la importancia de ambas. Los líderes corruptos, cobardes y venales a menudo destruyen los cimientos institucionales de los sistemas de gobierno de sus países.

Aunque Trump ha hecho buena parte del trabajo de destrucción de Putin y Xi, no podría haberlo logrado sin la colaboración de otros líderes del Partido Republicano, sobre todo en el Senado. Esas personas saben cuán peligroso es el comportamiento poselectoral de Trump, pero por temor a él y a sus partidarios más agresivos, han dado a sus principios unas largas vacaciones.

El senador Lindsey Graham, de Carolina del Sur, quien describió a Trump en 2016 como un “xenófobo, abusón racista y fanático religioso”, he llegado a presionar a los secretarios de Estado republicanos en Georgia y Arizona para intentar descalificar los votos emitidos en las regiones demócratas.

El comandante de esta quinta columna es el líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell, de Kentucky. Su principal preocupación es mantener su puesto asegurándose de que los republicanos conserven el control del Senado después de la segunda vuelta electoral en Georgia, a principios de enero. Por lo tanto, McConnell no quiere hacer nada que pueda disuadir a los partidarios de Trump de acudir a las urnas en Georgia.

No parece que McConnell crea en la colaboración y en los acuerdos. Durante el gobierno de Barack Obama, bloqueó gran parte de la agenda presidencial demócrata solo porque sí, por bloquearla. El consenso es para él un concepto ajeno. McConnell es, por decirlo sencillamente, malo para la democracia y su comportamiento sabotea los argumentos a favor de ella en todo el mundo.

Los secuaces de esta destrucción sin sentido son los medios que repiten como loros y difunden la agenda de Trump. Fox News ha sido el principal megáfono de Trump, aunque últimamente incluso parece arrepentirse de parecerse todo el rato a los medios de comunicación de los países autoritarios. Esta afirmación de independencia –que, ciertamente, no hace más que reconocer que las elecciones fueron justas y aceptar su resultado– por supuesto no ha gustado en una por lo general receptiva Casa Blanca.

El fundador y propietario de Fox News es Rupert Murdoch. En Australia, el ex primer ministro Kevin Rudd ha lanzado recientemente una petición digital que ha batido récords para solicitar una investigación formal sobre el control casi monopolístico que Murdoch ejerce sobre la prensa del país. Es fácil entender por qué más de medio millón de personas la han firmado.

También es fácil ver por qué, a pesar de la derrota de Trump, los rivales autoritarios de EU probablemente estén satisfechos con el resultado. Cuando debilitan la democracia liberal en EU, los líderes republicanos y sus aliados en los medios están echándoles una buena mano.



JMRS
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