Editorial

¿Por qué una minoría rechaza a López Obrador?

2021-12-01

Por último, para amplificar la comprensión de quienes no han sucumbido ante...

Por Ricardo Raphael | The Washington Post

De acuerdo con una encuesta reciente de Buendía & Márquez, publicada por el diario El Universal, 68% de la población aprueba su gestión. A estas alturas la pregunta pertinente no debería ser sobre las razones que explican la existencia de esa gran mayoría, sino sobre los motivos por los que una minoría se mantiene apartada de la percepción general.

Según la misma encuesta, 22% reprueba el trabajo del presidente. ¿Quién es esa minoría? David Ireland, físico nuclear británico, afirma que las anomalías en su disciplina son un buen motor para estimular a la ciencia. El mismo argumento funciona a propósito del entendimiento de la política. Si no se puede explicar la reprobación, o más concretamente la talla minoritaria de esta, algo importante está faltando para el entendimiento de la popularidad del jefe del Estado mexicano.

El examen del 22% requiere desvestir a esas personas de los ropajes que el propio López Obrador ha impuesto, quien cotidianamente utiliza adjetivos como “neoliberal”, “conservador” y “ultraderechista” para referirse a sus adversarios. Si bien estas etiquetas son eficaces discursivamente, dicen muy poco sobre los grupos detractores.

En México, los tres términos gozan de tan mala reputación que son muy pocos quienes se describirían a sí mismos como tales. Tan probable es que entre los rivales de López Obrador haya personas con valores conservadores o con ideas próximas al neoliberalismo, como que las haya contrarias a tales identificaciones. Entre ellos hay tanta diversidad como entre quienes le apoyan. Por tanto, para comprender la anomalía antilopezobradorista es necesario buscar en otro lado.

Cuando se les pregunta a las personas por su rechazo, estas enumeran políticas que consideran erróneas como la eliminación o falta de apoyos sociales, la carencia de medicamentos y vacunas, la inseguridad o la situación económica. Llama la atención que ninguno de estos motivos concite más de 9% de las menciones. En cambio, la política social de López Obrador obtiene 47% de referencias positivas.

Buendía & Márquez encontró que los años de escolaridad también explicarían parte del rechazo. Concretamente, tener estudios universitarios tendería a influir en la opinión respecto del desempeño presidencial. No obstante, solo 18% de la población adulta mexicana tiene estudios superiores. Por ello la opinión de este segmento pesa poco en el ánimo general.

Los títulos universitarios permiten también ubicar a las personas detractoras dentro de las ciudades grandes, principalmente en Ciudad de México, Querétaro y Nuevo León. El grado de estudios coincide a la vez con ingresos salariales mayores al promedio. Podría por tanto inferirse que, dentro de los segmentos favorecidos económicamente, se comparte el rechazo.

Para completar este perfil sociodemográfico habría que agregar —de acuerdo con otra encuesta— a quienes se identifican como personas empresarias, servidoras públicas y desempleadas. En tales grupos probablemente exista aversión respecto de las políticas de austeridad de su gobierno, que afectan a los funcionarios, así como resentimiento por la falta de apoyo público a las empresas que, debido a la pandemia, atravesaron por una crisis.

A estas profesiones habría que sumar a una gran parte de quienes ejercen el periodismo, la docencia universitaria, la investigación científica o trabajan dentro de organizaciones de la sociedad civil. A todos esos grupos López Obrador les señaló como adversarios mucho antes de que tomaran distancia de él.

Por último, para amplificar la comprensión de quienes no han sucumbido ante López Obrador, también podría ser clave el lazo emocional en cuanto a lo que representa. Si bien el mandatario no se cansa de confirmar su proximidad con “el pueblo”, ese mensaje cala mal entre quienes, por diversas razones, no se asumen como parte de aquello que él entiende como “pueblo”.

El presidente es un inmenso espejo dentro del cual se reflejan muchas y muchos. Pero para que a través suyo la mayoría se proyecte —heroica y magnificada—, alguien debe jugar el papel de antihéroe, de villano. Ese rol lo ha asumido, no siempre por decisión propia, quien se rebela a ser una extensión del cuerpo político lopezobradorista; y este, según su líder, es sinónimo del “pueblo” mexicano.

Desde luego que, entre esas personas, están quienes por razones de clase social perciben amenazado su privilegio —debido al pretendido cambio de régimen—, pero también quienes cuya condición cultural, sexual, social, profesional, geográfica, religiosa o física les ubica como agentes contra-mayoritarios.

En lo fundamental, ese 22% de las personas no rechaza a López Obrador por su gobierno sino por cuanto hace y dice, viste y significa, por su lenguaje y sus modales, sus obsesiones y convicciones: por el texto de imágenes y palabras que despliegan su rol dominante en el escenario público y que los agentes minoritarios no comparten.

A diferencia del resto, el núcleo atómico de la animadversión surge de la ausencia de lazos que anuden emocionalmente con el mandatario. Las personas detractoras son una anomalía política de la época, no tanto por razones ideológicas —como el presidente ha querido argumentar— sino porque son incapaces de reconocerse en su reflejo, fundirse con él, asumir como propias sus singularidades.



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