Testimonios

Como era vista la muerte en los tiempos de fe y civilización cristiana

2021-11-16

Y anuncia la fatal noticia a su padre, que estaba en Salzburgo, invocando su sumisión...

Plinio Corrêa de Oliveira

A través de unos breves trechos de cartas escritas por Mozart, podemos apreciar un ambiente social en el cual era posible que los católicos tuvieran una concepción de la muerte muy diferente a la de nuestros días. Su espíritu de fe y dulzura contrasta tanto con nuestro pobre siglo XXI, que no resistí la tentación de reproducirlo.

Mozart tiene 22 años y hace un detallado relato a su padre de sus actividades, antes de felicitarle por su fiesta. Y he aquí que él añade, al final de su relato, esta profesión de fe, que se diría que fue sacada de algún salmo del Antiguo testamento:

“Tengo a Dios siempre delante de los ojos; reconozco su poder y temo su cólera, pero conozco también su amor, su compasión y su misericordia hacia sus criaturas. El no abandonará jamás a sus servidores».

Esta fe muy segura, le vale su serenidad a respecto de la muerte. Algunos meses después de esta profesión de fe, su madre muere en París, a su lado. Escribe entonces:

«Mi querida mamá no está más. Dios la ha llamado a Sí: El quería verla, lo veo claramente, y es por eso que yo me he remitido a la voluntad de Dios. El me la había dado, El podía también tomármela. Dios lo ha querido así».

Y anuncia la fatal noticia a su padre, que estaba en Salzburgo, invocando su sumisión completa y confiante en la voluntad de Dios, añadiendo:

«Su muerte, tan bella y tan simple, me permitió imaginar como ella sería dichosa un instante después. Cuanto ella es ahora mucho más feliz que nosotros, de suerte que yo habría deseado en ese momento partir con ella».

Y más tarde todavía, esta última carta dirigida a su padre, del cual acaba de conocer el estado de salud alarmante:

«Como la muerte es la última etapa de nuestra vida, yo me he familiarizado desde hace algunos años con esta verdadera mejor amiga del hombre, de suerte que su imagen no solamente no tiene ya nada de aterrador, sino que tiene más bien cualquier cosa de tranquilizante y de consolador».

Un poco más adelante en la misma carta prosigue:

«No me acuesto jamás por la noche sin pensar que al día siguiente quizá, aunque yo sea tan joven, no estaré más aquí. Y sin embargo ninguno de los que me conoce puede decir que yo sea apesadumbrado o triste en mi convivencia. Yo agradezco cada día a mi Creador por esta felicidad y la deseo cordialmente a cada uno de mis semejantes”.

Este bello relato me trae a la memoria aquella frase del poeta Rilke:

«Hay que aprender a morir; en eso consiste la vida: en preparar con tiempo la obra maestra de una muerte noble y digna, una muerte en la que el azar no tome parte, una muerte consumada, feliz y entusiasta, como sólo los santos supieron concebir».


 



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