Calamidades

México: un país enfermo

2019-05-24

En el dilema entre pobreza y miseria, México parece estar abandonando las dos llaves...

Por José Campillo García | Revista Siempre

Quizás la mejor –y más triste– distinción entre pobreza y miseria que recuerdo, es la de un célebre mexicano quien decía: “la diferencia entre pobreza y miseria, es que esta última es una pobreza sin esperanza”. Nada más sabio. La pobreza es una condición, no un destino. El que es pobre puede asimilar su precariedad, aceptarla y vivirla con dignidad; también puede remontarla y escapar de ella, siempre que tenga la voluntad y las condiciones externas que le faciliten el feliz tránsito. China, en una sola década, sacó de la pobreza a 300 millones de sus habitantes, casi tres veces la población de México en el mismo período. Su propósito fue, no acabar con los ricos, sino acabar con la pobreza.

En el dilema entre pobreza y miseria, México parece estar abandonando las dos llaves maestras de la capilaridad social: la educación y la salud. Cuando hablamos de estos dos factores determinantes de la “salud” de una Nación, a nuestros gobernantes se le llena la boca al proclamar: “buscamos un sistema de salud y de educación de calidad”. Y, yo me pregunto: ¿qué, hay de otra?, ¿hay educación y salud con poca o ninguna calidad? En México, tal parece, nos conformamos que tener salud y educación a secas. La calidad depende de las posibilidades presupuestales y de prioridades políticas. Por ser la salud el objeto de estas líneas, dejo a un lado el tema de la educación.

La política de salud que hubo de seguir el peñanietismo, en el que la salud nunca fue su prioridad y dejó su manejo a los estrechos criterios de la SHCP, nunca pasamos en la inversión en el sector del 5.4 por ciento del PIB (en 2012 fue de 6.2 por ciento), cuando la meta era acercarnos al promedio de los países de la OCDE de 8.9 por ciento. En este escenario, todos los estudios (CONEVAL, OMPS-OPS, FUNSALUD, Centro de Estudios Espinosa Yglesias), indicaban que la brecha entre la oferta y demanda de servicios de salud, lejos de reducirse, se ensanchaba. 2017 es un año que nos debería causar vergüenza: en te´rminos reales, se dio una disminucio´n del presupuesto en salud en el Programa Proyectos de inmuebles (-78.9 por ciento); en el de Regulacio´n y Vigilancia de Establecimientos y Servicios de Atencio´n Me´dica (-71.6 por ciento); Proteccio´n contra Riesgos Sanitarios (-52.6 por ciento); los 10 Programas de Calidad en la Atencio´n Me´dica (-64.8 por ciento); Apoyos para la Proteccio´n de las Personas en Estado de Necesidad (-44.5 por ciento) y Seguro Me´dico Siglo XXI (-29.5 por ciento); en el de Estancias Infantiles para Apoyar a Madres Trabajadoras, (-7.6 por ciento).

En 2018 se dio una febril actividad entre expertos del más alto calibre en temas de salud pública y organizaciones de la sociedad civil para hacer un llamado urgente a los tomadores de decisiones en la administración entrante de López Obrador, alertando sobre el crecimiento exponencial de costos e incidencia de las enfermedades crónico degenerativas (diabetes, obesidad, cardiovasculares, salud mental, entre otras). Tan solo el tratamiento de la diabetes tuvo un costo integrado de 350 mil millones de pesos anuales (Funsalud, 2014).

Bajo el criterio de “austeridad republicana”, en 2019 el Congreso aprobó un presupuesto neto total de poco más de medio billón de pesos; 5.5 por ciento más que en 2018. ¿Alcanza? Veamos: el Programa de Atención a Personas con Discapacidad se redujo en 43 por ciento en comparación con 2018; Vigilancia epidemiológica, cayó 14.4 por ciento; el Programa de estancias infantiles para apoyar a madres trabajadoras, tuvo una reducción de 7.6 por ciento. Cabe resaltar que casi otro tanto del gasto total en salud habrá de ser pagado por el ciudadano “de a pie” de su propio bolsillo, al no encontrar en su Sistema de Salud la respuesta a sus necesidades de atención. Es previsible que este gasto aumente, dada la saturación de los centros de salud de todos los sistemas (IMSS, ISSSTE, Seguro Popular, PEMEX, SEDENA, etc.) y el desabasto de materiales y medicinas en padecimientos sensibles, entre otros: VIH, tamiz neonatal, diabetes, oncológicos.

Pero, no es todo: de los aproximadamente 30 mil servidores públicos que han sido despedidos este 2019 –30 mil familias que hoy viven la angustia del desempleo–, 5 mil provienen del Sector Salud. ¿Aviadores?, algunos. El grueso era personal absolutamente necesario que, por restricciones de la SHCP, sólo cabían bajo la categoría de “eventuales” y por “honorarios”, algunos con hasta 15 años sin ningún derecho laboral. Hoy todos han sido despedidos. La queja –honesta y valiente– de los Institutos Nacionales de Salud y Hospitales de Alta Especialidad, son reflejo del deterioro de una de las llaves para salir de la pobreza: la salud de un país que, en su mayoría, está enfermo.  La pobreza sin esperanza.
 



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