Ciencia, Tecnología y Humanidades

El coronavirus y la nueva simbiosis

2021-02-11

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su...

Montero Glez | El País

Cuando se trata el tema vírico, pocas veces se expone la relación simbiótica de los virus con nuestro organismo; pocas veces se dice que la mayoría de los virus son parásitos con una elevada capacidad de simbiosis. Tal es así, que muchos de estos virus acaban formando parte de nuestro ADN. Se integran en nuestras células de tal modo que pasan a formar parte de ellas. Sin ir más lejos, la placenta apareció gracias a la simbiosis que tuvo su origen en un retrovirus endógeno.

Resulta interesante el hecho biológico de adaptación por el cual los dos organismos que intervienen en la simbiosis se benefician mutuamente. De hecho, lo de la “nueva simbiosis” es una de las tantas hipótesis que se lanzan desde los medios de comunicación y que implica que saldremos de esta pandemia adaptándonos a un nuevo orden biológico, una nueva dimensión por la cual llegaremos a convivir con otros microorganismos, beneficiándonos de ellos a la vez que ellos se benefician de nosotros. El parásito se beneficia del huésped y viceversa.

Dicho así, lo de la “nueva simbiosis” suena a novela de ciencia ficción, el género que mejor contempla el mundo. Ya puestos, conviene recordar el relato de Olaf Stapledon titulado Hacedor de estrellas (Minotauro). En él, se nos describe cómo era la vida en las aguas bajas de las costas donde dos especies estaban enfrentadas. Por un lado estaban los “aracnoides” que eran seres que no podían pasar mucho tiempo bajo el agua y, por el otro, estaban los “ictioideos” que no podían salir de ella. No se toleraban. Eran rivales desde el principio de los tiempos. Algo demencial, pues, como cuenta Stapledon, la cooperación podía ser muy beneficiosa para las dos especies, ya que, uno de los alimentos esenciales de los aracnoides era un parásito de los ictioideos.

A pesar de esto, las dos especies lucharon por exterminarse. Tras un tiempo de guerra, los miembros menos belicosos de una y otra especie fueron descubriendo los beneficios de la paz, beneficiándose mutuamente, formando así “interdependencia bioquímica”.

Pocas veces se ha contado así, de una manera tan fantástica y brillante, la simbiosis entre organismos, pues si algo hay que tener claro de toda esta pandemia es que el virus que estamos sufriendo es el efecto de un proceso simbiótico que, en estos momentos, vive su fase bélica como en el principio de los tiempos en el relato de Stapledon, cuando la vida discurría en las aguas bajas de las costas donde los “aracnoides” andaban a la gresca con los “ictioideos” porque no se toleraban.
  
Desde hace tiempo, el ser humano ha dejado de ser parte de la naturaleza, perdiendo así su relación orgánica con ella. El progreso de ciertos rincones de nuestro universo lleva implícita la regresión de otros rincones de ese mismo universo. Los estragos de la devastación ecológica están pasándonos su factura global. De ahí que se esté desarrollando una guerra tan particular en nuestro organismo.

Es un buen momento para recuperar la lectura de Hacedor de estrellas, el bello relato de Stapledon que constituye una de las más altas cimas de la ciencia ficción, y que se proyecta a través de los tiempos para explicarnos cómo podemos superar nuestro presente de una manera didáctica. Tal y como señaló Jorge Luis Borges, “Hacedor de estrellas es, además de una prodigiosa novela, un sistema probable o verosímil de la pluralidad de los mundos y de su dramática historia”.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.



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