Testimonios

¿Qué fue realmente la Cristiada?

2021-04-16

Considero que se trata de una página memorable de historia patria que aún ha de ser...

Por Jaime Septién 

A los 90 años de la finalización de la guerra cristera: ¿Cuál ha sido su significado? Responde el sacerdote e historiador Luis Alfonso Orozco

La guerra cristera o Cristiada (1926-1929) es el conflicto religioso más grave y sangriento de América Latina. Sus consecuencias siguen vivas aún hoy: un conflicto entre el gobierno federal y los católicos mexicanos que decidieron tomar las armas ante la virtual desaparición de la Iglesia y de la libertad de culto.

El sacerdote e historiador Luis Alfonso Orozco participaba en un encuentro organizado por el canal de televisión Mariavisión sobre la guerra cristera. Con este motivo, le entrevistamos para Aleteia:

¿Cómo catalogar la historia de la Guerra Cristera en México?

Considero que se trata de una página memorable de historia patria que aún ha de ser conocida y valorada como merece por los mexicanos.

Por diversas razones la Cristiada se ocultó o se manipuló durante muchos años en la historiografía nacional.

Eso ha contribuido a que sea un tema todavía poco conocido, estudiado y valorado como conviene.

Un dato positivo es que desde la canonización del primer grupo de mártires mexicanos de esa epopeya por san Juan Pablo II, en mayo del 2000, este patrimonio de la historia mexicana ha venido estudiándose y divulgándose más, gracias a la relevancia que tienen los mártires.

Investigaciones históricas

Del año 2000 al presente han aparecido algunos valiosos trabajos e incluso tesis universitarias que ya se han publicado.

¿Cómo ha calado la Cristiada en la conciencia nacional?

Considero antes oportuno hacer unas distinciones en torno a la idea de Cristiada para no confundir su significado.

Hay que distinguir bien estas tres realidades diversas: la Revolución, la persecución religiosa y la guerra cristera.

Una cosa es la Revolución mexicana, de signo bélico y político y que desde 1911 arrastró como un torbellino al país durante algo más de dos décadas.

La persecución religiosa fue uno de los frutos amargos de aquella Revolución, pues unas leyes injustas y ciertos grupos en el poder pretendieron despojar al pueblo mexicano de su alma, que es católica.

Conviene anotar que en aquellos años (1911-1917), el 98 por ciento de la población mexicana era católica.

Fue en aquel ambiente de persecución contra la Iglesia, ocasionado por los gobiernos de la Revolución, cuando surgió la Cristiada o guerra cristera, y cuya fase principal se desarrolló entre 1926 y 1929.

El marco histórico es muy importante para entender lo que fue la Cristiada para no sacarla de su contexto ni reducirla a lo que no fue.

Recuerdo haber leído en algún texto de historia oficial frases como esta: «La guerra cristera fue una rebelión de fanáticos, manejados por el clero, que no quisieron someterse a las leyes»… Nada de eso.

Defensa de la libertad religiosa

Entonces, ¿qué fue?

La Cristiada fue una verdadera epopeya –entendida como gesta heroica- que todavía es poco conocida y valorada en México.

Sin embargo, el heroísmo de nuestros abuelos católicos hizo posible que la Iglesia y la práctica religiosa sobrevivieran a la dura persecución que pretendió borrarlas del territorio nacional.

La historia no debe olvidar este testimonio valeroso de muchos patriotas que los condujo incluso hasta el martirio, gritando el lema sagrado ¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva Santa María de Guadalupe!

Los que participaron en la Cristiada defendieron nuestros valores sagrados y patrios más genuinos.

Este tema debería de ser objeto de estudio y enseñanza en las escuelas, pero no se hace.

¿Cómo entender el factor religioso en la lucha cristera?

El movimiento popular cristero no se puede entender sin la dimensión religiosa que lo animó.

Por un lado, sabemos que se vivía un clima sofocante de persecución religiosa generado por el torbellino de la Revolución.

Y por otro, está la respuesta firme y valiente de muchos católicos mexicanos, que empuñaron las armas en legítima defensa de sus derechos humanos.

