De Protestas a Propuestas
La integración de Ucrania puede ayudar a la Unión Europea
Benjamin Tallis | Política Exterior
La UE ha abandonado sus esencias en busca de un papel geopolítico más tradicional que no está capacitada para desempeñar. Ofrecer a Ucrania la perspectiva de adhesión podría devolverle su poder de atracción, revitalizando un modelo único en el mundo.
El brutal y no provocado ataque ruso a Ucrania ha propiciado un cambio radical en la política de seguridad europea. Junto con la revolucionaria “Sicherheitswende” (transformación de la seguridad) lanzada en Alemania, el anuncio político que posiblemente haya acaparado más atención es el envío a Ucrania de 500 millones de euros en armas y ayuda militar por parte de la Unión Europea. En una rueda de prensa conjunta con el alto representante de la UE, Josep Borrell, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, habló de “momento decisivo” en la historia del bloque. Borrell añadió que “proporcionar armas, armas letales, asistencia letal” significaba que “otro tabú ha caído”.
El hecho de que el Fondo Europeo para la Paz se utilice para apoyar a un Estado no miembro en guerra, y que el bloque pueda reunir la coherencia necesaria para acordarlo, son acontecimientos realmente notables para los estándares habituales. Para algunos, esto confirmaría la intención de la UE, a menudo ridiculizada, de “tomarse en serio” por fin la seguridad y la defensa, convirtiéndose en un verdadero actor geopolítico y “proveedor de seguridad”.
A largo plazo, sin embargo, es probable que otro anuncio de la presidenta de la Comisión tenga muchas más consecuencias, pero requeriría que la UE se dirigiera en la dirección opuesta, de vuelta a las raíces de su éxito histórico. En un aparente vuelco de casi dos décadas en la política sobre el país –así como respecto a la congelación de la ampliación durante casi una década–, Von der Leyen dijo de Ucrania y los ucranianos: “Son uno de los nuestros y los queremos dentro”.
Teniendo en cuenta las evasivas del pasado, se trata de una declaración notable y, tras el llamamiento del presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, a favor de la adhesión de Ucrania a la UE, una clara señal de apoyo. Aunque la designación oficial de Ucrania como “país candidato” requeriría la aprobación de los Veintisiete, el mero hecho de plantear la posibilidad sugiere que podría producirse un giro de 180 grados. La cumbre informal del Consejo de Asuntos Generales del 4 de marzo, convocada por la presidencia francesa de la UE, podría haber sido un gran foro para confirmar este nuevo rumbo, ya que en la reunión se debatió de manera explícita tanto la “crisis ucraniana” como la protección de los “valores fundamentales de la Unión Europea”.
El cambio de paradigma sería muy bienvenido. Es claramente lo que los ucranianos quieren y necesitan: la adhesión a la UE les proporcionaría la promesa de un futuro mejor para ellos y sus hijos que podría sostener su resistencia y darle aún más sentido, rescatando una oportunidad de prosperar de la lucha por sobrevivir. También reforzaría su mano en futuras negociaciones.
La UE, sus Estados miembros, sus ciudadanos y residentes se beneficiarían por igual de este enfoque. En los últimos años la UE ha perdido el rumbo. La integración de Ucrania podría ayudar a encontrarlo de nuevo, y a redescubrir la capacidad de la UE para proporcionar realmente seguridad a los europeos.
De la seguridad progresista a la seguridad protectora
Los logros históricos de la UE se han basado en la profundización de la integración entre sus pueblos y en la ampliación consensuada, lo que le dio una identidad geopolítica singularmente creativa. También permitió al bloque proporcionar una seguridad verdaderamente profunda y amplia a los europeos. El éxito de la UE consistió en transformar los conflictos en apariencia estructurales del continente, fomentando la interconexión profunda de naciones y Estados. La integración europea fue más allá del “cambio a través del comercio”, convirtiéndose en una interconexión fundamental que, mediante la intensificación y el mantenimiento de los contactos entre personas y empresas, superó el distanciamiento mutuo y eliminó el peligro de las diferencias.
Aunque se llevó a cabo bajo la protección de la OTAN, esta transformación de suma positiva se logró sin medios de poder duro. Más bien se produjo gracias a la progresiva intensificación de la interconexión y a una perspectiva optimista que vio –y buscó– formas imaginativas de transformar en oportunidades supuestas “amenazas históricas”. Lo más importante es que dio a los europeos perspectivas comunes de un futuro mejor en el que creer y por el que trabajar juntos.
