Muy Oportuno

La revolución como recurso de oposición

2022-02-01

Existe una actitud de prudencia. Muchas veces se da el nombre de prudencia a la cobardía;...

Por: P. Jorge Loring 

Mucho más extrema que la huelga, por la complejidad de implicaciones de todo orden que lleva consigo, es la revolución como recurso de oposición a la injusticia, no limitado ya al campo económico, sino insertado en la línea política.

«La doctrina tradicional católica ha reconocido siempre su legitimidad, cuando se dan determinadas condiciones, como instrumento para liberarse de la injusticia padecida por un pueblo, y siempre que su puesta en marcha represente un mal menor comparado con las consecuencias desastrosas provocadas por el régimen de injusticia establecido en la sociedad».

Y que se hayan agotado todos los otros recursos, haya esperanza fundada de éxito, y sea imposible prever razonablemente soluciones mejores.

A esta posibilidad se refería Pablo VI en la Populorum Progressio (nº 30 y 31): «Hay situaciones cuya injusticia clama al cielo. Cuando poblaciones enteras, faltas de lo necesario, viven en una tal dependencia que les impide toda iniciativa y responsabilidad, lo mismo que toda posibilidad de promoción cultural y de participación en la vida social y política, es grande la tentación de rechazar con la violencia tan graves injurias contra la dignidad humana.

»Sin embargo, como es sabido, la insurrección revolucionaria, salvo en el caso de tiranía evidente y prolongada que atentase gravemente a los derechos fundamentales de la persona y dañase peligrosamente al bien común del país, engendra nuevas injusticias, introduce nuevos desequilibrios y provoca nuevas ruinas. No se puede combatir un mal real al precio de un mal mayor».

Pablo VI, en la tradicional audiencia colectiva del primero de año al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, les dijo en 1967, hablando de la justicia social:

«La Iglesia no puede aprobar a quienes pretenden alcanzar este objetivo tan noble y legítimo a través de la subversión violenta del derecho y del orden social. La Iglesia tiene conciencia, es cierto, de adoptar con su Doctrina, una revolución, si con este término se entiende un cambio de mentalidad, una modificación profunda de la escala de valores».

Tampoco ignora la fuerte atracción que la idea de revolución, entendida en el sentido de un cambio brusco y violento, ejerce en todo tiempo en algunos espíritus ávidos de lo absoluto, de una solución rápida, enérgica y eficaz, como ellos piensan, del problema social, y con gusto en ella verían la única vía que conduce a la justicia.

En realidad, la acción revolucionaria engendra ordinariamente toda una serie de injusticias y de sufrimientos, porque la violencia desencadenada es difícil de controlar y actúa tanto contra las personas como contra las estructuras. No es, por tanto, a los ojos de la Iglesia, una solución apta para remediar los males de la sociedad».

«He aquí otro criterio fundamental que ha de orientar la acción de los católicos en la sociedad: la Iglesia no prohíbe, sino que recomienda a sus fieles que colaboren con todos los hombres de buena voluntad en la construcción de una sociedad más justa».

«No corresponde a los pastores de la Iglesia intervenir directamente en la actividad política y en la organización de la vida social. Esta tarea forma parte de la vocación de los seglares» .

«La diversidad de regímenes políticos es legítima con tal que promuevan el bien de la comunidad».

«La autoridad sólo se ejerce legítimamente si busca el bien común del grupo en cuestión y si, para alcanzarlo, emplea medios moralmente lícitos.

»Si los dirigentes proclamasen leyes injustas o tomasen medidas contrarias al orden moral, estas disposiciones no pueden obligar en conciencia».

«El ciudadano tiene obligación, en conciencia, de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio, pues dice la Biblia que «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres».

«El bien común comporta tres elementos esenciales: el respeto y la promoción de los derechos fundamentales de la persona; la prosperidad o el desarrollo de los bienes espirituales y temporales de la sociedad; y la paz y la seguridad del grupo y de sus miembros».

«Todos los hombres gozan de una misma dignidad».

Los ateos atacan al cristianismo como alienación que atrofia la iniciativa y el trabajo del hombre.

