Comodí­n al Centro

¿Qué seguridad pública?

2019-05-15

Desde que se inició la así llamada guerra contra el narco, de a poco y mal han...

José Ramón Cossío Díaz| El País

La creación del derecho suele realizarse en complejas tensiones. ¿Sus normas deben dar cuenta de lo existente o impulsar lo deseable? Con lo primero, serían fotografías de la realidad presente; con lo segundo, diseños para cambiar. En la historia jurídica, como en el Eclesiastés, ha habido tiempos de permanencia y tiempos de cambio. Nunca todo siempre, ni nunca nada nunca. Ante nuestros ojos está por darse una importante y profunda transformación jurídica. Una de esas que en el presente parecen necesarias, pero que en el futuro cercano pueden considerarse equivocadas. Me refiero a lo que va a quedar definido como seguridad pública. Las posibilidades de actuación de los cuerpos dotados del uso legítimo de la fuerza estatal.

Desde que se inició la así llamada guerra contra el narco, de a poco y mal han querido crearse instancias y procesos para las fuerzas armadas y las policías. El resultado es algo abigarrado e ininteligible cuya existencia depende de la marca "sistema nacional". Palabras que evocan lo inexistente y permiten suponer que algo hay. Que, al haber seguridad, la violencia no tiene que fragmentarse en tribus o depositarse en las manos de cada cual. Las discusiones en el Congreso tratarán de articular el diluido monopolio del uso de la fuerza estatal para materializar las ausencias que la población reclama y el Estado requiere. El contexto es favorable para nuevos diseños. Para la dotación de posibilidades operativas en quienes se desea traigan seguridad y paz. Para simplificar discursos y lograr consensos, el cambio se ha personificado en un cuerpo.

En el imaginario, la Guardia Nacional ya ha desplazado todo lo demás. Un instrumento, entre muchos, ha desalojado al modelo al cual se debe. Lo que sea la seguridad pública, lo que sean las posibilidades intromisivas del Estado frente a los delincuentes o los habitantes ordinarios, los que lleguen a ser los modos justificados de usar la fuerza o de registrar a los criminales declarados o presumidos, ha quedado mañosa o coincidentemente en lo que haya de ser la Guardia Nacional. El distractor, más allá de su propia importancia, ha funcionado. Un verde árbol marcado con las letras GN, nos está impidiendo ver el espeso y laberíntico bosque al que entraremos.

Tomemos perspectiva. La seguridad pública no es un fenómeno natural. Es una construcción dependiente de tradiciones, retos y posibilidades tecnológicas, decidida en un específico contexto político. Para mantener condiciones tenidas por valiosas, se forman cuerpos con un estatus propio e integrantes autorizados para hacer cosas prohibidas a los demás. Todo pasa por saber quiénes, cómo, por qué, para qué, ante quién, cuándo y dónde, pueden actuar esos sujetos eximidos y armados. Con la seguridad pública quieren re-crearse y no reproducirse lo dado. Por ello, se discuten las normas jurídicas que la prevean y la posibiliten. Cada punto está abierto de manera velada. La decisión técnica sobre el correcto uso de la fuerza por policías o soldados, tiene que ver con las posibilidades ciudadanas y no solo con los actuares delictivos. Las relaciones entre guardias nacionales y policías locales, no es solo un asunto competencial o tarifario, sino la posible entronización federal y su correlativa centrifugación estatal. Así con cada tema hasta alcanzar nuevas composiciones.

Al hablarse de seguridad pública suele aludirse a las relaciones entre policías y delincuentes y delincuentes y sociedad, dejando de lado las de las policías y la colectividad. Como la definición de esos porosos conjuntos termina resultando de lo que las normas permitan hacer a quienes ejerzan esa función, ello es lo que está en juego al discutirse las leyes correspondientes en el Congreso. En el juego infantil de los policías y ladrones, no había sociedad ni individuos intermedios. En la compleja realidad presente, desde luego los hay. Por ello, una y otros deben ser pensados e incorporados. No caigamos en otro juego, éste sí poco infantil: el de suponer que a las autoridades solas y por el hecho de serlo, les corresponde nuestro completo y total cuidado.



Jamileth