Lo hicieron como recurso extremo, y solamente cuando se hubieron agotado todos los medios que se intentaron para tratar de dialogar con el gobierno y encontrar una solución razonada.

Agresión injusta

El gobierno del presidente Plutarco Elías Calles (1924 – 1928) se mostró intransigente ante el tema religioso.

El pueblo mexicano, en su inmensa mayoría católico, se veía bloqueado e impedido por su propio gobierno en el derecho fundamental de ejercer su libertad religiosa.

¡No se trataba de un agresor extranjero, que viniera de fuera para atacar la fe de los mexicanos, sino de dentro y de personas de la misma clase dirigente, es decir de los responsables de velar por el bien público!

Eso sí que era la gran paradoja…

Sí, y por otro lado, lo que más confundía a los perseguidores era precisamente el carácter religioso hasta la médula del pueblo, quien se vio obligado a tomar las armas para defenderse de tan injustas agresiones.

El padre Juan González Morfín publicó un interesante trabajo acerca de la licitud moral de la resistencia armada por parte de los cristeros, en su libro La guerra cristera y su licitud moral.

¿Cuál era la motivación profunda de los cristeros?

Era una motivación religiosa y no política o meramente social.

Esto no excluye que entre algunos cristeros se dieron casos de individuos que actuaron no con buena intención, aprovechando el río revuelto.

Quizá por esto, algunos cuando oyen hablar de cristeros los confunden sin más con revolucionarios de cananas y a caballo, galopando detrás de Zapata o de Villa. Pero no fue así.

Que haya habido casos puntuales de abusos y tragedias, sirviéndose del nombre de cristeros, es un factor humano que la historia constata dondequiera que se dan las revueltas civiles con conflicto de armas y miles de combatientes de por medio.

Hay que contar con ello, pero sin rasgarse las vestiduras.

La Cristiada, 90 años después

A noventa años de distancia, ¿ha sido valorada la Cristiada en su justa dimensión por parte de los católicos mexicanos?

La Cristiada no fue una revuelta más entre las que se dieron en aquellos años difíciles donde se alzaron revolucionarios mitificados: Pancho Villa, Zapata o Carranza.

Fue un movimiento popular – y no una rebelión – de legítima defensa de los católicos, quienes tuvieron que defenderse ante las agresiones de su derecho a la libertad religiosa y a la expresión pública de su fe.

No tuvo un signo político, porque los cristeros no pretendían derrocar al gobierno.

Lo que ellos buscaban era, como ellos decían: «que los padrecitos no sean perseguidos, que podamos ir a Misa y recibir los sacramentos».

Querían y pedían el respeto de sus derechos. Ni tampoco fue promovida por los obispos o el clero mexicano, como también falsamente se ha afirmado con intención de denigrar a la Iglesia.

¿Con los datos que nos proporciona la historia, se constata que fue un movimiento popular de laicos católicos mexicanos?

Basta consultar estudios serios como el de Jean Meyer, autor de La Cristiada, quien además fue pionero en esta investigación histórica.

De aquel sujeto popular de hondas creencias católicas, surgieron los defensores de la fe.

Contexto de la guerra cristera

Es importante situar los hechos en su justa dimensión para no reducirlos injustamente, ni confundirlos de manera ingenua o culpable, como cuando hay detrás una clara intención descalificatoria contra la Iglesia y los católicos.

Aquella fue una época de héroes y de mártires, que fueron sinceros patriotas; algunos tan poco conocidos como Jesús Degollado Guízar, quien fuera el último general del ejército cristero.

O como el abogado mártir Anacleto González Flores, ya beatificado en 2005, o como la heroica hermana de santo Toribio, María Quica Romo.

Pero aunque la historia no les hiciera justicia y rehabilitara su memoria, para colocarlos en el lugar que merecen dentro de la historia nacional, Dios sí les tiene en cuenta sus sacrificios y les ha dado el premio que sólo el Creador puede otorgar a sus servidores fieles.