Piensan que el fenómeno religioso es alienante, porque creen que la afirmación de la existencia de Dios aparta al creyente del empeño por la realización del mundo y del hombre, pues lo engaña con la utopía de un paraíso futuro. Pero no es así.

El plan de Dios y el Evangelio dicen que «el hombre es responsable de su desarrollo lo mismo que de su salvación» .

El cristianismo «enseña que la importancia de las tareas terrenas no es disminuida por la esperanza del más allá» . «Por el contrario, obliga a los hombres aún más a realizar estas actividades».

«La obra redentora de Cristo, aunque de suyo se refiere a la salvación de los hombres, se propone también la restauración de todo el orden temporal».

«Pertenece a la misión de la Iglesia emitir un juicio moral sobre las cosas que afectan al orden político cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas».

«La Iglesia, como heredera de la doctrina y de la misión de Cristo, tiene que juzgar, desde el punto de vista moral, las actividades de los hombres. Tiene que dar a sus miembros, por medio de sus maestros, orientaciones morales para que en toda su vida, tanto privada como pública, puedan proceder conforme a la doctrina del Evangelio».

Es evidente que la Iglesia, en cuanto tal, no tiene la función de edificar el mundo temporal.

Pero «se equivocan los cristianos que consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno».

«El plan de Dios sobre el mundo es que los hombres instauren con espíritu de concordia el orden temporal y lo perfeccionen sin cesar».

«El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo, falta sobre todo a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación».

Los seglares no pueden limitarse a trabajar por la edificación del Pueblo de Dios o la salvación de su alma para la eternidad, sino que han de empeñarse en la instauración cristiana del orden temporal.

Por su situación en el mundo, los seglares son los responsables directos de la presencia eficaz de la Iglesia en cuanto a la organización de la sociedad en conformidad con el espíritu del Evangelio.

«Cuando la Autoridad Pública, rebasando su competencia, oprime a los ciudadanos, éstos no deben rehuir las exigencias objetivas del bien común; les es lícito defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de tal autoridad, guardando los límites que señala la ley natural y evangélica».

La denuncia por la denuncia no vale, y menos todavía la denuncia por el sensacionalismo a estilo periodístico.

La denuncia es para la corrección del mal. La prudencia aconsejará si es o no conveniente.

Se han presentado ocasiones en que la jerarquía eclesiástica quería denunciar públicamente situaciones de opresión e injusticia, especialmente en países comunistas, y los cristianos de estos países han pedido que no lo hicieran, porque habría represalias que crearían una situación peor.

Un caso histórico se dio cuando la persecución hitleriana a los judíos; muchos querían que el Papa protestase públicamente.

Y fue mucho más eficaz su trabajo en comisiones y delegaciones, consiguiendo la libertad de muchos judíos. Hecho que fue reconocido y agradecido públicamente por los mismos.

El historiador jesuita francés, Pierre Blet, que ha publicado, en doce volúmenes, los documentos de la Segunda Guerra Mundial conservados en los Archivos Vaticanos, en los que se manifiesta la gran labor humanitaria de Pío XII en favor de los judíos, pero guardando silencio ante el genocidio, dice: «El silencio de Pío XII salvó a muchos judíos de morir en el Holocausto». «Pío XII salvó 800,000 judíos».

«Su denuncia habría impulsado a Hitler a agravar la suerte de los judíos».

Marcus Melchior, rabino jefe de Dinamarca que sobrevivió al Holocausto dijo: «Si el Papa hubiera hablado Hitler hubiera masacrado a muchos más de los seis millones de judíos».

Pío XII pensaba hacer una declaración en favor de los judíos, pero la Cruz Roja se lo desaconsejó, pues Hitler solía responder aumentando la represión.

Un Líder judío italiano apoyó el silencio de Pio XII. Afirma:«Mis padres se salvaron al encontrar refugio en un convento». «Creo que Pío XII sólo podía actuar de la manera en que lo hizo. Sabía que si hubiera tomado una posición oficial contra Hitler las persecuciones se dirigirían también contra los católicos».

Estas han sido las declaraciones de Massimo Caviglia, director de la revista «Shalom», el mensual más difundido y autorizado de la comunidad hebrea italiana. Según Caviglia, el auténtico espíritu del Papa Pacelli (Pío XII) está comprobado por el hecho de que, «en privado, ayudó a los hebreos, dándoles asilo en las estructuras eclesiásticas. Mis padres se salvaron al encontrar refugio en un convento».

