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La nueva revolución militar

2021-02-03

El patrimonio medio de un congresista en Washington supera el millón de dólares. Hoy...

Por  LUIS ESTEBAN G. MANRIQUE | Política Exterior

Después de 30 años de concentrar sus esfuerzos militares en países como Irak y Libia y grupos terroristas como Al Qaeda y Dáesh, el Pentágono se prepara para una nueva era de competencia entre grandes potencias.

La decisión de Estados Unidos y Rusia de prolongar un lustro el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (Start III), su último tratado de desarme nuclear vigente y que expiraba el 5 de febrero de 2021, ha sido la primera señal de la intención de Joe Biden de presidir un periodo de distención y desarme para atenuar los efectos de una de las mayores revoluciones de la tecnología militar –misiles hipersónicos, armas antisatélite…– que se han producido desde que hace un siglo se introdujeron las ametralladoras y la artillería pesadas en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial.

Si no se renovaba el acuerdo, que sustituyó al que rigió entre 1991 y 2009, se hubiese activado una carrera armamentista similar a la de la guerra fría. Donald Trump fue el primer presidente en 60 años que no avanzó un ápice en el desarme nuclear. Sus asesores aseguran que Biden va a utilizar los acuerdos de desarme para reducir el presupuesto de Defensa (3,5% del PIB), sobre todo ahora, cuando la pandemia y el cambio climático se han convertido en mayores amenazas que las guerras exteriores.

Después de 30 años de concentrar sus esfuerzos militares en países como Irak y Libia y grupos terroristas como Al Qaeda y Dáesh, el Pentágono se prepara para una nueva era de competencia entre grandes potencias. El PIB conjunto de Rusia y China suma el 75% del de EU, frente al 30% de la Unión Soviética en los años setenta.

Para garantizar el equilibrio estratégico, el New Start –firmado en Praga en abril de 2010 por Barack Obama y Dmitri Medvédev– limita el número de armas nucleares estratégicas a 1.550 cabezas nucleares y 700 sistemas balísticos para cada una de ambas potencias, que juntas poseen el 90% del arsenal nuclear global. En 2018, el New Start había reducido ya un 30% el número de cabezas nucleares y un 50% el de misiles y bombarderos. Hasta marzo de 2020, en su marco se habían realizado 328 inspecciones in situ e intercambiado 19.815 notificaciones.

Después de que Vladímir Putin entregase a la Duma el proyecto del acuerdo, que lo prolongará hasta febrero de 2026, su portavoz, Dmitri Peskov, declaró que el desarme nuclear es el principal asunto de la agenda bilateral. Putin pidió a Trump prorrogar al menos un año el tratado, prometiéndole incluir en las negociaciones las armas hipersónicas y los misiles intercontinentales Sarmat que, insistió, son capaces de penetrar los escudos antimisiles Aegis y Thaad del Pentágono.

El abandono por Washington en 2019 del Tratado INF, de misiles nucleares de corto y medio alcance, y en 2020 del acuerdo de Cielos Abiertos, desarticuló el proceso de desarme que iniciaron Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov. Trump exigió que China participara en las negociaciones, algo que Pekín rechazó de plano y que tampoco apoyó Moscú. Putin, sin embargo, quiere incluir a Francia y Reino Unido.

Según escribe Michael McFaul en Foreign Affairs, Rusia ya no es el país deprimido de los años noventa, sino la undécima economía mundial (sexta en términos de poder adquisitivo) y la tercera potencia militar después de EU y China. Putin ha renovado el arsenal nuclear y sus fuerzas convencionales, al punto que en sus fronteras con la OTAN supera a la Alianza en tropas y número de tanques y misiles crucero.

Guerras al crédito y moral militar

Desde 2001, todas las guerras de EU se han financiado al crédito, lo que duplicará en 2030 el pago de los intereses de la deuda pública. Rajan Menon sostiene en Foreign Policy que debido a que los contribuyentes no las han financiado con sus propios bolsillos, no se han producido las protestas callejeras que durante la guerra de Vietnam hundieron a las administraciones de Johnson y Nixon, permitiendo ahora a la Casa Blanca y el Congreso librar “guerras perpetuas” como la de Afganistán.

