Comodí­n al Centro

Macron en Kiev: ¿punto de inflexión ‘histórico’?

2022-07-04

Este contexto dio pleno sentido al «mensaje de apoyo y solidaridad» –de hecho, un...

Michel Duclos | Política Exterior

Con su viaje a Kiev y sus declaraciones de apoyo a una ‘victoria’ de Ucrania, Macron rectifica una posición ambigua que había aislado a Francia y, lo que es peor, socavado su posición en Europa. ¿El cambio de rumbo llega demasiado tarde?

En una nota publicada por el Instituto Montaigne el 8 de junio, sugerimos que las autoridades francesas harían bien en cambiar su enfoque sobre el affaire ucraniano. Probablemente porque había llegado a una conclusión similar, el presidente francés, Emmanuel Macron, acudió a Kiev el 16 de junio, acompañado por el canciller alemán, Olaf Scholz, y el primer ministro italiano, Mario Draghi. Los Reyes Magos eran cuatro, ya que el presidente de Rumanía, Klaus Iohannis, también estaba en el viaje. Este último aportó una especie de garantía de Europa del Este a los mensajes de los líderes de los tres principales países europeos.

Para Macron, se trataba sobre todo de aclarar su posición acerca de una serie de puntos –el resultado deseable de la guerra, la relación con Rusia, la solicitud de adhesión de Ucrania a la Unión Europea– sobre los que sus anteriores observaciones habían causado irritación o molestia entre los propios ucranianos o entre algunos Estados miembros de la UE.

El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, calificó de «histórica» la visita del presidente francés y de sus colegas alemanes e italianos, largamente esperada por sus compatriotas. ¿Podríamos hablar de una exageración por parte de un amable anfitrión? De hecho, quizá no, por dos tipos de razones.

Una perspectiva para Ucrania

En primer lugar, hay que tener en cuenta el momento en que se produce este movimiento en cuanto a la situación militar. Los rusos han vuelto a centrar sus esfuerzos en el Donbás y el sur del país. Están librando una feroz guerra de desgaste, basada sobre todo en el uso masivo de la artillería, en la que han recuperado cierta superioridad. Están avanzando, aunque lentamente, pero están avanzando. La batalla es muy costosa en términos de hombres, quizá doscientos o trescientos al día en el lado ucraniano. Estamos entonces en una etapa de la guerra muy dolorosa para los ucranianos. Esto es lo que hizo que la insistencia de Macron en «no humillar a Rusia» les resultara especialmente molesta.

Este mismo período de dificultades lleva a Kiev a exigir sobre todo un aumento inmediato de las entregas de armas occidentales. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, acaba de anunciar un nuevo esfuerzo por parte de su país. Macron también anunció el envío de seis nuevos cañones César, que se suman a los seis ya entregados y a otros seis en tránsito. Sin embargo, el efecto de las transferencias de armas occidentales solo se notará con el tiempo. Por tanto, los ucranianos también necesitaban esperanza. Los cuatro visitantes consiguieron dársela, en primer lugar, con su presencia y, en segundo lugar, indicando que la perspectiva de un futuro europeo para Ucrania estaba cada vez más cerca.

El principal anuncio de la visita fue que Draghi, Macron y Scholz apoyaron la aceptación inmediata por parte de la UE de la candidatura Ucraniana; el alemán se había mantenido hasta entonces reticente y el francés no lo tenía claro. La Comisión Europea dio a conocer su opinión al día siguiente, el 17 de junio, que coincidió con la postura de los tres: la aceptación inmediata del estatus de candidato de Ucrania en la UE. Esta fórmula, acompañada de una hoja de ruta, es menos satisfactoria para los ucranianos que aceptar una adhesión immediata, como Kiev habría querido inicialmente, pero más favorable que una aceptación aplazada y condicionada –el procedimiento reservado a Georgia por la Comisión–. Algunos Estados miembros, como Portugal y Países Bajos, todavía no se han pronunciado al respecto. Sin embargo, el hecho de que los tres mayores Estados miembros se hayan posicionado a favor de la admisión inmediata de la solicitud debería inclinar la balanza en esta dirección en el Consejo Europeo del 23 y 24 de junio. Cabe señalar que Ursula Von der Leyen acudió a Kiev el 11 de junio (por segunda vez) para preparar el terreno.

