Reportajes

“No tenemos nada”: la lucha por sobrevivir en el epicentro del terremoto en Haití

2021-08-19

La palabra “nada”, no tener nada, adquiere otra dimensión en el epicentro del...

Lorena Arroyo | El País

Los Cayos (Haití) - El martes por la noche, cuando la tormenta tropical Grace azotaba la ciudad más golpeada por el terremoto en Haití, muchas familias arrancaron las carpas bajo las que dormían para ponérselas encima y protegerse de la lluvia, cuenta ahora Civile Yoleine, bajo el sol abrasador del mediodía, en el estadio de fútbol que ahora es su casa y la de cientos de familias. “Yo perdí mi casa y aquí no tenemos nada. El Gobierno no ha venido y no tenemos nada para darles de comer a los niños”, dice Marcelina Pierre a su lado. Hasta este sábado, Pierre y Yoleine eran solo vecinas de Los Cayos, una ciudad de unos 90,000 habitantes en la costa suroeste del país, pero el sismo de magnitud 7,2 las ha convertido en compañeras de carpa y de desamparo.

La palabra “nada”, no tener nada, adquiere otra dimensión en el epicentro del terremoto que, según el Gobierno, ha dejado ya cerca de 2,000 víctimas y 7,000 heridos. Sus calles son ahora hileras de escombros de casas y negocios destrozados. Mientras las mujeres conversan, un grupo de hombres discute en el centro del campo cómo repartir la ayuda cuando llegue. Discuten cómo repartir lo que no tienen: por el momento, la asistencia se ha limitado a algunos camiones cargados de bolsas de agua, algún que otro alimento y carpas de nylon. Fuera, miles de personas siguen durmiendo a la intemperie porque sus casas se han destruido o porque tienen miedo de que no aguanten los cientos de réplicas que se han multiplicado desde el sábado.

“No tenemos agua potable, no tenemos con qué lavarnos. No hay qué comer, incluso si tienes dinero porque el mercado también está destruido”, se queja Charly Gonouse, un ingeniero jubilado de 72 años delante de la que era su casa en la comuna rural de Cavallion, a 16 kilómetros de Los Cayos. La estructura de cemento donde vivía colapsó completamente y ahora el techo plano de concreto ha quedado en forma de sombrero sobre los escombros y las que eran sus cosas. ”¿Qué vamos a hacer? Aquí no tenemos Gobierno. Nos ayudamos entre nosotros. Es lo que tenemos como cualidad en Haití, aun cuando no tenemos nada”, afirma el hombre.

El terremoto del sábado fue más potente y superficial que el de 2010, que dejó más de 200,000 muertos y un trauma colectivo en el país que se remece con cada nueva tragedia. Los expertos coinciden, sin embargo, en que el hecho de que este terremoto tuviera su epicentro en la costa suroeste, en un área mucho menos densamente poblada que la capital, que sufrió el temblor hace 11 años, lo ha hecho mucho menos mortal. Pero las autoridades han advertido de que la cifras de víctimas hasta ahora son un balance muy parcial. Algunas de las comunidades afectadas han pasado días sin comunicación debido a cortes de carreteras provocados por los deslizamientos de tierras.

Según el último parte ofrecido por la dirección de protección civil el martes, han contabilizado unos 1.941 muertos, 6,900 heridos, cerca de 61,000 casas completamente destrozadas, más de 76,000 con daños considerables y numerosos edificios públicos como hospitales, iglesias, escuelas y hoteles colapsados.

El Hospital General de Los Cayos sigue en pie tras el terremoto, pero sus instalaciones son un reflejo de las crisis interminables que vive Haití, el país más pobre de América Latina, que lleva años sumido en un caos político, económico y social. En el centro de salud, las camas y colchonetas con personas heridas, con fracturas y contusiones se amontonan en las salas y se extienden hasta los pasillos exteriores, mientras los familiares tratan de aliviarlos abanicándolos con toallas. Un pastor va gritando alabanzas de cama en cama.

En una de las camillas está Ylet Gertha, una mujer de 25 años con una pierna quebrada que en el terremoto del sábado perdió a una hija de 10 años, a sus padres y a una hermana. Ahora, su mayor preocupación es cómo alimentar a su otro hijo de seis años y a la hija de su hermana, que se ha quedado huérfana. Mientras ella está en el hospital, los niños sobreviven gracias a la ayuda de familiares y amigos. “Dios sabe lo que hace”, dice la mujer con expresión tranquila. Es primera hora de la tarde y ella cuenta que aún no ha comido nada.

Mientras, los doctores y enfermeros continúan la maratón que empezó el sábado. “La situación estaba muy mal, pero conseguimos controlarla”, asegura Anthony Titus, un médico que trabaja en el área de urgencias, que no se ha ido del hospital desde el día del terremoto: por el día atiende heridos y por la noche trata de descansar en el exterior. “Hemos recibido ayuda, pero necesitamos más. Necesitamos camas, tiendas, material ortopédico”, añade.

Las autoridades estiman que cerca del 40% de los 1,6 millones de habitantes que viven en los tres departamentos más afectados por el sismo (Sur, Grand’Anse y Nippes) requieren de asistencia humanitaria. La oficina del primer ministro, Ariel Henry, ha reconocido que la situación es “muy preocupante” por las necesidades humanitarias urgentes y ha prometido “una mejor coordinación para distribuir la ayuda con eficacia”.

Mientras, continúan llegando equipos de rescatistas y ayuda internacional. Este miércoles, un grupo de expertos colombianos en operaciones de búsqueda ha comenzado a trabajar en la ciudad de Jérémie, otra de las más afectadas. Además, un helicóptero del ejército estadounidense está ayudando a trasladar a los pacientes en estado crítico y un buque de la Armada con equipo quirúrgico apoyará con la atención médica. “Los equipos de salvamento siguen al pie del cañón en los tres departamentos más afectados y van a ser reforzados por otros extranjeros que se están desplegando”, se lee en un comunicado de la Dirección de Protección Civil publicado el martes, en el que también informan de 34 personas que encontraron con vida entre los escombros en los últimos días: una luz para contrarrestar el peso abrumador de la nada.



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