El proyecto Costs of War de la Universidad de Brown demuestra que casi todos los 6,4 billones de dólares gastados o comprometidos en las guerras de Irak y Afganistán fueron financiados con deudas cuyos intereses ascenderán a los ocho billones de dólares en los próximos 30 años.

En 1795, James Madison advirtió de que de todos los enemigos de las libertades públicas, la guerra era a la que más había que temer porque de ella procedían las deudas y los impuestos, “instrumentos para someter a los muchos a la dominación de los pocos”. En 1926, Calvin Coolidge observó, a su vez, que un país lastrado por la deuda era un país privado de su primera línea de defensa.

Por otro lado, la moral militar de la superpotencia no pasa por sus mejores momentos. Un dato ilustra la decadencia. En 1971-72, un 73% de los legisladores –estatales y federales– había servido en el ejército. En 1981-82, el 64%. En 2019 esa cifra era el 17,8%. Es explicable. El patrimonio medio de un congresista en Washington supera el millón de dólares. Hoy solo el 0,5% de la población está en servicio militar activo. Los veteranos suman el 7%. En una encuesta de 2015, el 85% de los estadounidenses de entre 18 y 29 años decía no estar dispuesto a enrolarse. El Pentágono entrega un bono de 40,000 dólares a los que se enlistan y de 80,000 dólares a los que se reenganchan. Entre 2008 y 2017, unos 6,000 veteranos se suicidaron cada año, unos 17,6 al día en 2018.

as armas del apocalipsis

La actual revolución tecnológica militar está borrando las antiguas distinciones entre teatros de operaciones. Según expertos en cuestiones de defensa, los escenarios bélicos tienen hoy seis dominios –aire, superficie marina, ámbito submarino, el espacio, campos electromagnéticos y el ciberespacio– con múltiples puntos de intersección.

Aunque los nuevos campos de batallas se libran en escenarios virtuales, sus consecuencias son reales: sabotaje de infraestructuras eléctricas, financieras, sanitarias, de transporte… Actualmente, al menos 30 países tienen sistemas bélicos autónomos que una vez activados pueden seleccionar y atacar objetivos sin intervención de operadores humanos.

El misil israelí Harpy detecta y destruye radares. El sistema de armas naval Aegis de Lockheed Martin rastrea y guía misiles y responde automáticamente a cualquier amenaza. China, Rusia, EU, Francia, Israel y Reino Unido cuentan con drones invisibles al radar que tras penetrar en espacio aéreo enemigo pueden actuar de forma autónoma si se interceptan sus comunicaciones.

Los riesgos son indisimulables. En 2003, en las fases iniciales de la invasión de Irak, el sistema antimisiles Patriot derribó accidentalmente a dos aviones aliados, matando a sus tres tripulantes.

Rusia asegura que sus misiles hipersónicos Avangard multiplican por 27 la velocidad del sonido y son capaces de hacer bruscos cambios de trayectoria para sortear las barreras antimisiles. A esa velocidad, se pueden alcanzar objetivos en las antípodas en pocos minutos sin que estampidos supersónicos adviertan la aproximación de los misiles.

Según escribe Jeffrey Smith en Foreign Policy, los prototipos que está desarrollando EU podrían volar entre 15 y 20 veces la velocidad del sonido, unos 20,000 kilómetros por hora. Lanzados por un submarino o un bombardero desde Guam, podría alcanzar objetivos en territorio chino en menos de 15 minutos.

Un misil hipersónico ruso Mach 20 lanzado desde las Antillas podría impactar en Washington, a 1,300 kilómetros de distancia, en cinco minutos. En su último presupuesto de defensa, Trump incluyó una partida de 2,600 millones de dólares para misiles hipersónicos como el Mach 14 Waverider.

