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Unos Juegos Olímpicos sin público es la decisión correcta. Pero ilustra el costo continuo del COVID-19

2021-07-12

Los organizadores anunciaron el jueves 8 de julio que ningún espectador podrá acceder...

Eugene Robinson, The Washington Post

El famoso lema olímpico, traducido del latín, es “más rápido, más alto, más fuerte”. A los juegos de Tokio, que comenzarán con la ceremonia de inauguración del 23 de julio, deberíamos agregarle una cuarta exhortación: más silencioso.

Mucho más silencioso. De hecho, los organizadores anunciaron el jueves 8 de julio que ningún espectador podrá acceder a los eventos a realizarse en la capital japonesa y sus alrededores. La decisión se tomó tras el anuncio del primer ministro japonés, Yoshihide Suga, de decretar a Tokio en estado de emergencia debido al aumento de las infecciones de COVID-19 provocadas por la peligrosa variante delta. Es la decisión correcta, pero sigue siendo un duro recordatorio de todo lo que hemos perdido y nos falta por perder en esta pandemia en curso.

Pensemos en los poderosos clamores que siempre han acompañado a los icónicos momentos olímpicos.

Una ola de sonido siguió a Usain Bolt por la pista cuando se distanció de los demás y estableció un récord mundial en los 100 metros planos en Pekín 2008. De hecho, la multitud fue aún más ruidosa cuando lo hizo de nuevo en Londres cuatro años más tarde.

Aunque los espectadores son por lo general relativamente silenciosos durante las rutinas de gimnasia para evitar distraer a los competidores, fue emocionante escuchar a los fanáticos estallar de alegría y alivio cuando Simone Biles culminó con éxito los elementos que le hicieron ganar cuatro medallas de oro en Río de Janeiro y que la establecieron como quizás la mejor gimnasta de todos los tiempos.

Quizás Michael Phelps no haya podido escuchar a los espectadores y fanáticas que lo animaban mientras cortaba el agua en su camino a ganar la increíble cantidad de 28 medallas en varias ciudades de todo el mundo, pero el resto de nosotros sí pudimos.

Imaginemos que esos momentos hayan sucedido en silencio.

Las y los atletas olímpicos de élite ya han tenido que soportar duras pruebas. Cuando la pandemia del COVID-19 pospuso los Juegos Olímpicos de 2020, tuvieron que repetir ciclos de entrenamiento agotadores y cronometrados con precisión, teniendo en consideración nuevas lesiones, nuevos competidores y otros eventos de vida.

Quienes logren clasificar a Tokio competirán sin el impulso psicológico de las gradas. ¿Marcará eso una diferencia en los resultados? Hay atletas que, claramente, juegan para el público y se alimentan de su energía. Otros tienen un enfoque más introspectivo y parecen ser capaces de desconectar todo a su alrededor.

Nosotros, que veremos los Juegos Olímpicos desde lejos, también perderemos algo importante. Los Juegos Olímpicos son uno de los dos megaeventos deportivos cuatrienales —La Copa Mundial de fútbol es el otro— que convierten clichés como “la emoción de la victoria” y “la agonía de la derrota” en auténticas celebraciones de nuestra humanidad compartida. Todos podemos disfrutar el heroico triunfo de algún competidor desconocido de un lugar remoto del que apenas hemos oído hablar. Todos podemos sentir el dolor cuando algún valiente participante que no era favorito para ganar cae derrotado por muy poco.

Incluso las ceremonias de inauguración de los Juegos Olímpicos, por muy kitsch que puedan llegar a ser, son inspiradoras debido a un rito perenne: el desfile de atletas dentro del estadio. Me encanta que cada nación tenga su momento en el centro de atención, no solo las potencias como Estados Unidos y China, con sus cientos de atletas que portan prendas deportivas de diseñador. Países pequeños como Bután, Kiribati o la Comoras, que quizás no tienen suficientes personas compitiendo como para llenar una minivan, desfilan de igual manera, agitan sus banderas y son bienvenidas y bien recibidas por los fuertes vítores de una multitud a casa llena.

La lentitud de Japón en su proceso para vacunar a su pueblo contra el COVID-19 es la causa de este repentino silencio. Solo alrededor de 15% de la población japonesa está completamente vacunada, y eso luego de un gigantesco esfuerzo en las últimas semanas para inyectar dosis a la mayor cantidad posible de personas. La nación hizo un buen trabajo manteniendo bajas las cifras gracias al uso de cubrebocas y otras medidas profilácticas: Japón solo ha tenido alrededor de 800,000 casos y menos de 15,000 muertes. Pero la baja tasa de vacunación ha dejado al país especialmente vulnerable a la variante delta más transmisible.

La población japonesa está consciente de los riesgos: el mes pasado, una encuesta de Fuji Television reveló que 30.5% de quienes la respondieron creía que los Juegos Olímpicos debían cancelarse, mientras que otro 35.3% afirmó que la competición debía celebrarse pero sin público.

La NBA y otras ligas deportivas de todo el mundo ya han demostrado que sí es posible tener competiciones razonablemente satisfactorias sin público en las gradas. Sin embargo, la audiencia televisiva de muchos eventos deportivos ha disminuido, quizás porque es evidente que algo falta. Miremos los emocionantes playoffs de la NBA de este año, con estadios repletos de aficionados enérgicos y contrastémoslos con los playoffs sin fanáticos del año pasado. No hay comparación.

De todos modos, veré los Juegos Olímpicos. Espero que veamos emocionantes finales de fotografía y nuevos récords mundiales. Estoy listo para aplaudir cuando la pequeña delegación de Kiribati entre al estadio ondeando su bandera.

Sin embargo, durante todo el evento, miles y miles de asientos vacíos me recordarán que la crisis del COVID-19 no ha terminado. Ni por asomo.



Jamileth
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