Entre la Espada y la Pared

México en dos mitades

2020-07-01

Este resquebrajamiento, aún leve pero nítido, se aprecia con particular claridad en...

Por JORGE GALINDO | El País

01 JUL 2020 - 08:15 CDT Andrés Manuel López Obrador cabalgó una ola de descontento hasta la presidencia de la México. Ese descontento tenía, principalmente, tres fuentes: inseguridad, corrupción (asociada a un creciente sentimiento antiélite alimentado por el propio, eterno candidato) y, rodeándolo todo, el estancamiento económico que sufrían con particular intensidad las capas más modestas de la población. La plataforma del candidato prometía un pack todo en uno: el fin de la élite y su sustitución por un grupo de servidores virtuosos finiquitaría la nueva era de violencia y produciría rebrotes en los bolsillos de los más necesitados.

La mitad del país que votó (un 53,2%) le otorgó su confianza a esta propuesta hace dos años. Hoy, una porción exactamente idéntica de la población mantiene una opinión favorable del presidente, según la reciente encuesta de SIMO Consulting para EL PAÍS. El patrón se repite a la hora de opinar sobre el pilar del discurso clásico de López Obrador (corrupción), el problema más acuciante del país (la crisis provocada por la epidemia) y la visión de futuro.

Lo que es más: el optimismo (particularmente el económico) coincide con la visión positiva sobre López Obrador. Es más probable que quien aprueba su gestión considere que le va a ir un poco o mucho mejor en los próximos dos años. También funciona hacia el pasado: los mexicanos y mexicanas que perciben una mejora en la situación de su hogar son más abundantes entre los partidarios del presidente.

En estos casos, siempre es difícil distinguir la dirección de la causa y del efecto. ¿Están más positivos quienes creen en López Obrador (y viceversa) por un sesgo partidista, o es al revés: quienes prosperan atribuyen su mejora vital al presidente? Normalmente hay un poco de ambas cosas, y para México no será una excepción: a una base de creyentes en el mandatario se suman algunos conversos y se restan otros descreídos. Por ahora, el resultado aritmético equivale al de las elecciones federales, pero estas transferencias por motivaciones aparentemente económicas indican algunos de los posibles puntos débiles de la coalición de Morena a futuro.

Este resquebrajamiento, aún leve pero nítido, se aprecia con particular claridad en la opinión de la población mexicana sobre los grandes proyectos de infraestructura de este gobierno. La concreción del ariete electoral de López Obrador para revitalizar la economía se ha transformado, más que en programas de expansión de los mecanismos de bienestar y protección de rentas (históricamente débiles en México), en estas obras que conectan con la tradición desarrollista del México de la primera mitad del siglo XX: se priorizan los proyectos productivos sobre las transferencias de renta, esperando construir tanto riqueza como clientelas electorales. Sin embargo, en 2020 esta aproximación no parece encontrar una audiencia muy favorable entre los votantes. No sólo la mayoría de ellos preferiría invertir estos recursos en otros aspectos: la proporción crece (y lo hace enormemente) sobre todo entre aquellas personas que perciben una pérdida de renta en los últimos años, desde la victoria del candidato de Morena.

El escepticismo sobre la mejora en cuestiones de seguridad documentadas en esta misma encuesta, y particularmente el halo de negatividad que rodea al presidente en la cuestión de los feminicidios, se unen a estas fisuras para delimitar los frentes clave de batalla política de los próximos cuatro años. Falta, eso sí, un rival capaz de situarse al otro lado de la trinchera. Entretanto, México sigue dividido en dos mitades de precario equilibrio que siguen girando en torno a la figura magnética de Andrés Manuel López Obrador.



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