Editorial

¿De qué se ríe el presidente?

2021-10-18

El jueves y hace trece meses la burla y las risas del presidente eran para machacar la credibilidad...

Salvador Camarena | El País

Hubo una refriega en Dos Bocas, el proyecto favorito de Andrés Manuel López Obrador. Las fotos de los heridos, a manos de policías, circularon en redes sociales y medios electrónicos durante todo el miércoles y salieron en la prensa del día siguiente. Al abordar el tema, el presidente rio. ¿De qué se ríe el presidente?

Trabajadores que construyen una refinería para el Gobierno federal fueron a paro el martes. El día siguiente, con gases y, dicen, balas de goma policías locales dispersaron a los inconformes. Videos y fotografías del choque muestran a personas heridas. Un ojo reventado, un abdomen agujereado, una pierna ensangrentada, decenas de gaseados.

El tiempo, lugar y modo resultan preocupantes. AMLO ha prometido que nunca dará orden de reprimir. La protesta de los trabajadores era pacífica. A pesar de ello, en el segundo día del paro les lanzaron proyectiles y gas. Hay reportes de que en el sitio de la refriega estaba la Marina. Imágenes que recuerdan otras (malas) épocas. ¿Qué ocurrió?

La respuesta del Gobierno federal es, primero, negar oficialmente la legitimidad del reclamo. Son un grupito, dice la encargada de la obra Rocío Nahle, titular de Energía. En segundo lugar, la funcionaria se burla en Twitter del expresidente Calderón, que había reclamado por el operativo. La mofa alude a que el panista no pudo construir una refinería en Tula. El tuit tenía ayer más de 13,700 reacciones. Supongo que la secretaria está feliz. ¿Y los heridos?

El jueves en la mañanera la primera pregunta no fue sobre la sangre que corrió en Dos Bocas. Faltaba más. Fue sobre la reforma eléctrica que impulsa el presidente. Habrá que repetirlo todo lo que haga falta: porque lo que pasa en las mañanas en Palacio Nacional, aunque de repente haya ahí periodistas que preguntan, no es una rueda de prensa. Pero volvamos al tema. Es el propio Andrés Manuel quien saca pronto el asunto de Dos Bocas.

“Ayer, con lo del enfrentamiento de trabajadores y la intervención de la policía en Paraíso, en Dos Bocas, bueno, pues ya hablaban de un muerto. Y están, pero muy deseosos de que haya tragedia, de que nos vaya mal. Son tiempos de zopilotes”, dice al criticar al diario Reforma, uno de los varios que traía en portada la refriega en la refinería.

El presidente pide —con el muy manido truco de “¿no tienes por ahí…?”— la portada de Reforma. En segundos ya se está exhibiendo la imagen que demandó. Lee los titulares. Con el tercero, que destaca la usurpación de funciones del padre de quien este viernes asumía la gubernatura de Guerrero, el presidente suelta la carcajada al leer que ahora a tal personaje le dicen Papá Félix. “Ja, ja, ja. Ya no es el toro sin cerca”, celebra López Obrador. La estenográfica no consigna las risas. Veremos si la de este viernes incluye los balidos literalmente proferidos en la mañanera por el jefe del Estado mexicano.

¿De qué se ríe el presidente? No. No se rio de los trabajadores heridos, eso está claro. Como tampoco en una vez anterior —18 de septiembre de 2020— se rio de las masacres, tema que en tal fecha tenía en su portada el mismo diario y ocasión en que también AMLO soltó una sonora carcajada.

El jueves y hace trece meses la burla y las risas del presidente eran para machacar la credibilidad de cualquier disenso, de todo reclamo: son sus herramientas para, diría alguien hace unos días en un ámbito privado, enfriar todo tipo de muertos, enfriar escándalos y críticas.

Controlar la conversación

Aun en el viejo régimen priísta, exitoso como era para censurar los medios y restringir el acceso a la información, los gobernantes eran conscientes de que tenían que controlar la conversación.

Monitoreaban lo que se decía en prensa, radio y televisión, pero también lo que se oía en la calle, las universidades, partidos y sindicatos y —por supuesto— en los clubes empresariales. El sistema se esmeraba en construir la verdad oficial tanto como en detectar y atajar versiones, e incluso rumores, que podrían socavarla.

López Obrador emplea un método distinto para adueñarse del debate. Acapara la conversación difundiendo por igual su propaganda y los argumentos de sus opositores. Sabedor de que el control de toda la prensa es imposible en los tiempos de internet, opta por un modelo de comunicación pública donde nunca compartirá foro con sus adversarios, pero exhibirá sus cuestionamientos para devaluarlos, para reducirlos a expresiones de quienes resisten el cambio porque “perdieron privilegios”.

Es un truco hasta ahora exitoso. El presidente mexicano argumentará que nunca otro gobierno antes que el suyo ha promovido tanto el debate, el contraste como dice él, pero la realidad es que las voces oficiales y las críticas rara vez se encuentran, ocurren en espacios distintos, en canales excluyentes; sordas cajas de resonancia en que se expresan audiencias segmentadas.

La fórmula de AMLO para que no haya trasvase sustancial entre esas audiencias es hablar él mismo de lo que dicen sus oponentes. Claro, no los cita, los tergiversa. Más que retomar los argumentos, los ridiculiza. Se ríe de ellos. Una risa que descalifica, que en democracia nada construye.

