Valores Morales

Dios es mi Padre, no tengo miedo a la muerte

2020-12-10

 En cambio, si yo lucho por vivir en gracia de Dios, aunque tenga fallos, podré aprovechar...

Por Pablo Cardona

"En guardia ante el acecho del enemigo"

Mateo 24, 42-51 

«Velad, pues, ya que no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor. Sabed esto, que si el amo supiera a qué hora de la noche habría de venir el ladrón, estaría ciertamente velando y no dejaría que le horadasen su casa. 

Por tanto, estad también vosotros preparados, porque a la hora que no sabéis vendrá el Hijo del Hombre. ¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, a quien su señor puso al frente de la servidumbre, para darles el alimento a su tiempo? Dichoso aquel siervo, a quien su amo al venir encuentre haciendo así. 

En verdad os digo que le pondrá al frente de su hacienda. Pero si ese siervo fuese malo y pensara en su interior: Mi señor tardará, y comenzase a golpear a sus compañeros y a comer y beber con los borrachos, el día que menos espere y a una hora desconocida vendrá el amo de ese siervo, y le dará el mayor castigo y le hará correr la suerte de los hipócritas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.

Reflexión

I. Jesús, hoy me recuerdas que he de estar vigilante siempre, que en cualquier momento puedes venir a llamarme para la otra vida. Y que, por tanto, he de estar siempre preparado, siempre en gracia de Dios. «Dichoso aquel siervo, a quien su amo al venir encuentre haciendo así» Porque dejará de ser siervo, para formar parte de la familia de Dios, en el Cielo. «Pero si ese siervo fuese malo...» 

Hay gente que piensa que la mejor combinación es ser malo en la tierra -vivir al margen de la ley de Dios, guiándose por sus gustos e intereses personales- y arrepentirse en el último momento, para así coger también «lo bueno» de la otra vida. No se enteran de que la vida superficial y egoísta no conduce a la verdadera alegría en la tierra. Y además se engañan pensando en el arrepentimiento de última hora, porque Tú les puedes llamar «el día que menos esperan y a una hora desconocida.» 

Pero hay un problema aún mayor: la persona que sólo vive para sí misma en esta vida, es muy difícil que quiera cambiar a la hora de la muerte, aunque Tú le intentes ayudar con gracias especiales. En cambio, si yo lucho por vivir en gracia de Dios, aunque tenga fallos, podré aprovechar tu ayuda para prepararme en ese momento final. «Cuanto más retrasamos salir del pecado y volver a Dios, mayor es el peligro en que nos ponemos de perecer en la culpa, por la sencilla razón de que son más difíciles de vencer las malas costumbres adquiridas. 

Cada vez que despreciamos una gracia, el Señor se va apartando de nosotros, quedamos más débiles, y el demonio toma mayor ascendiente sobre nuestra persona. De aquí concluyo que, cuanto más tiempo permanecemos en pecado, en mayor peligro nos ponemos de no convertirnos nunca» (Santo Cura de Ars). 

II. «Un hijo de Dios no tiene miedo a la vida, ni miedo a la muerte, porque el fundamento de su vida espiritual es el sentido de la filiación divina: Dios es mi Padre, piensa, y es el Autor de todo bien, es toda la Bondad. Pero, ¿tú y yo actuamos, de verdad, como hijos de Dios?» (Forja.-987).

Jesús, el mejor modo de estar preparado para el momento de la muerte es vivir la filiación divina: sentirme y actuar en todo momento como lo que soy, hijo de Dios. Viviendo así, ni la muerte ni ninguna otra cosa me puede atemorizar, porque estoy siempre en tus manos y Tú me quieres con amor de padre, con un amor infinito. 

Jesús, vivir la filiación divina, significa que cuando algo me sale bien, no me creo el amo del mundo, sino que tengo muy claro que todo lo bueno que poseo te lo debo a Ti. Por eso, mi primera reacción ante ese suceso exitoso será darte gracias. A la vez, si algo no me sale como esperaba, no me desespero, sino que voy a Ti y te digo: Jesús, si Tú quieres esto, por algo será; hágase tu voluntad y no la mía. 

Y ante el error personal, ante mis fallos, en vez de desanimarme iré de nuevo a Ti, como una criatura pequeña que necesita ayuda de sus padres, diciendo: Jesús, mira que soy flojo, que a veces no puedo con mis defectos, que necesito que me ayudes más. No me sueltes de tu mano, porque me caigo. Yo, por mi parte, intentaré no soltarme más de la tuya. Jesús: gracias, perdóname, y ayúdame más. 

Meditación

I. Debemos estar en guardia ante el acecho del enemigo que no descansa, y vigilantes ante la llegada del Señor, que no sabemos cuándo tendrá lugar; ese será el momento decisivo en el que debemos presentarnos ante Dios con las manos llenas de frutos. Para el cristiano que se ha mantenido en vela, no habrá estupor ni confusión, porque cada día habrá sido un encuentro con Dios a través de los acontecimientos más sencillos y ordinarios. 

Un corazón que ama es un corazón vigilante, sobre sí mismo y sobre los demás. Dios nos encomienda especialmente aquellos que están unidos a nosotros por lazos de sangre, de fe, de amistad. Vigilar es estar alerta, rechazar el sueño de la tibieza al mismo tiempo que procuramos, con todas las fuerzas, que quienes tenemos encomendados y más amamos, encuentren también a Jesús. 

II. Los primeros cristianos supieron cumplir el mandamiento nuevo del Señor (Juan 13, 34), hasta tal punto que los paganos los distinguían por el amor que se tenían y por el respeto con que trataban a todos: Vivieron la caridad preocupándose por las necesidades de los demás y, en tiempos difíciles, ayudando a los hermanos para que todos fueran fieles a la fe. También de nosotros espera el Señor que vivamos la caridad de modo particular con quienes tienen los mismos lazos de la fe. 

Puede ayudarnos el fijarnos un día semanal en el que procuremos estar más pendientes de nuestros hermanos en la fe, ayudándoles con una oración mayor, con más mortificación, con más muestras de aprecio, con la corrección fraterna: es estar especialmente vigilantes como el centinela que guarda el campamento, como el vigía que alerta ante la llegada del enemigo. 

III. El día de guardia es una jornada para estar más vibrantes en la caridad, con el ejemplo, con muchas obras sencillas de servicio a todos, con pequeñas mortificaciones que hagan la vida más amable; un día para examinar si ayudamos con la corrección fraterna a quienes lo necesitan, una jornada para acudir más frecuentemente a María, "puerto de los que naufragan, consuelo del mundo, rescate de los cautivos, alegría de los enfermos" (San Alfonso Ma. de Ligorio, Visitas al Santísimo Sacramento), con el santo Rosario, con la oración Acordaos, pidiéndole por quien sabemos quizá que tiene necesidad de una particular ayuda. 



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