Esta es una historia bien contada, incluso por la propia UE. Sin embargo, en lugar de aprender de su historia, la UE ha abandonado sus raíces y se ha lanzado a un territorio geopolítico más tradicional, tratando de hablar un “lenguaje de poder” que le cuesta dominar y que ha sido incapaz de respaldar en la práctica. Esta es la culminación de lo que Richard Youngs ha denominado el cambio hacia la “seguridad protectora” que se produjo cuando la UE se volvió temerosa y egoísta. También ha socavado el enfoque progresista de la UE no centrado en la seguridad, pero sí en la provisión de seguridad, que antes era su punto de diferencia.
El nombre que se da a este giro suele estar vinculado al deseo del presidente francés, Emmanuel Macron, de crear “una Europa que proteja”, pero el impulso es anterior al mandato del actual ocupante del Elíseo. Comenzó con el deseo de la UE de convertirse en un actor de “seguridad” en el sentido tradicional del término, aunque en los primeros días este anhelo todavía estaba contrarrestado por una conciencia de los métodos únicos de la UE. Al dejar de lado la geopolítica imaginativa que había detrás del mercado único y el espacio Schengen, y ciega ante el asombroso éxito de su ampliación oriental y poscomunista, la UE pareció volverse más cautelosa con el mundo. Incluso cuando el expresidente de la Comisión Romano Prodi hablaba de la ampliación como “la mayor contribución jamás hecha a la estabilidad y seguridad sostenibles en el continente europeo”, este modus operandi se había ralentizado, al aproximarse al espacio de las consideradas “zonas conflictivas”.
La principal de estas zonas es la “vecindad oriental” de la UE, un lugar clave donde el bloque ha buscado una relevancia geopolítica de la que se imaginaba carente. El giro hacia un supuesto enfoque más “realista” –en realidad más limitado y autodestructivo– le hizo desarrollar una actitud ambivalente hacia sus vecinos. La UE expresó una y otra vez su deseo de ayudar a los países de la zona a alcanzar las “normas europeas” que, según se decía, expresaban valores compartidos y servían a intereses comunes. Sin embargo, estas intenciones positivas se vieron socavadas con demasiada frecuencia por evaluaciones sarcásticas sobre la incapacidad de los vecinos para cumplir dichas normas, impulsadas por un persistente chovinismo y apenas ocultas tras un barniz de gobernanza tecnocrática. Las asociaciones de la UE se convirtieron en relaciones cada vez más desequilibradas e interesadas que hacían saber a los ucranianos y a otros vecinos que son europeos del este, no europeos de la UE. No uno de los nuestros.
Una visión sombría del mundo
El mundo fuera de las fronteras de la UE ya no parecía ser un lugar de oportunidades, sino una fuente de amenazas. La vertiente progresista, transformadora y de cooperación en la construcción del Estado de la Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD) disminuyó a medida que aumentaban los imperativos de protección. La construcción de mejores sociedades en la vecindad –y más allá– y el fomento de los contactos interpersonales con las naciones de la UE se sacrificaron en aras de impedir que los conflictos, la migración y otras supuestas amenazas llegaran a la Unión. La PCSD civil se mezcló cada vez más con Justicia, Interior y las actividades de Frontex, como parte de un “nexo de seguridad interna-externa” omnipresente que sesgó aún más la perspectiva de la UE.
La bien documentada serie de crisis europeas ha ido minando la perspectiva progresista de la UE, cuya postura cada vez más protectora no ha hecho más que empeorar las cosas. Si lo hubieran decidido, la UE y sus Estados miembros podrían haber acogido fácilmente –y de forma productiva– a los refugiados y demás migrantes que llamaban a sus puertas. En lugar de ello, con notables excepciones, intentaron (innecesariamente) “protegerse” de la inmigración, convirtiendo en una crisis el aumento de los flujos de personas necesitadas. Una actitud familiar para los ucranianos, cuya movilidad laboral, incluso cuando era “regular”, había sido tratada durante mucho tiempo con recelo y tildada de amenazante. Cuando intentas apartarte o bloquear el mundo, te alejas de él y te parece cada vez más peligroso.
