Entre la Espada y la Pared

Los videoescándalos de corrupción cercan a los hermanos de López Obrador

2021-07-12

En el universo maniqueo delineado por la retórica del presidente López Obrador, los...

Carlos Loret de Mola A., The Washington Post

Un segundo hermano del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, fue captado en video recibiendo dinero en efectivo clandestinamente.

En agosto de 2020, el primer videoescándalo familiar de López Obrador fue el de su hermano Pío, quien aparecía recibiendo 400,000 pesos mexicanos (equivalente a 20,000 dólares, aproximadamente) y diciendo que eran para la campaña de su hermano Andrés Manuel. David León, un operador del gobierno del estado de Chiapas, quien se volvió después figura estelar del gabinete obradorista, entregó el dinero y grabó el video. La “explicación” del presidente mexicano se volvió un meme: no era corrupción, eran “aportaciones para fortalecer el movimiento”.

Once meses más tarde, vemos a Martín Jesús López Obrador recibiendo del mismo personaje 150,000 pesos mexicanos (7,500 dólares aproximadamente) en fajos de billetes y hablando también de que el dinero era para su hermano. La reacción del presidente: se trata de un “trato personal”, un préstamo. Brotaron de nuevo las burlas.

En ambos casos, las torpes excusas presidenciales han sido acompañadas de una ráfaga incesante de calumnias, insultos y descalificaciones contra el periodista que lo publicó, yo. La reacción oficial no buscó explicar esos hechos ni aplicar una elemental rendición de cuentas sobre ellos sino atribuir intenciones deshonestas a los medios que los revelaron. Así, exhibe que su postura sobre la corrupción tiene dos caras: si los involucrados pertenecen a su familia o a su movimiento político, son exonerados de antemano; de otra forma, son condenados sin investigar.

Es un sello de la casa. López Obrador le dedica más tiempo a tachar a la prensa de corrupta, conservadora, e incluso golpista, que a abordar seriamente las crecientes noticias que radiografían que su administración es un estrepitoso fracaso en prácticamente todos los frentes: lucha anticorrupción, manejo de la pandemia, economía y seguridad pública.

Le gustaría que no se supiera del estado de desastre en que ha puesto a la administración pública, la forma como ha destruido las capacidades del Estado para atender a la ciudadanía. Los homicidios han marcado niveles récord en lo que va de su sexenio, México tiene casi 250,000 muertes estimadas por la pandemia, según cifras oficiales, y la crisis económica ha dejado 13 millones de pobres más.

En el universo maniqueo delineado por la retórica del presidente López Obrador, los hechos que documenta el periodismo son “ataques”. Es el mejor retrato del pensamiento autoritario que sostiene toda la visión política de López Obrador. No es un demócrata. Nunca lo ha sido.

Los videos de Pío y Martín López Obrador, grabados en 2015, impactan en línea de flotación de su hermano Andrés Manuel, quien llegó al poder dándose ínfulas de puro, un político austero que vive con 200 pesos (10 dólares) en la cartera, decidido a terminar con la corrupción que por décadas ha marcado a México. Pero estos videos desmienten las banderas políticas del obradorato.

Los dos hermanos explican en sus videos que la recepción de recursos clandestinos forma parte de una serie de operaciones con dinero en efectivo, programadas y calendarizadas. Ambos mencionan que el dinero es para su hermano —entonces el principal líder opositor del país— y para su campaña. En México, todo partido político que reciba recursos en efectivo debe reportarlo a la autoridad electoral. De acuerdo con nuestras investigaciones, Morena no declaró lo recibido por los hermanos del presidente.

Dos videos de dos hermanos del mismo presidente haciendo lo mismo. En ambos casos, López Obrador ha dicho que debe investigarse. Sin embargo, un año después del videoescándalo de Pío, no ha habido ningún avance de ninguna investigación. Lo que sí sucedió fue que el hermano del presidente me demandó por publicar esas imágenes inculpatorias.

Pero algo que sí ha avanzado es la campaña sistemática desde el poder presidencial contra el periodismo que lo denuncia y exhibe. López Obrador ha llegado al extremo de incluir una sección fija en sus conferencias oficiales matutinas dedicada a desacreditar a los periodistas que no le aplaudimos ni cantamos la gloria de su gobierno. De señalarnos y ponernos en la picota para que sus huestes digitales y mediáticas embistan, amenacen, amedrenten.

No, no es un chiste de un gobierno pintoresco. Son zarpazos del poder contra la primera de las libertades imprescindibles para que exista democracia: la de expresión. Es una política de hostigamiento inadmisible en cualquier sistema democrático.

López Obrador odia —e incita a los suyos a odiar— a los periodistas, porque no quiere que publiquemos la información que deja al desnudo su discurso triunfalista frente a la realidad de un gobierno sin logros y con muchos desastres.

Por eso se esmera en poner a los periodistas en su lista de objetivos a atacar, antes que a los criminales, los narcotraficantes, los asesinos, para los cuales tiene “abrazos, no balazos”.

El presidente odia el periodismo porque es el antídoto más poderoso contra la propaganda, su especialidad, y porque pone frente a la sociedad el desastre administrativo y el fracaso de los grandes planes que anunció para acabar con la inseguridad, mejorar la situación económica de los más pobres, erradicar la corrupción, respetar los derechos humanos y constituir un gobierno democrático y justo.



Jamileth
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