Y una risa que, sin embargo, sí constituye una burla a los temas serios: a masacres en la ocasión de septiembre del año pasado, a trabajadores heridos en una obra gubernamental el miércoles, y a la posibilidad de que su gobierno rinda cuentas.

Aunque el presidente no se rio directamente de los trabajadores que recibieron balas de goma, al no otorgar en público a ese tema el nivel de seriedad que requiere, al tratar con indebida ligereza asunto tan delicado, se ríe de los heridos y sus demandas. Y también se ríe de quienes piensan y reclaman, con elemental lógica democrática, que el gobernante ni puede ni debe subestimar hechos en donde autoridades policiacas chocan con ciudadanos.

En cada ocasión en que el presidente ría de un medio que publica malas noticias, del argumento de un opositor, de un ciudadano que demande atención, de una sociedad espantada por imágenes en las que trabajadores huyen de balas de goma y gas lacrimógeno, se cancela la posibilidad de que los mexicanos compartan ese espacio llamado lo público.

Se achica el foro para el debate hasta expulsar del mismo a los que no celebran cada risotada, o balido, de aquel que está llamado a medir sus expresiones porque de él se espera, no solo que sea garante para el deslide de responsabilidades en hechos donde hay violencia, sino evitar toda conducta que pueda incitar a que otras autoridades renuncien a su obligación de estar, antes que nada, atentos a los reclamos.

La risa de López Obrador frente a quienes considera sus adversarios erosiona el espacio común donde acordamos que el poder de una persona es transitorio y que debe ajustarse a reglas donde el mandatario tiene responsabilidades más que derechos. Pero a AMLO le importan más los segundos. Se pone a él mismo como prioridad, y nunca a los demás.

El ejemplo más reciente de cómo siempre todo lo conjuga en primera persona fue su renuncia, la semana pasada, a asistir al Senado para atestiguar, de manera solemne, la entrega de la medalla Belisario Domínguez, que por si fuera poco recaía en doña Ifigenia Martínez, una de sus más añejas y respetadas valedoras.

Ni en esa coyuntura Andrés Manuel fue capaz de quitarse la manía de intentar ser el centro de todo. Ni el justo homenaje de Estado a una mujer que ha trabajado para la democracia durante décadas valió para él el esfuerzo de ser institucional antes que egocéntrico.

Para rehuir el bulto de la tradición que marca que los presidentes acuden al Senado, por si fuera poco, recurrió a otra artimaña: el que todos los días descalifica argumentó que no asistiría a la ceremonia de la Belisario para no exponer la investidura. Risa o desdén, sus dos poses para cancelar el diálogo, y para controlar la conversación.

Por esas vías es que ha anulado lo que había sido, desde los tiempos de la corriente democrática priísta que precisamente encabezó Ifigenia, la incipiente cultura de sujetar al presidencialismo a obligaciones con expresiones políticas ajenas a su partido. La risa y el desdén han sido instalados como las únicas respuestas gubernamentales.

Tras tres años de recurrir a esas llaves ante todo apremio, se va volviendo costumbre no esperar del gobierno una explicación, una promesa de investigación, un refrendo de que estarán a la altura de sus obligaciones. Lo mismo si no hay medicamentos que si nos dejan sin gasolina.

Porque ahora pasó en Dos Bocas, pero antes pasó en el IMSS de Tula. Mueren 14 pacientes por el negligente manejo de las consecuencias de una nada sorpresiva inundación de ese poblado de Hidalgo, y el gobierno pasa página con apenas un “qué pena por los muertos”.

Tragedias como las de la Guardería ABC son, una década después, llagas abiertas. Y así tiene que ser: qué país sería ese en el que 49 niños mueren en un incendio de una guardería subrogada por el IMSS sin que al menos todo el sistema saque de la tragedia las debidas lecciones, gestione cuidado y reparaciones a las víctimas y se asuma por todos los gobernantes el compromiso de la no repetición.

De los hechos de Tula, ¿habrá lecciones en el IMSS o incluso más allá, a nivel estatal en Hidalgo, o para el gobierno federal en términos de protección civil? Si no hay presión social, si se desactivan los reclamos, si se responde con risa o desdén, si en una palabra no hay costos para los del gobierno entonces no habrá aprendizaje y se aleja la posibilidad de que mañana funcione la prevención.

De las muertes por la caída del Metro en mayo pasado, ¿habrá consecuencias reales y para aquellos con las responsabilidades públicas y privadas de que la Línea 12 no fallara? O se irán contra los soldadores y lograrán enfriar la irritación por los muertos de esa negligencia.

El presidente se ríe de que muchos crean que después de un día como el miércoles, donde en una de sus obras emblemáticas hubo heridos a manos de policías, él iba a tomarse en serio que eso no debió haber pasado.

Se carcajea de que crean que se va a dar debido crédito a denuncias de la prensa, a reclamos de activistas, a voces de víctimas, a las demandas para que ejerza el poder atendiendo una problemática realidad que no cabe en los reduccionismos de su propaganda.

El presidente ni siquiera espera a que en la mañanera le pregunten si condena lo ocurrido en Dos Bocas —trabajadores gaseados—, si va a investigar, a hacer lo conducente para que no vuelva a suceder. Porque él, más que una respuesta o un compromiso, tiene risa.



Jamileth