Miscelánea Humana

¿Quién cuidará a los padres?

2021-02-05

 Es urgente reducir esta brecha de tratamiento y aumentar la inversión para enfrentar las...

Silvia Viñas | The Washington Post

Hace exactamente un mes, en la noche del 4 de enero, el primer ministro Boris Johnson anunció que cerrarían todos los colegios en Inglaterra. Así, el grupo de WhatsApp de padres y madres del colegio de mi hija se transformó. Esa noche ningún padre preguntó sobre tareas; ninguna madre admitió que estaba preocupada por las horas que su hijo le dedica a TikTok. En su lugar, esa noche compartieron memes. Uno de ellos fue una foto de ancianos en una clase, sentados en pupitres. En la parte alta de la imagen, una frase: “Primer día de vuelta a clases después del confinamiento”.

En ese grupo, con 130 padres, reinó por un momento la complicidad y la resignación, al menos entre algunos. Otros nos quedamos callados. Era una noche extraña. Estábamos reviviendo la ansiedad y la incertidumbre del año pasado. Una vez más, de la noche a la mañana, nos convertiríamos en malabaristas: madres y padres que a la vez somos profesores —de todas las materias—, coaches motivacionales, y negociadores y monitores de tiempo frente a pantallas. Volveríamos a sentir culpa por no poder desempeñarnos al 100% en nuestro trabajo; por perder la paciencia con nuestros hijos porque estamos en un estado casi constante de estrés, preocupación, irritabilidad, cansancio y ansiedad —especialmente las madres—.

En Inglaterra, antes de este anuncio, habíamos vivido unos meses de una cierta “nueva normalidad”. Algunos niños regresaron al colegio en junio, el resto en septiembre. Durante meses logramos de nuevo concentrarnos en el trabajo por varias horas ininterrumpidas. En mi casa todos empezamos a dormir un poco mejor. La rutina era más clara. Pero también vivimos con el miedo constante del contagio, de recibir un email del colegio avisando que nuestros hijos habían estado expuestos a un caso positivo en su “burbuja”. Aún así, esos meses fueron un alivio.

Pero la mayoría de los padres en América Latina, una de las regiones con las cuarentenas más largas, no tuvieron un respiro hasta las vacaciones de fin de año. Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, hacia noviembre de 2020 más de 97% de estudiantes de la región aún no había regresado a clases. Si aquí ya estamos agotados —con ese respiro de varios meses, y solo cuatro semanas de vuelta al colegio en casa— desde luego en América Latina hay una crisis de salud mental latente en padres y madres.

Así me lo confirmó Claudia Borensztejn, presidenta de la Asociación Psicoanalítica Argentina, quien organizó y puso en marcha una línea telefónica gratuita para atender a personas durante el confinamiento. “Esta pandemia exacerbó todos los problemas”, dice Borensztejn, “los que habían empeoraron, y empezaron a existir otros problemas”. Como los de convivencia, por estar juntos las 24 horas del día. En las llamadas a la línea telefónica, Borensztejn explica, ha notado especialmente el cansancio de la gente: las tareas agotadoras de padres auxiliando a sus niños para el colegio y haciendo home office. “Realmente eso fue muy extenuante”. Y para ella esto era de esperarse, porque con el confinamiento, “los padres y madres no sufren solo el estrés de tener a sus hijos a su cargo, sino la falta de ayuda que antes tenían”. Con las restricciones se perdió la ayuda fundamental tanto de familiares como de trabajadoras del hogar.

Algunos estudios muestran las consecuencias negativas de la pandemia en la salud mental de los padres y cuidadores. Por ejemplo, según una encuesta del Observatorio Psicología Social Aplicada de la Universidad de Buenos Aires, a 180 días de cuarentena en Argentina, más de la mitad de los padres consultados calificó la experiencia de la educación virtual como “negativa” o “muy negativa”. La misma encuesta incluye preguntas sobre cómo los padres perciben el estado de ánimo de sus hijos, pero ninguna explora el estado emocional de adultos que a la vez son padres. La pregunta más cercana indaga en cómo la modalidad virtual ha afectado la dinámica de las relaciones familiares: más de la mitad respondió que “no las cambió”, mientras que 30% dijo que las empeoró.

En América Latina las brechas en tratamiento también son profundas. La Organización Panamericana de la Salud reporta que, en todo el continente, 73.5% de los adultos con trastornos afectivos severos o moderados no recibe tratamiento adecuado. En Perú solo una de cada 100 personas con un diagnóstico de trastorno depresivo reciben tratamiento denominado “mínimamente adecuado”. La ausencia de inversión en esta área es preocupante: el presupuesto de salud dedicado a la salud mental varía entre 0.2% en Bolivia y 8.6% en Surinam. Es urgente reducir esta brecha de tratamiento y aumentar la inversión para enfrentar las secuelas psicológicas que está dejando esta pandemia.

En el grupo de WhatsApp de padres del colegio ya no están mandando tantos memes. Hace unas semanas, una madre preguntó cómo estábamos lidiando con la enseñanza en casa y las respuestas se enfocaron en los niños —algo que no debería sorprenderle a nadie que tiene hijos o hijas—. Atamos su bienestar al nuestro desde que el test de embarazo da positivo. Ahora, más que nunca, el futuro de ellos y ellas puede depender del estado de nuestra salud mental; de que, en medio de esta pandemia, sus padres en particular, y los gobiernos de sus países en general, hagan lo suficiente para que el caos y la incertidumbre no sean las dos palabras que mejor describen sus infancias.



aranza
Utilidades Para Usted de El Periódico de México