Entre la Espada y la Pared

Lo único que quiero saber es cómo proteger a mi hija de seis años

2022-05-27

Con la absoluta inacción de nuestros funcionarios elegidos, que solo ofrecen...

Por Nana Efua Mumford | The Washington Post

Esta semana fue la semana del espíritu escolar en la primaria de mi hija. El miércoles 25 la escuela realizaría un festival así que les aconsejó a los alumnos de manera alegre: “Viste tus colores favoritos o una camisa teñida con muchos colores”.

Así que el domingo 22 seleccionamos su atuendo: una camiseta de manga larga teñida con muchos colores de neón estilo tie-dye y unos pantalones que le hacían juego. Luego, entusiasmadas, agregamos un sombrerito divertido, sus gafas de sol de ojos de gato y unas limpiapipas para el resto de las celebraciones de la semana.

Pero el miércoles por la mañana, apenas unas horas después de que 19 niñas y niños fueran asesinados en su escuela primaria en Uvalde, Texas, mis pensamientos se volvieron macabros: si sucediera un tiroteo en la escuela de mi hija, ¿su atuendo colorido y brillante la convertiría en un objetivo más vistoso?

Esta es la clase de estimación enfermiza que debo hacer ahora con mi hija de seis años. La que todas las madres y padres de este país deben hacer. Y es apenas una de las muchas que tengo que considerar todos los días, cuando intento ejercer algún tipo de control o poder durante una epidemia de violencia armada.

Ya había decidido que nunca le compraría zapatillas con luces, a pesar de sus múltiples súplicas, porque, sea realidad o ficción, en algún momento leí que podrían convertirla (o a sus compañeros de clase) en objetivos en el caso de que tuvieran que acurrucarse en grupo para esconderse en un salón de clases.

Luces apagadas. Silencio total. Y unas luces rosadas que parpadean desde una esquina.

¿Qué tal una mochila antibalas? ¿Debería comprarle una de esas? Ya ella de por sí es pequeña. Quizás sería demasiado pesada, en especial considerando que a veces lleva a casa una computadora portátil cuando cierran la escuela por el COVID-19, una epidemia totalmente distinta.

Cuando se difundió la noticia del tiroteo, el martes por la tarde, le envié ansiosamente un mensaje de texto al padre de mi hija, quien la estaba buscando en la escuela. No necesitaba verla o escucharla. Solo necesitaba tener la seguridad de que alguien la estuviera viendo y pudiera confirmar que estaba a salvo.

¿Y qué podía hacer para trasladarme al trabajo? Por lo general tomo el metro. Pero el miércoles pensé que tal vez debería conducir mi auto, sin darle importancia al precio de los peajes, la gasolina y el estacionamiento. De esa manera, al menos podría responder con rapidez si algo sucediera en la escuela de mi hija.

En la oficina, un colega mencionó —cuando un grupo de nosotros nos agrupamos, con lágrimas en los ojos, para conversar sobre el tiroteo de Uvalde— que su hija había llevado con orgullo unas mangas de tatuajes removibles a la escuela. Lo que pensó mi colega en ese momento fue que ese era el tipo de cosas que podría usar para identificar el cuerpo de su hija.

Me pregunté si debía considerar no enviar a mi hija a la escuela el miércoles, por temor a que apareciera algún imitador del asesino. Algún tirador solitario que entrara a su escuela en busca de “objetivos fáciles”.

Esa consideración es una que al menos 19 familias en Texas ya no pueden tener.

¿Importa acaso algo de esto? No lo sé. Frente a un intruso armado, equipado con municiones de alta capacidad y la voluntad de matar, las posibilidades de cualquier niña o niño son mínimas.

La posibilidad de cualquier acción legislativa parece ser aún más desalentadora. Tras la masacre en la escuela primaria Sandy Hook en Newtown, Connecticut, que dejó un saldo de 20 niños y seis adultos muertos, un proyecto de ley para ampliar las verificaciones de antecedentes —una medida de seguridad básica y razonable, respaldada por la entonces representante Gabrielle Giffords (demócrata por Arizona), una sobreviviente de la violencia armada— fue rechazado en el Senado. Si no se pudo aprobar un proyecto de ley como ese, respaldado por una mujer así, ¿qué se necesitará para lograrlo?

Con la absoluta inacción de nuestros funcionarios elegidos, que solo ofrecen “pensamientos y oraciones”, la carga ha recaído en nuestros niños: “Practiquen simulacros, manténganse alerta”.

En cuanto a los padres, ¿qué otra cosa podemos hacer sino preocuparnos? ¿Qué podemos hacer sino tomar todas las precauciones, por pequeñas y aparentemente triviales que parezcan, para mantener a nuestras hijas e hijos a salvo?

Racionalmente, sé que las posibilidades de que mi hija muera en un tiroteo en su escuela son de una en 10 millones. Pero eso no significa nada para mí. Me preocupa la estadística de ese uno.

Anoche permití que mi hija durmiera en mi cama, un evento raro que no pasó desapercibido para ella. “Pensé que habías dicho que no podía dormir contigo entre semana”, me dijo. En ese momento, tuve que hacer otra estimación: ¿Le cuento sobre las muchas familias que están de duelo? ¿Le explico que necesitaba tenerla cerca porque docenas de padres a cientos de kilómetros de distancia ya no tenían ese lujo? ¿Debía concluir explicándole una vez más la importancia de escuchar a sus profesores, en especial durante esos simulacros “especiales”?

No. En cambio, le mentí e inventé una excusa sobre lo genial que se había comportado en los últimos días y que por eso se merecía un regalo. Honestamente, es muy probable que haga otra excepción e invente otra excusa esta noche. Y cuando intente relajarme para quedarme dormida, comenzaré mis estimaciones para el siguiente día de la semana del espíritu escolar: “¡Vístete con los colores de tu equipo deportivo favorito!”. Solo espero que el naranja de su camiseta de los Osos de Chicago no sea demasiado vistoso.
 



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