En 2018, Lockheed Martin recibió del Pentágono 1,400 millones de dólares para construir un misil hipersónico que pueda lanzar un B-52. En 2025, las asignaciones de presupuesto de defensa para ese tipo de armas alcanzarán los 5,000 millones de dólares. Con una longitud de tres metros, 225 kilos de peso y encapsulados en cubiertas de cerámica, fibra de carbono y aleaciones de níquel-cromo, estas armas soportan temperaturas de hasta 5,400 grados y agujerean sus objetivos a velocidades superiores a los 2,500 kilómetros por hora. Su impacto sobre la cubierta de acero de un portaviones lo pondría fuera de combate, una vulnerabilidad que puede hacer obsoletos a los 11 que tiene desplegados la Armada de EU desde el Golfo a la Polinesia y el Caribe.

Ojos en el espacio

Las armas antisatélite –misiles y rayos láser– que China desarrolla desde hace 15 años, hoy amenazan los satélites que dan al Pentágono su principal ventaja tecnológica. En 2007, China destruyó uno de sus satélites meteorológicos con un misil sin explosivos que desperdigó por el espacio unos 150,000 fragmentos que llegaron a amenazar a la Estación Espacial Internacional. En 2008, EU hizo lo mismo con otro de sus propios satélites.

Los drones han cambiado otras reglas del juego. En la última confrontación entre Azerbaiyán y Armenia en el enclave de Nagorno-Karabaj, los Bayraktar TB2 turcos –que tienen una autonomía de vuelo de 27 horas y pueden portar misiles guiados por láser– permitieron al ejército azerí destruir 200 tanques, 90 blindados y 182 piezas de artillería armenias. Cuando en febrero de 2020 un ataque aéreo sirio mató a 36 soldados turcos, Ankara respondió usando los TB2 para eliminar a docenas de tanques, defensas antiaéreas y blindados y cientos –y quizá miles– de soldados sirios.

La sofisticación de las nuevas armas y lo absurdo de sus precios la ilustra uno de los datos conocidos durante la guerra civil Siria: una bomba rusa que cuesta 100,000 dólares, lanzada desde un avión que cuesta 100 millones dólares y que vuela con un coste de 42,000 dólares la hora, se usó para matar personas que viven en la provincia de Idlib con tres dólares al día.

‘Jus in bello’

En la Antigüedad, el Deuteronomio bíblico anatemizaba la destrucción medioambiental. En el siglo III a. C., las leyes de Manu –en el hinduismo el antepasado común de toda la humanidad– prohibían los venenos como arma de guerra. En los siglos siguientes se ha intentado vetar las minas personales, las bombas de fragmentación, armas biológicas, químicas y espaciales, unos esfuerzos que han saldado con una larga ristra de éxitos y fracasos.

La Proliferation Security Initiative de 2003 de la administración de George W. Bush permite a un centenar de países coordinar sus esfuerzos contra el tráfico de componentes de armas de destrucción masiva. China no es un país signatario. En 2013, un grupo de expertos reunido en la capital estonia redactó el llamado Manual de Tallin, lo más cercano que existe a unas convenciones digitales de Ginebra, al tipificar lo que constituye un ciberataque con intenciones bélicas.

Desde 2004, la ONU discute sobre los peligros de las armas autónomas, pero los avances han sido escasos. En 2013, ONG de 32 países lanzaron una campaña contra los robots asesinos que ha recibido el apoyo de 4,000 investigadores de robótica e inteligencia artificial.

Según algunos juristas, los bombardeos nucleares de ciudades están prohibidos técnicamente por las convenciones de Ginebra de 1949 y sus protocolos adicionales de 1977. El tratado de prohibición de las armas nucleares (TPNW) de 2107 de la ONU –suscrito por 51 países, entre ellos México, Vietnam, Irlanda, Nigeria, Tailandia y Suráfrica– hace ilegales la fabricación, propiedad y despliegue de armas atómicas en los países signatarios. Los sondeos revelan, por ejemplo, que un 59% de los británicos quiere que su gobierno lo firme.

Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, sostiene que el mundo sería más inseguro si Rusia, China, Corea del Norte tienen bombas atómicas y la Alianza Atlántica no. Ninguno de los países adherentes ha retirado, sin embargo, su firma del TPNW, pese a las intensas presiones de Washington en los años de Trump.



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