Martirio ante la prensa

Sigue habiendo una enorme confusión sobre la salida del conflicto en 1929, los llamados “arreglos”, ¿no es así?

La salida del conflicto cristero, «los arreglos» de 1929, implicaron una simulación del Gobierno de (Emilio) Portes Gil, quien no cumplió lo prometido a los dos obispos representantes de Iglesia, y cuyas consecuencias fueron especialmente dolorosas para los cristeros.

Está el tema espinoso de los “Arreglos” de junio de 1929, el cual gracias a la apertura de los Archivos Vaticanos sobre el pontificado de Pío XI, ha ido arrojando más luz.

Del tema todavía hay mucho que aclarar, por lo que está ahora en manos de los estudiosos.

Por mi parte, desde una panorámica más general, considero oportuno tener en cuenta algunos puntos de reflexión.

Primero, a los obispos mexicanos –que se encontraban expulsados del país en aquellos momentos– y a la Santa Sede les preocupaba mucho el hecho de que el pueblo católico llevaba ya tres años privado del culto y del ministerio de sus sacerdotes.

Éstos vivían escondidos porque el gobierno mataba a los sacerdotes que lograba capturar.

En los tres años de la guerra cristera se dieron cerca de cien martirios de sacerdotes.

El caso más famoso fue el fusilamiento del beato mártir jesuita Miguel Agustín Pro, llevado a cabo en la Ciudad de México en noviembre de 1927 y ante numerosos reporteros de prensa.

Su martirio fue conocido en muchos países, y con ello se supo también de la persecución religiosa que padecía México.

Los católicos, traicionados

¿Cómo se llegó a “los acuerdos” entre la Iglesia y el gobierno de Portes Gil?

En mayo de 1929 se empezó entonces a hablar de llegar a algún acuerdo con el gobierno, que ya no estaba en manos de Calles sino de su sucesor, Emilio Portes Gil.

Así pues, el cese formal del conflicto se dio en junio de 1929, con los llamados “arreglos” entre el gobierno de Emilio Portes Gil y sólo dos representantes del episcopado mexicano: el obispo de Tabasco Pascual Díaz y el arzobispo de Morelia Leopoldo Ruiz y Flores.

Estos actuaron de buena fe, confiados en la palabra del ejecutivo, aunque de modo precipitado porque no pudieron consultar antes a otros obispos mexicanos en el exilio.

Todo esto se llevó deprisa, a instancias del entonces embajador estadounidense Dwight W. Morrow, banquero y diplomático, protestante, pero a espaldas de los insurrectos, por lo que significó para muchos combatientes cristeros convencidos, una traición.

Con unos acuerdos vagos, basados sólo en promesas del ejecutivo, lo que resultó después fue que ambos obispos fueron engañados y el gobierno no cumplió su palabra. Por tanto, no hubo simulación o engaño por parte de la Iglesia.

¿Qué pasó con los combatientes cristeros?

La mayoría depuso las armas obedeciendo las órdenes de la jerarquía católica, mientras que otros –los menos– continuaron en la lucha para defender la propia vida.

Porque una vez que entregaron las armas comenzó la cacería y asesinato vil de los cristeros –sobre todo de los jefes– allí donde se les encontraba desarmados.

Superando el conflicto con la Iglesia católica

Varios veteranos cristeros dan fe de esto en sus respectivas “Memorias”. Como las del general Jesús Degollado Guízar, las de Heriberto Navarrete, autor de Por Dios y por la Patria. O también el testimonio de otro general cristero, José G. Gutiérrez, en su valioso libro Mis recuerdos de la guerra cristera.

El tema de los “arreglos” dejó regadas muchas amarguras, no pocas divisiones y malentendidos…

Ciertamente a noventa años de distancia de los hechos, ahora se cuenta con más elementos históricos para interpretar lo ocurrido y ver los hechos con más serenidad.

Y muy importante: también desde la óptica de la fe puesto que la providencia de Dios está detrás de todos los acontecimientos humanos.

Es la historia y nosotros no podemos cambiar los hechos, sino buscar interpretarlos con objetividad.

