Muy Oportuno

Democracia, pecado y conversión

2020-12-16

Vale para los que trabajan en las mesas electorales, los que contabilizan los votos, y...

Por P. Fernando Pascual, LC

Vale para los cargos públicos en todos los niveles.

Los sistemas democráticos, como tantas otras realidades humanas, pueden quedar dañados por el pecado y necesitan de conversión.

Esto vale a todos los niveles: para los votantes, para los encargados de velar por el recto funcionamiento de las elecciones, para los elegidos en los parlamentos, para las autoridades.

Vale para los votantes: tienen el deber de buscar, con su voto, el bien común y la justicia. Si se dejan llevar por intereses egoístas, o por el odio y la sed de venganza, sus votos estarán heridos por el mal.

El votante honesto y convertido deja a un lado sus avaricias y rencores, se purifica de su ignorancia culpable, y estudia seriamente, antes de votar, qué candidatos pueden promover la concordia y el bienestar sociales.

Vale para los que trabajan en las mesas electorales, los que contabilizan los votos, y también para quienes establecen leyes y reglamentos para las elecciones.

También a ese nivel existen tentaciones y pecados. Basta con recordar cuántos fraudes y manipulaciones ha habido, y por desgracia hay, en las elecciones, hasta el punto de proclamar como vencedores a candidatos que no tienen los votos necesarios, mientras quedan excluidos o debilitados otros candidatos preferidos por mucha gente.

Vale para los elegidos, parlamentarios, diputados, congresistas, senadores, y otros cargos sometidos a las urnas: quien recibe el “mandato del pueblo” sigue siendo hombre sujeto a presiones y a pasiones que pueden dañarle en el ejercicio de sus atribuciones.

Con frecuencia asistimos con pena al espectáculo de quienes, una vez con el acta de diputado, en seguida buscan cómo subirse el salario, o promueven intrigas y alianzas no anunciadas en la campaña electoral, o buscan estratagemas injustas para excluir de puestos relevantes en el parlamento a los candidatos de otros partidos políticos.

Vale para los cargos públicos en todos los niveles, desde el presidente de una república o de un gobierno, hasta los ministros, los secretarios de ministerio, y cualquier otra responsabilidad alcanzada por los que han recibido más votos y tienen el encargo de organizar la vida pública.

Las personas que están en esos cargos públicos, si se dejan llevar por el pecado, buscarán sus propios intereses, sobre todo económicos, como por desgracia se hace manifiesto cuando se destapan casos de corrupción pública. O promoverán discordias y odios entre la gente, o establecerán leyes y decisiones para proteger a unos y perjudicar a otros, por ejemplo, al legalizar el aborto o la eutanasia.

Un sistema democrático, como cualquier sistema político, está amenazado por pecados que anidan en el corazón del ser humano. Incluso los sistemas de control mejor planificados para evitar los posibles daños que causan los malos políticos solo pueden funcionar si quienes los aplican (los supervisores, por ejemplo) superan las tentaciones y amenazas que pueden apartarles de su misión de control público.

Por eso, para conseguir democracias sanas, parlamentos eficaces y gobiernos justos, hace falta emprender un serio camino de conversión. A través del mismo, será posible apartarse de las tentaciones y peligros que a todos nos afectan, y promover armonía, paz, justicia y eficiencia, para el bien de quienes conviven y caminan en un territorio hacia la meta definitiva de toda existencia humana: el encuentro con Dios, que es Padre justo y misericordioso.



maria-jose