Vuelta al Mundo

La irresoluble incógnita del presidente Pedro Castillo

2021-07-29

Pese a ello, un día después, 29 de julio, finalmente investido presidente y con su...

Diego Salazar | The Washington Post

Diego Salazar es periodista y autor del libro ‘No hemos entendido nada: Qué ocurre cuando dejamos el futuro de la prensa a merced de un algoritmo’.

En poco más de tres meses, los peruanos hemos pasado de matemáticos aficionados a intérpretes de lenguaje corporal y lectores de los posos del café: leer a Pedro Castillo se ha convertido en un agotador ejercicio de decodificación. El ahora presidente no ha concedido una sola entrevista luego de la segunda vuelta electoral. De hecho, su última aparición en medios data del 9 de mayo, casi un mes antes de la votación del 6 de junio que lo dio ganador.

Pasada la convulsión electoral y dejado atrás el delirio protogolpista de su contrincante Keiko Fujimori y sus aliados, finalmente llegó el 28 de julio de 2021, fecha del Bicentenario de nuestra independencia y del cambio de mando. Se esperaba que, tras dejar atrás la incertidumbre producida por la dilación innecesaria de su proclamación como presidente electo, Castillo despejara por fin la incógnita que ha marcado las últimas semanas: ¿Cómo y con quién gobernará?

Pese a ello, un día después, 29 de julio, finalmente investido presidente y con su primer discurso a la nación en el archivo, la incógnita sigue estando ahí. Y periodistas, analistas y público en general seguimos leyendo, sobreleyendo, interpretando y descifrando —diría yo que con poca fortuna y acierto— los signos, símbolos y ambiguos mensajes que hasta ahora hemos visto emitir al presidente.

El 27 de julio, la Secretaría de Comunicación Estratégica y Prensa del Despacho Presidencial distribuyó entre periodistas el cronograma de “Actividades Oficiales por el 200° Aniversario Patrio”. Ahí podía leerse que a las 16:30 del 28, horas después de la asunción de mando del presidente Castillo, tendría lugar la “Juramentación del nuevo Gabinete Ministerial”.

Esas cinco palabras ofrecieron un resignado y escaso respiro de tranquilidad a quienes llevamos poco más de una semana intentando responder esa incógnita. De forma inaudita, el día previo a la toma de posesión el presidente Castillo seguía sin revelar quién sería su primer presidente o presidenta del Consejo de Ministros, cargo que en el sistema peruano se asemeja al White House Chief of Staff estadounidense, pero que posee una mayor carga tanto ejecutiva como política y simbólica. Tampoco, fuera de vagas especulaciones, se conocía un solo nombre de los futuros integrantes del gabinete ministerial. “Pero, bueno, mañana sabremos”, pensamos.

Sin embargo, horas antes de la toma de posesión de Castillo en el Congreso, primero a través de filtraciones periodísticas y minutos después vía un comunicado oficial, supimos que no habría juramentación de ministros la tarde del 28. El presidente o presidenta del Consejo de Ministros recién será presentado hoy jueves 29 y el resto del gabinete, se supone, el viernes 30.

Más allá de los no pocos problemas administrativos que esto plantea —según el ordenamiento jurídico peruano el presidente necesita de la firma de sus ministros para cualquier decisión que tome, cualquier acto que realice sin ese refrendo es nulo legalmente—, lo grave es el problema político: el presidente Castillo no ha sido capaz de nombrar un gabinete a tiempo.

A estas alturas, solo caben dos interpretaciones: o bien no ha sido capaz de convocar nombres afines a su proyecto, o no ha sido capaz de conciliar o imponerse a las distintas facciones y/o aliados con que pretende gobernar.

Y es bajo esa luz, la de esa incapacidad, que debe leerse e interpretarse su discurso y el inicio de un mandato que ya era débil incluso antes de esta grosera muestra de incapacidad ejecutiva.

Pareciera que el presidente y sus allegados han querido camuflar esa preocupante indefinición redoblando el despliegue de símbolos identitarios. Y buena parte de la prensa peruana ha mordido el anzuelo, haciendo preguntas ridículas con no poca carga racista.

