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¿Qué hará el peronismo ante la condena de corrupción de Cristina Fernández?

2022-12-06

Tampoco jamás pisará una prisión por un dato clave: la legislación...

Hugo Alconada Mon | The Washington Post

Hugo Alconada Mon es abogado, prosecretario de redacción del diario argentino ‘La Nación’ y miembro del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación.

A los 69 años, la vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, fue declarada culpable por corrupción. La Justicia argentina consideró probado que defraudó al Estado por miles de millones de pesos, la condenó a seis años de prisión y la inhabilitó a ejercer cargos públicos a perpetuidad. El veredicto no cambiará nada, pero alteró todo.

El veredicto del tribunal oral federal que la condenó no cambiará nada porque la líder del oficialismo no irá a prisión, ni tampoco le impedirá candidatearse el año próximo a la presidencia o a cualquier otro cargo electivo que desee, aunque ella anunció tras el fallo que no sería candidata a ningún puesto. Y mucho menos modificará el respaldo monolítico que cosecha entre sus seguidores, que ya han demostrado antes que no los afectan las noticias negativas sobre el oficialismo, ya sean crisis electorales, económicas o judiciales. Al contrario, consolidan su devoción por ella. Tras el anuncio, miles salieron a las calles bajo un sol inclemente y 35 grados de temperatura para expresarle su respaldo.

Pero el veredicto alteró todo. Fernández se convirtió en la primera persona que ha ejercido la presidencia en ser condenada por delitos contra la administración pública desde el retorno de la democracia a Argentina, en 1983.

Otro exjefe de Estado, Carlos Menem, también cargó con una condena judicial por contrabando agravado de armas a Ecuador y Croacia, pero terminó impune gracias a sus fueros parlamentarios y los tejes y manejes en los tribunales, que determinaron su absolución —muchos años después— porque se violó su derecho a ser juzgado en un plazo razonable.

Hoy el veredicto también obliga a los otros referentes del peronismo a replantearse qué ocurrirá desde ahora. ¿Simularán que no ha pasado nada? ¿Denunciarán una persecución política o lawfare? ¿O se revitalizarán las ambiciones de quienes quieren reemplazarla como la gran referente del Partido Justicialista?

Y, sobre todo, el veredicto la ubica frente a la sociedad argentina en la esquina que ella más detesta: el de “chorra”, corrupta y delincuente. La coloca en las antípodas de donde siempre anheló estar: entre el presidente electo de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, y la excanciller alemana Angela Merkel, con quien buscó que la compararan desde su primera contienda por la presidencia, en 2007.

Hoy, sin embargo, Lula y Merkel le resultan dos espejos imperfectos. La alemana se fue a su casa por la puerta grande tras 16 años en el poder y el brasileño logró volver a la cúspide tras superar una investigación judicial mancillada por las sospechas de persecución.

Nada quisiera más Cristina Fernández de Kirchner que seguir la senda de Lula, con quien se comparó en una entrevista reciente con el diario brasileño Folha da Sao Paulo. Allí reafirmó que se siente perseguida por los jueces —a los que compara con los militares golpistas de antaño— y “los poderosos”, y que su sentencia estaba escrita desde antes de que se iniciara la primera audiencia oral del juicio.

Pero hay varias diferencias entre ella y Lula. Entre otras, que el brasileño afrontó la investigación después de ser presidente, desde el llano y denunciando al poder; y ella encarna el poder. No solo porque es la actual vicepresidenta del país y la líder insoslayable de la coalición gobernante, sino porque es la figura más determinante de Argentina desde hace, al menos, 15 años. Durante ese período ejerció la presidencia durante ocho años y eligió a dedo —y comunicó mediante redes sociales— a su sucesor, Alberto Fernández, hace ya casi tres años y medio.

Sus seguidores y ella misma invocan la idea del lawfare —el uso de los tribunales para perseguir y proscribir a rivales—, que temblequea por dos motivos. El primero es que ella jamás logró explicar su relación con Lázaro Báez, un ignoto empleado público de la Patagonia argentina que se convirtió en uno de los mayores terratenientes y empresarios de la obra pública del Sur gracias a los gobiernos de Néstor Kirchner —expresidente y esposo fallecido de la hoy vicepresidenta— y de la misma Cristina, mientras le giraba fortunas a la familia presidencial. En su entrevista con Folha redujo a Báez a un simple “amigo de Néstor”. Era, dijo, “como otros amigos de negocios que tenía Néstor”.

El segundo motivo es que la condena no la proscribe ni la envía a prisión, la cual jamás pisará, porque la apelación que presentarán sus abogados suspenderá la ejecución de la sentencia y, por tanto, podría competir en 2023 por la presidencia o cualquier cargo legislativo nacional o provincial que le otorgue fueros parlamentarios. Aunque ella afirmó hoy en un mensaje, emitido minutos después de que el tribunal oral comunicó su condena, que no será candidata “a nada, ni a presidenta, ni a senadora”. El anuncio promete coletazos sísmicos en el sistema político en general y dentro del peronismo en particular, dado que ella sigue siendo el único pilar del oficialismo hoy.

Tampoco jamás pisará una prisión por un dato clave: la legislación argentina prevé la posibilidad del arresto domiciliario para los mayores de 70 años, edad que ella cumplirá en febrero.

En el mensaje, la vicepresidenta dijo en su defensa que su condena es proviene de “un Estado paralelo y la mafia judicial”. Agregó que debe lidiar con el contubernio de jueces y fiscales con el expresidente Mauricio Macri porque, según ella, se niega a ser “una mascota del poder”.

Pero Fernández de Kirchner sabe que su horizonte judicial le promete muchas noches más en vela. Tras esta primera derrota, vendrán los veredictos de otras investigaciones judiciales, como las que analizan si sus hoteles lavaron fortunas, cuál fue su rol durante el reparto de bolsos repletos de dinero o qué ocurrió al negociar con Irán por el atentado contra una mutual judía en Buenos Aires. Y se sabe que en Argentina muchos jueces y fiscales son procíclicos: se hincan ante el poderoso y le comen el hígado al que pierde el poder. Una posibilidad por demás inquietante para una figura que a la condena podría sumar, según anticipan las encuestas, una derrota sustancial en elecciones presidenciales del próximo año, donde el kirchnerismo podría terminar incluso en tercer lugar. Así, 2023 se avizora intenso, turbulento y desgastante para la política argentina.



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