Valores Morales

Necesidad de la purificación del alma

2024-11-27

El Señor, vino al mundo, y nos redimió de la esclavitud del demonio,...

Por | Juan del Carmelo

Nadie puede dar lo que no tiene, y como Adán y Eva perdieron la pureza de su alma, nos transmitieron a todos la mancha con la que perdieron su pureza y que se llama concupiscenci, es decir, como carecían de pureza esta no nos la pudieron trasmitir y nos trasmitieron solamente lo único que tenían, su concupiscencia. Inicialmente y con simpleza, podemos definir la concupiscencia, como una tendencia del hombre al mal.

El Catecismo de la Iglesia católica en su parágrafo 404, nos dice que: "Todos los hombres están implicados en el pecado de Adán. S. Pablo lo afirma: "Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores" (Rm 5,19): "Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron..." (Rm 5,12). A la universalidad del pecado y de la muerte, el apóstol opone la universalidad de la salvación en Cristo: "Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo (la de Cristo) procura a todos una justificación que da la vida" (Rm 5,18)".
          
El Señor, vino al mundo, y nos redimió de la esclavitud del demonio, dejándonos establecido un medio para volver al primitivo estado de pureza que tenían nuestros padres antes de su pecado, esto es el sacramento del Bautismo, que purifica nuestra alma de toda macha. Pero nosotros no nos  conservamos en esa pureza, porque el demonio nos tienta y nuestra concupiscencia, que sigue subsistiendo en nosotros, le ayuda a él a que pequemos, ofendiendo a Dios y menospreciando el amor que Él nos tiene.

Para podernos poner en paz con Dios, hemos de acudir a otro sacramento que el Señor también estableció, es el sacramento de la penitencia, que nos perdona el pecado pero no nos quita el reato de culpa que el pecado nos crea. La eliminación de este reato de culpa, para estar puros y limpios de toda mancha, hemos de realizarla bien en esta vida purificando nuestra alma, en un fuerte desarrollo de nuestra vida espiritual, o después de la muerte en el Purgatorio pues ningún ser humano puede contemplar el Rostro, la Luz y la gloria de Dios si previamente no está totalmente purificado.
 
Todo, el que se interesa por la salvación de su alma, ha oído hablar del paso de la noche oscura del alma, que detalla San Juan de la Cruz, en su libro "Subida al Monte Carmelo". Son dos clases de noches oscura  la activa que es todo lo que el alma puede hacer de su parte para alcanzar su purificación  y la pasiva, que es aquella en la que el alma no hace nada, solo Dios lo obra todo en ella, y ella está como paciente. La noche oscura es el camino que el alma ha de atravesar para alcanzar una purificación, que si la logra con perfección en esta vida habrá alcanzado la unión con el Señor y su alma irá directamente al cielo sin pasa por el Purgatorio.

La purificación que se realiza en el purgatorio, supone que el amor del alma al Señor, se ve retardado con el sufrimiento que este retardo supone para el alma y el ansia de amor que le crea a ella. Por otro lado el amor del Señor al alma, también padece este retraso, que supone que el Señor, tampoco puede, poseer la persona amada de inmediato. Claro que es de tener presente que el retraso es una consecuencia del factor tiempo y en la eternidad el tiempo no existe, porque todo es presente. Pero de todas formas, un amor impedido así en el acceso hacia el amado, sufre y este sufrimiento purifica. En la muerte, -escribe F. Durrwell- el hombre se sitúa fuera del tiempo terrestre; su purificación no se mide ni por horas ni por días, sino por la distancia que le separa de la santidad del Reino, por el grado de la purificación necesaria en el momento de la muerte.
          
Cuando un alma, en su camino hacia Dios, llega en esta vida, a la fase de entregarse a Él y buscar la llamada vía unitiva, el Señor se complace con esta alma que le busca y se niega a si misma tomando su cruz, para unirse a Él. Escribe Jean Lafrance diciéndonos que "Es a Cristo a quien le toca el purificarte en tus fuerzas vitales. Dejándote llevar por Él, te purificará de tu tendencia a echar mano de tus legítimas posesiones. Es preciso pues que cargues con la cruz de cada día, es decir, con este conjunto de purificaciones que te proporcionan las circunstancias de la vida. Pero ten cuidado y no fabriques la cruz en tu taller personal, déjale a Cristo que te cargue con su cruz. Aceptando así el perder tu vida, la salvarás". Porque atravesar la noche oscura es llegar a la "renuncia del yo", es la negación de si para abrirse a la gracia divina
          
Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein nos asegura  que cuanto más alto es el grado de unión con Dios, al que Dios quiere elevar las almas, tanto más profunda y duradera debe de ser la purificación. Y en esta purificación, que Dios le proporciona al alma que desea unirse a Él, su amor nos destruye todo lo que es más querido por nosotros: valiéndose de la muerte, de la enfermedad, de la pobreza, del odio, de la discordia, de la calumnia, del escándalo, de la mentira de la pérdida del honor.

Es este el paso por una noche oscura de carácter material, pero también esta puede tener características espirituales que aún son más dolorosas, como puede ser por ejemplo el retirarle al alma el don de la fe, y hacerla caminar en unas tinieblas de dudas de fe, también cabe que le retire al alma los consuelos internos y durante alguna temporada, permite que ella note en si misma aridez, distracciones involuntarias, dificultades en la oración, pérdida de toda devoción sensible y de la fruición que anteriormente sentía; incluso la deja caer en cierta frialdad y desgana para las cosas divinas, en una sensible dificultad para recogerse y comunicarse con Dios. La operación es tanto más dolorosa, cuanto más profundo es el endurecimiento del corazón, Dichosos aquellos que se dejan calentar inmediatamente a elevada temperatura; no sufren menos en ello, pero tienen su purgatorio en la tierra, lo cual les preserva del otro purgatorio.
          
San Juan de la Cruz en su libro "Subida al Monte Carmelo", nos señala, como: "Las tres potencias del alma, inteligencia, memoria y voluntad, han de ser promovidas a la noche espiritual -purificación- que es el medio de la divina unión. Como el alma se une a Dios por sus potencias, vamos a explicar como las tres virtudes teologales, fe esperanza y caridad, hacen el vacío y oscuridad cada una en su potencia. La fe hace el vacío en la inteligencia, la esperanza en la memoria y la caridad en la voluntad. La fe hace en la inteligencia vacía y oscuridad. La esperanza hace en la memoria vacía de toda posesión. La caridad hace vacío en la voluntad y desnudez de todo afecto y gozo de todo lo que no es Dios".
 
Si el Señor, no nos amase de forma tan desmedida, no nos hubiera creado para llamarnos a tan incomparable destino, que es el de ser transformados en Él y gozar de la suprema felicidad y libertad en Él, y esto nos crea la necesidad de ser purificados, porque sin purificación ningún ser viviente puede contemplar la plenitud de su gloria y participar directamente de la Luz de amor de su Rostro.
 
Por último apuntaremos que, dado que todas las personas tenemos cuerpos y también almas distintas, hay dos personas que experimenten la noche oscura exactamente igual, puesto que no existen dos personas que se unan a Dios en amor transformante, siguiendo el mismo camino. Cada uno de nosotros experimenta y refleja el amor de Dios de un modo único, personal e irrepetible.
 



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