¿Por qué no se quita el sombrero chotano, complemento típico de la región de Cajamarca, de donde es oriundo? Hubo quien en el colmo del absurdo llegó a decir que si Castillo no se retiraba el sombrero durante el himno nacional podría incurrir en un delito.

El 28 de julio, Castillo inició su mensaje a la nación saludando a “los pueblos originarios” peruanos para inmediatamente enumerar los varios agravios históricos a los que han sido sometidos, empezando por los cometidos por “los hombres de Castilla” que derrotaron al Estado Inca. Un Estado que, según una visión antojadiza de nuestra historia prehispánica, había sido capaz de “resolver los problemas y de convivir en armonía con la rica naturaleza que la providencia les ofrecía”.

Ese supuesto edén dio paso al virreinato, donde “se establecieron las castas y diferencias que hasta hoy persisten” y que permitió a “la corona española (...) explotar los minerales que sostuvieron el desarrollo de Europa, en gran parte con la mano de obra de los abuelos de muchos de nosotros”. Todo esto lo dijo, además, con el rey Felipe de España sentado delante.

Fue un momento poderoso que, inexactitudes históricas aparte, sorprendió y resonó debido al inédito reconocimiento de la máxima autoridad del Estado de las injusticias vividas por buena parte de la población a lo largo de cientos de años.

El mensaje concluyó con Castillo anunciando —en un gesto que recordó al realizado por el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador— que, contrario a la tradición, no iba a utilizar la residencia habitual de Palacio de Gobierno y que el edificio será convertido en un museo.

Estos dos gestos, tan inéditos como cargados de simbolismo, enmarcaron un festival de cifras y propuestas que sonó tan ambicioso como irrealizable, pero que a la vez, repitiendo una característica ya habitual del discurso de Castillo, estuvo marcado por ambigüedades y contradicciones difíciles de resolver.

Por ejemplo, a la par que prometió otorgar un rol primordial a Petroperú, la empresa estatal de combustibles fósiles, que participará “en todos los aspectos de la industria petrolera, la exploración y explotación de los yacimientos de petróleo y gas natural, el transporte hacia las refinerías y la comercialización de los derivados”, el presidente señaló el compromiso de que “el Perú se convierta en un país carbono neutral al 2050”.

¿Cómo puede un proyecto político que pretende conceder un rol clave a una empresa estatal de hidrocarburos al mismo tiempo plantearse el objetivo de construir “un país carbono neutral”?

De manera similar, si bien señaló que su propuesta de cambio constitucional transitará los cauces legales contemplados en el actual ordenamiento legal “respetando escrupulosamente el procedimiento de reforma constitucional”, en otros momentos de su mensaje —e incluso ya desde su juramentación: “(juro) por una nueva Constitución”—, el presidente ató su proyecto político a la “obligación” de esa nueva carta magna. Por ejemplo, al señalar la necesidad de “recuperar la soberanía sobre todos nuestros recursos naturales” dejó claro que “esa es una de las razones principales que nos obligan a buscar una nueva Constitución Política”.

Sabiendo que tiene enfrente un Congreso de oposición, donde el número de congresistas oficialistas y aliados no alcanza ni por asomo el número necesario para aprobar ese proyecto de reforma, ¿cómo puede el presidente hipotecar su proyecto político así?

Sin embargo, pese a que vale la pena llamar la atención sobre estas incongruencias y otros anuncios preocupantes (“los delincuentes extranjeros tendrán 72 horas de plazo para salir del país”), todo el análisis que podamos realizar queda marcado no ya por lo que dijo —ni siquiera por lo que no dijo— sino por lo que parece no tener: la más mínima capacidad que se espera de un mandatario, que es la de convocar un equipo de trabajo.

Y eso, me temo, por mucho empeño que pongamos en la interpretación de sus símbolos, mensajes y ambiciones, aun cuando quede resuelto en los días posteriores a su toma de mando, no supone un buen augurio para nada.



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