Los rusos ironizaron de inmediato sobre los anuncios de los tres líderes y posteriormente de la Comisión. El ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, lo calificó de «promesa vacía». El expresidente Dmitri Medvédev se mostró muy sarcástico. En realidad, la pronta aceptación de la solicitud de adhesión de Ucrania a la UE –tras la solicitud de Finlandia y Suecia de ingresar en la OTAN– es un revés para Moscú. Fue en torno a la cuestión de un simple acuerdo de asociación entre la UE y Kiev que se desencadenó la crisis ruso-ucraniana de 2014. Además, es probable que la guerra se prolongue durante meses y siga cobrándose su sangriento precio en vidas humanas. Sin embargo, se puede pensar que los rusos, debido a los límites de su capacidad de movilización de combatientes, no podrán ir mucho más allá de sus actuales avances militares sobre el terreno.

Este contexto dio pleno sentido al «mensaje de apoyo y solidaridad» –de hecho, un verdadero mensaje de esperanza– que los visitantes europeos habían venido a traer.

¿Hacia una nueva dinámica para Europa?

Con su visita a Kiev, el presidente francés trató de corregir una imagen de insuficiente firmeza frente a Rusia que escandalizó a los ucranianos, pero que también generó malentendidos en el resto de Europa. El problema también se planteó para el canciller alemán y el primer ministro italiano.

Puede decirse que la visita suscitó dos escenarios posibles: en primer lugar, como hemos visto, la perspectiva europea de Ucrania; en segundo lugar, una posible división entre los Estados miembros. Si las posiciones se hubieran mantenido fijas en ambos lados, habría vuelto la oposición que Ronald Rumsfeld teorizó en su momento entre una «Vieja Europa» –en torno a la pareja franco-alemana– y una «Nueva Europa» –en torno a Polonia, los países bálticos y los nórdicos– apoyada por Reino Unido. Si se aleja este peligro, se plantearán dos cuestiones a muy corto plazo: ¿podrá la unidad reencontrada permitir el repunte de la UE? ¿Qué papel puede desempeñar Francia para facilitarlo?

Las analogías históricas siempre tienen sus límites. Pero atrevámonos a establecer un paralelismo entre la reunificación alemana –un acontecimiento feliz– y la guerra de Ucrania, un acontecimiento desastroso. Por voluntad de François Mitterrand y Helmut Kohl, la reunificación alemana se produjo en el marco de un refuerzo de la integración europea; al tratado 2+4 sobre la solución de la cuestión alemana le siguió el tratado de Maastricht que, entre otras cosas, allanó el camino a la zona euro. El objetivo de los europeos en la situación actual debería ser que la eventual adhesión de Ucrania a la UE –y sin duda de otros Estados como Moldavia– condujera a una adaptación de las estructuras de la Unión a un nuevo mundo mucho más hostil. Esto es sin duda lo que el presidente francés tenía en mente en su discurso del 9 de mayo en Estrasburgo cuando habló de la necesidad de revisar los tratados, de repensar «nuestra geografía y la organización de nuestro continente», proponiendo a este respecto la idea de una comunidad política europea. Sin perder de vista otros imperativos como la necesidad de «independencia estratégica», que exige un mayor esfuerzo en defensa.

Para avanzar en esos planes, Macron necesita convencer a los demás europeos. Con su viaje a Kiev, y sus declaraciones de apoyo a una «victoria» de Ucrania, se ha dotado de los medios para rectificar un planteamiento que, al aislar a París, ha llevado a socavar su posición en Europa. ¿No es un poco tarde? Al dejar la duda en el aire durante demasiado tiempo, ¿no se ha privado el presidente de parte de su influencia? Al mantener en su conferencia de Kiev su fórmula sobre la necesidad de no humillar a Rusia «no ahora, sino al final de esta guerra», ¿ha eliminado por completo toda sospecha de ambigüedad respecto a Moscú?

En definitiva, la visita a Kiev del presidente francés en compañía de sus homólogos alemán, italiano y rumano marcó sin duda un punto de inflexión, quizá histórico, pero, sobre todo para Francia, un punto de inflexión que se confirmará en las próximas semanas y meses.
 



aranza