Y en el tema del conflicto religioso, con su salida precipitada, hay que leer también un designio misterioso de la providencia de Dios.

Él permitió que así se dieran las cosas, pidiendo el sacrificio de no pocos, pero para un bien mayor. No olvidemos que Dios también escribe derecho con renglones torcidos.

«Arreglos» de muerte

Tras «los arreglos», ¿qué pasó en México?

El modus vivendi anhelado se fue logrando paso a paso, cuando cambiaron los protagonistas del conflicto y llegaron personajes de espíritu conciliador, como fue el presidente Manuel Ávila Camacho (1940 -1946).

Por parte de la jerarquía mexicana hubo un hombre grande y providencial, el arzobispo de México Luis María Martínez, quien supo llevar las riendas con tacto y buenas relaciones diplomáticas.

Él logró encauzar a la Iglesia dentro de su misión evangelizadora tan benemérita para México.

Lentamente, de 1940 hasta 1988 se fue consolidando el modus vivendi, gracias al acercamiento del gobierno de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) con la Santa Sede. Desde este momento, las relaciones diplomáticas entre México y el Vaticano entraron en una nueva etapa más constructiva.

La reforma del artículo 130 constitucional, que otorga personalidad jurídica a la Iglesia y demás denominaciones no católicas, señaló el inicio de esta nueva etapa.

El gobierno del presidente Salinas comenzó a dar pasos aperturistas que culminaron en 1992 con la reforma citada. No todo está resuelto, mas el proceso del diálogo es el camino para resolver los conflictos que se puedan presentar.

Lección de dignidad

– ¿Qué nos dejó, al final de cuentas, la lucha realizada por miles de católicos en México hace noventa años por defender su fe y su derecho?

Son muchos los frutos que dejó la defensa de nuestra fe por los católicos en México, incluso hasta la sangre martirial.

Una Iglesia católica en México unida en torno a sus pastores y sacerdotes, fidelísima al Papa. La devoción muy arraigada a Santa María de Guadalupe, Madre de la nación, que es también signo de unidad e identidad nacional; un florecimiento de vocaciones consagradas y de órdenes y congregaciones religiosas nuevas.

Después de aquella dura persecución, la Iglesia en México adquirió su plena madurez al engendrar hijos mártires, de los cuales ya venera a varios como santos y beatos.

Recordemos que, como premio a la fidelidad de los defensores de la fe, el Papa Juan Pablo II donó a México la canonización del primer grupo de 25 mártires de la persecución – 22 sacerdotes y tres laicos – durante el Gran Jubileo en Roma, el 21 de mayo del 2000.

En fin, ellos nuestros abuelos nos dejaron un ejemplo vivo y admirable de lo que significa defender con valentía algunos de los derechos más sagrados del ser humano, como son la fe y su libertad religiosa.

Hace noventa años nuestros abuelos supieron estar a la altura de las difíciles circunstancias históricas que les tocó vivir, y supieron responder con generosidad, depositando su confianza en Dios.

¿Qué hijos dejaremos a México?

¿Y la enseñanza para este primer tramo del siglo XXI?

En nuestros días, México enfrenta grandes y nuevos retos que amenazan la vida humana desde su concepción, la seguridad y la sana convivencia social.

También la educación moral de nuestros niños y jóvenes, hoy amenazados con falsos programas basados en la ideología de género. Los ataques continuos a la familia y a la institución matrimonial.

Esta es nuestra época y, desde luego, no se trata de emular lo que hicieron los católicos de hace noventa años, porque los tiempos han cambiado.

Pero sí podemos aprender su ejemplo y ser como ellos: católicos valientes y decididos en la defensa de nuestros valores morales, religiosos y patrios para entregar a las nuevas generaciones la misma fe y un México más digno en el cual crecer y vivir.

¿Sabremos estar a la altura?

Cuando papás preocupados se preguntan: ¿qué México le vamos a dejar a nuestros hijos?, más bien deben cambiar los términos y preguntarse: ¿y qué hijos le estamos dejando y preparando para México?



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