Muy Oportuno

Nadar mar adentro

2021-06-25

Es necesario que en el programa hayan orientaciones adecuadas a las condiciones de cada comunidad u...

Por Fabián Ortiz 

El apostolado es esencial en la vida del Cristiano, ya que es una ayuda para crecer en semejanza a Cristo.

Después de un viaje me puse meditar sobre la vida apostólica de un católico comprometido o quizás mejor, un católico con ganas de mejorar un poco la sociedad. Para muchos puede ser un cliché decir esta ultima frase. Pero algo de lo que puedo estar seguro es que es cierto y fundamental ese ímpetu por cambiar el mundo. Muchas veces damos por sentado que ya todo está perdido, sin siquiera mover un solo dedo.

Quiero recalcar y dar énfasis en unos términos. Primero “voluntarios”, según el diccionario castellano significa “Conjunto de personas que se unen a un grupo para trabajar con fines benéficos o altruistas”. Por otro lado, la palabra apóstol, deriva del griego y significa “enviado”.

En el Antiguo Testamento se usa a menudo con este sentido, de que la persona es enviada por la ley y la representa. En el catecismo de la Iglesia #863 dice “Toda Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de San Pedro y de los apóstoles. Toda Iglesia es apostólica en cuanto que ella es “enviada” al mundo entero; y todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío”.

Es decir, yo como católico, por mi fe, puedo creer y estar seguro que yo soy el “enviado” y tengo que descubrir en dónde puedo yo ser de ayuda o servir. La vocación cristiana, por su naturaleza, es una vocación al apostolado. Se le llama apostolado a “toda actividad del Cuerpo Místico que tiende a propagar el Reino de Cristo por toda la tierra”

¿Qué estoy haciendo yo?

Es justo en ese momento que tenemos que saber qué contestarnos, si no sabemos, el papa Juan Pablo II señaló unos lineamientos muy importantes para poder llevar esto a cabo. En la Carta Apostólica del Nuevo Milenio, Juan Pablo II expresa que hay una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestros tiempos.

Y esa fórmula, más bien es una persona,  es Cristo y la certeza que Él nos da. No se trata de inventar un programa, ¡el programa ya está!; y ha sido el de siempre. Nombrado en el Evangelio, se centra en Cristo mismo. Al que hay que conocer, amar e imitar para vivir con Él la vida y transformarnos. “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” Mt 28, 20

Tres cosas importantes: celo apostólico, dejarse guiar por el mismo Cristo y preparación pastoral.

Es necesario que en el programa hayan orientaciones adecuadas a las condiciones de cada comunidad u objetivo. Por eso uno debería discernir ”¿qué hago yo?”. Ver lo que me gusta y en lo que soy bueno. Hay que tener ese celo apostólico: identificarse con Cristo y su amor ardiente hacia la humanidad. Hay que sentirse contagiado por ese deseo apasionado de luchar y extender el Reino de Cristo.

Este plan de vida es una ayuda para crecer a semejanza de Cristo en mi propia vida. Sin un plan no podemos seguir un rumbo. Este es un plan que debe ser personal, es decir, hecho para cada persona y es único. No puede ser transferible. Debo empezar a hacerlo lo más pronto posible. Dios no va a bajar y decirme “Esto es lo que tienes que hacer”.  Debe hacerse en momentos de silencio y oración íntima con Él y con mucha reflexión, donde me guío por el Espíritu Santo y me dejo llenar por su iluminación. Es decir, trato de hacerlo durante algún retiro espiritual o ejercicios espirituales, que es cuando Dios nos da más respuestas. Y  por último, debe estar aprobado por mi orientador o director espiritual o algún sacerdote amigo.

No nos quedemos desde fuera o de lejos, nademos mar adentro en nuestra vida espiritual y moral. Formemos programas de vida que nos edifiquen y nos hagan ser mejores y así poder llegar a la santidad. Y podamos gozar de esa felicidad eterna que tanto ansiamos y anhelamos.



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