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Parece mentira, pero fue verdad: anecdotario de la historia olímpica

2021-07-23

Los cinco aros olímpicos representan a los cinco continentes, pero sus colores se eligieron...

 

Tokio, (EFE).- Veintiocho ediciones de los Juegos Olímpicos y 125 años de historia dan para muchas anécdotas. Algunas resultan tan insólitas que parecen mentira; pero todas ocurrieron de verdad.

El estadounidense Fred Lortz protagonizó un gran escándalo en la prueba de maratón de los Juegos de St Louis 1904. Se retiró de la competición a mitad de carrera y fue conducido en un coche hacia la meta, pero el vehículo se estropeó antes de llegar. Lortz se bajó y entró en el Estadio Olímpico a pie.

Los espectadores creyeron que era el vencedor y le aplaudieron ruidosamente. Lorz no se molestó en desmentir el malentendido y cruzó la meta entre los vítores de sus compatriotas. Poco después se presentó el verdadero vencedor, el inglés, nacionalizado estadounidense, Thomas Hicks, y después de unos minutos de incertidumbre los jueces dieron la victoria al auténtico ganador.

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Los cinco aros olímpicos representan a los cinco continentes, pero sus colores se eligieron porque están en las banderas de todos los países del mundo. Los tres aros de arriba son, de izquierda a derecha, de color azul, negro y rojo y los dos aros de abajo son amarillo y verde.

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Todas las niñas marroquíes nacidas el 8 de agosto de 1984 se llaman Nawal, como homenaje a Nawal El Moutawakel, que ganó ese día en Los Ángeles la medalla de oro en los 400 m vallas. Fue el rey de Marruecos quien, tras felicitarla por teléfono, decretó que todas las niñas nacidas ese día se llamasen Nawal. El Moutawakel fue la primera mujer musulmana en proclamarse campeona olímpica.

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La frase “lo importante no es ganar, sino participar” se le atribuye a Pierre de Coubertin, restaurador del olimpismo. Pero, en realidad, es una afirmación inspirada en el sermón que pronunció con ocasión de los Juegos de Londres 1908 el arzobispo de Pensilvania, Ethelbert Talbot, en la catedral de San Pablo: “Los Juegos en sí mismo son mejores que la carrera y el premio. San Pablo nos dice cuán insignificante es el premio. Aunque solo uno pueda llevar la corona de laurel, todos pueden compartir la misma alegría de la competición”.



Jamileth