La tendencia protectora, que también se puso de manifiesto en el “pragmatismo de principios” de la Estrategia Global de 2016, ha alcanzado (esperemos) su cénit con la brújula estratégica, la nueva estrategia de seguridad de la UE –que se aprobará este marzo de 2022–, que incluye una muy anunciada primera evaluación común de amenazas. De hecho, presenta la visión del mundo más sombría y menos equilibrada de la UE hasta la fecha y la sitúa como una aspirante a potencia regional ordinaria, solo que menos creíble, coherente o capaz. Esto hace que todos los europeos estén menos seguros, no más, y corroe aún más la integración progresista. La seguridad protectora no ha servido bien a los europeos, incluidos los ucranianos. Es hora de retirar ese enfoque y de que la UE reanime y refresque su modelo progresista.
Regreso al futuro
Los beneficios de la adhesión a la UE para los ucranianos pueden parecer obvios, al menos desde el punto de vista económico y (geo)político. Sin embargo, es posible que los europeos occidentales no comprendan tan bien los efectos psicosociales. Los ucranianos llevan mucho tiempo preguntándose por qué han sido excluidos, y muchos tienen la sensación de que la UE los considera “bárbaros” a las puertas de una Europa que ellos también sienten como suya. Como dijo el novelista Yuri Andrujovich: “Cada vez que quiero ir a Viena, Varsovia o Berlín, siento lo mismo que si alguien me echara de las habitaciones de mi propia casa”.
La liberalización de los visados en 2017 ayudó, pero la continua falta de una perspectiva de adhesión, a pesar de los sacrificios hechos durante el Euromaidán, significaba que muchos seguían sintiéndose como europeos de “segunda clase” o incluso como personas de segunda clase. Ahora, con los ucranianos en primera línea de la lucha contra la autocracia y el autoritarismo, von der Leyen ha despertado tardíamente a la necesidad de abordar institucionalmente esta injusticia.
De lo que quizá no se hayan dado cuenta los líderes en Bruselas y en otras capitales europeas es de que así la UE podría salvarse, además, de sus peores impulsos protectores. Si se abre la vía de la adhesión, para lograrla sería necesario reiniciar el enfoque transformador, integrador y creativo que apuntaló la provisión de seguridad real para los europeos, basada en un futuro creíblemente mejor. La UE no podrá hacerlo si sigue persiguiendo de manera incompetente sueños ilusorios de poder duro. Por eso necesita una clara división del trabajo con la OTAN.
Muchos objetarán que la UE ya tiene suficientes problemas para mantener a sus miembros actuales –sobre todo Hungría y Polonia– dentro de sus normas. Sin embargo, la UE ha empezado a descubrir que dar prioridad a los resultados sobre el proceso y desarrollar mecanismos de aplicación –para todos los miembros– puede funcionar bien. Además, la invasión de Ucrania parece haber aclarado las mentes en toda Europa central y oriental. La UE debería fomentar este despertar, aprovechándolo como una oportunidad para catalizar un nuevo ciclo virtuoso de convergencia.
La integración de Ucrania dinamizaría aún más este proceso, disipando las dudas más arraigadas. También debería desencadenar un nuevo big bang ampliador, cumpliendo por fin las promesas de la UE a los Balcanes occidentales, tantas veces incumplidas. También hace falta un replanteamiento de la política migratoria; la repentina disposición de Polonia a abrir sus fronteras a los refugiados y la agilización de los procedimientos de asilo europeos demuestran que es posible. De forma acumulativa, estos cambios también deberían proporcionar la plataforma desde la que abordar de forma más reflexiva los elementos (pos)coloniales y xenófobos más oscuros de la historia e identidad europeas –en los que se insiste con menos frecuencia– y garantizar que evitamos reproducirlos en el presente.
Esto es pedir mucho, pero también lo fue construir la UE en primer lugar, y luego ampliarla. La UE está en su mejor momento cuando es más audaz y progresista, y los ucranianos nos han recordado lo que podemos hacer, si queremos. Este marzo, el mes en que la UE debe aprobar su brújula estratégica, se rumorea que también se debatirá la candidatura de Ucrania a la adhesión. Debería aprobar esta última y desechar la primera. También debería abandonar la D de la PCSD y dejar la “seguridad dura” y la defensa a la OTAN, de cuya protección sigue dependiendo. La UE tiene que desempeñar un papel de seguridad diferente, progresista e igualmente vital, y debería concentrarse en perseguirlo con renovado vigor.
aranza