«La relación del Papa Pacelli con el judaísmo se convierte cíclicamente en actualidad. Algunos sectores le acusan de haber guardado «silencio» durante el Holocausto. Por su parte, Juan Pablo II siempre ha defendido la labor de su predecesor, hasta el punto de que ha alentado su causa de beatificación.

Para arrojar nueva luz sobre el argumento, sale en estos momentos la edición italiana del libro de sor Margherita Marchione en el que se recogen testimonios de judíos salvados por la Iglesia y el pontífice en aquellos años oscuros. Pío XII «hizo todo lo posible», explica la religiosa. «Basta citar al comisario de la Unión de las Comunidades Israelitas Italianas,quien en "L´Osservatore Romano" del 8 de septiembre de 1945 dice textualmente:

"En primer lugar, ofrecemos un reverente homenaje de reconocimiento al Sumo Pontífice, a los religiosos y a las religiosas que, aplicando las orientaciones del Santo Padre, no han visto en los perseguidos a hebreos, sino a hermanos"».

Renzo de Felice, uno de los historiadores más rigurosos de Italia, hizo la lista de los 150 monasterios de la ciudad de Roma en la que se encontraban escondidos los judíos para defenderse de la ocupación nazi.

La autora del libro no tiene la menor duda: «ante el drama del genocidio, Pío XII no fue un espectador impasible». La documentación que lo atestigua es monumental. «Existen doce volúmenes de documentos del archivo vaticano en el que se ofrece la prueba de que el Santo Padre hizo todo lo que era posible y que los judíos quedaron sumamente agradecidos».

El padre jesuita Peter Gumpel, catedrático emérito de la Universidad Gregoriana y relator de la causa de beatificación de Pío XII, reveló de manera muy precisa: «Al final de la guerra todas las grandes organizaciones judías del mundo, los rabinos jefes de Jerusalén, de Nueva York, de Dinamarca, de Bulgaria, de Rumanía, de Roma, y miles de judíos que sobrevivieron a la persecución manifestaron su aprecio y su gran estima por lo que había hecho por ellos Pío XII».

Precisamente el rabino-jefe de Roma, Israel Zolli, que se bautizó cristiano en 1965, tomo el nombre de Eugenio en homenaje a Pío XII que se llamaba Eugenio Pacelli60.

Dice el P.Gumpel: «Creo que no existe en el mundo una figura pública que haya recibido tantas muestras de agradecimiento y reconocimiento por parte de la comunidad judía como Pío XII».

La editorial Planeta-Testimonio Ha publicado un libro de Antonio Gaspari titulado Los judíos, Pío XII y la leyenda negra con la historia de los hebreos salvados del Holocausto por la Iglesia.

Según el historiador Peter Gumpel, fuentes judías confirman que Pío XII, con su intervención, salvó a 800,000 hebreos.

James Bogle dice que el diplomático israelí Pinchas Lapide alabó al Papa Pío XII en su libro The Last Three Popes and the Jews. Lapide mostró que el Papa salvó más vidas judías que todas las potencias aliadas juntas.

David Dalin, rabino de Nueva York, destacada personalidad en el mundo judío, afirma en un artículo publicado en la revista The Weekly Standard que Pío XII fue el gran defensor de los judíos en la guerra mundial.

Existe una actitud de prudencia. Muchas veces se da el nombre de prudencia a la cobardía; eso es malo. Pero la temeridad agresiva puede tomar el nombre de valor, y también es malo.

Si queremos que la denuncia sea eficaz tenemos que hacerla primeramente con toda la verdad, es decir, que sea verdad lo que denunciamos y estar ciertos de que estamos en la verdad. En segundo lugar, con la verdad de las motivaciones, es decir, que la hagamos por amor a los perjudicados y con amor a los que perjudican.

Hoy se habla mucho de los derechos humanos. Todos los aceptan. Pero no todos los cumplen.

Los derechos humanos se basan en el dignidad de la persona humana. Y la Iglesia es la que más valora al hombre, pues para Ella es hijo de Dios.



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