Mujeres

La islamofobia no ayuda a las mujeres árabes. Ellas tienen voces poderosas y es momento de escucharlas

2022-03-08

Lo anterior no es una defensa de los Estados árabes, ni exime a sus gobiernos de atender las...

Paola Schietekat | The Washington Post

A principios de febrero, un caso de violencia de género se comentó en casi todos los medios de comunicación de México. Nada nuevo para un país donde asesinan a 10 mujeres diariamente. ¿Qué fue distinto? El caso sucedió en Qatar, en la ciudad donde yo vivía.

Denuncié ante las autoridades una agresión pero, en el proceso para judicializarla, terminé acusada de sostener una relación extramarital, que en Qatar se pena con cárcel y castigo corporal. También, una mala gestión de la Embajada de México y de la Cancillería me orillaron a salir del país donde yo trabajaba como economista conductual en el Comité Supremo de Entrega y Legado, entidad responsable de organizar el Mundial de futbol de 2022.

Cuando se difundió la noticia, los señalamientos sobre la mala actuación de las autoridades mexicanas fueron dejados de lado y dos palabras resaltaron en casi todos los encabezados que encontramos en los medios donde se habló del caso: 100 latigazos.

Eso fue lo que desató una ola de comentarios de islamofobia y nos alejó de la discusión y solución de fondo de un problema más importante que tiene que ver con un sistema que no favorece a las mujeres.

Hay un discurso sobre salvar a las mujeres árabes que invisibiliza sus iniciativas, insinúa que no tienen o no deben tener autonomía. Hombres en oriente dictan su vestimenta, hombres en occidente también. Son dos cargas muy pesadas y las mujeres en occidente solo cargamos con una. Cuando en entrevistas me han preguntado si hablaría por las mujeres qataríes, mi respuesta siempre es la misma: ellas tienen voces, voces poderosas que es momento de escuchar.

Lo anterior no es una defensa de los Estados árabes, ni exime a sus gobiernos de atender las necesidades de las mujeres, de servir a las poblaciones marginadas. Los musulmanes tampoco podemos escudarnos detrás de la palabra islamofobia para no reconocer y denunciar lo que va en contra de la igualdad, o para no corregir lo que no se hace bien. Eso solo fortalece la postura de aquellos que nos quieren fuera de sus países, lejos de oportunidades y sin representación. La primera palabra revelada del Corán fue Iqra, que significa “lee”, un claro imperativo de que no podemos quedarnos en la pasividad.

Pero esta responsabilidad para nosotros es injusta si, además, tenemos que navegar espacios en los que se nos recibe como terroristas, salvajes o retrógrados. Si este caso destapó la latente islamofobia de México, que también sea el catalizador de conversaciones importantes.

Durante los últimos años, la política exterior mexicana ha tenido un acercamiento importante a Medio Oriente, ofreciendo una plétora de oportunidades económicas. Eso no implica un acercamiento cultural consecuente; en varias ocasiones, mientras vivía en Kuwait, me hicieron preguntas sobre el Estado Islámico, Palestina, y hasta sobre los talibanes. Es decir, atribuían sin darse cuenta a un país del Consejo de Cooperación del Golfo —una organización de países del Medio Oriente— conflictos de Asia central, una zona lejana y con particularidades de otra índole. Entendí muy pronto que el desconocimiento, los estereotipos propagados en occidente y un poquito de pereza intelectual, han dado pie a una monolitización del Medio Oriente, una visión en la que el mundo árabe es igualado con el mundo islámico.

Estas suposiciones pintan un retrato muy pobre de la región y de todas las complejidades demográficas, políticas y religiosas de cada país, así como del islam, siendo que solo 20% de las y los practicantes se encuentran en el Medio Oriente y Norte de África.

La islamofobia se disparó después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos y, tal vez, fue entonces cuando se comenzó a reemplazar a las y los eruditos por búsquedas rápidas de Google que afirmaban haber encontrado lo que dictaba la Sharia.

Supongo que se imaginan un libro, a modo de Constitución. Por eso me divierte ver la cara de las personas cuando les cuento que la Sharia no existe como sistema legal. La Sharia es, en palabras del teólogo Ali Abderraziq, una guía espiritual sin directrices legales. En el desarrollo del derecho islámico la Sharia, así como las fuentes del Corán, las narraciones del Profeta y las interpretaciones de las y los sabios, se utilizan para crear jurisprudencia en un proceso muy parecido al derecho civil, común o internacional.

Fue la colonización y el establecimiento de protectorados que convirtieron esto en un sistema legal; uno rígido, inflexible y difícil de cambiar, especialmente en sistemas monárquicos. Jordania, un país de Medio Oriente, fuera del Consejo de cooperación del Golfo, es criticado porque permite los llamados crímenes de honor: aquellos que permiten a los hombres ejercer violencia, casi siempre mortal, en contra de las mujeres de su familia si creen que les han traído deshonor. Las críticas culpan al sospechoso equivocado pues no es la Sharia la que permite esos crímenes, sino una herencia que la colonización francesa dejó en el código penal de Siria, adoptada después por Jordania.

La religión tampoco es lo que marca la existencia de castigos corporales. Esto existe tanto en Qatar como en Ecuador, Colombia y muchos otros países, y en la mayoría de los casos se debe a usos y costumbres; su legitimidad es un debate aparte. Lo importante es destacar que, así como la mayoría de occidente prohibió el castigo corporal en el siglo XX y XXI, existen también ejercicios de revisión jurídica para hacer lo propio en Qatar.

Aunque no se espera que la persona promedio sepa de jurisprudencia islámica, la ignorancia e intolerancia le llevan a interiorizar la visión sesgada y orientalista sobre la región. El problema de propagar este discurso es que las consecuencias, desafortunadamente, no se reducen a confundir Emiratos Árabes Unidos con Bahréin, sino que establece una dinámica de poder desigual, en la que el Medio Oriente no pretende ser entendido, sino dominado, controlado y subyugado. Esta estructura de poder dispar solo exacerba la desigualdad para mujeres que, como todas, tenemos que navegar sociedades patriarcales.



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