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«Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle»


2022-08-06

Evangelio, Lucas 9,28-36

«Visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo»

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con Él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con Él. Y sucedió que, al separarse ellos de Él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías», sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube, que decía: «Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle». Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.

Reflexión

Rev. D. Antoni Carol i Hostench

«Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas»

Hoy, meditando la Transfiguración, intuimos la situación del hombre en el Cielo. Lo que más nos interesa es contemplar la espontánea reacción de los “interlocutores terrenales” de esa escena. Una vez más, es Simón Pedro quien toma la palabra: «Maestro, bueno es estarnos aquí». Es maravilloso comprobar que, sólo con ver el Cuerpo de Cristo en estado glorioso, Pedro se siente plenamente feliz: no echa en falta nada más.

«Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». La reacción de Pedro muestra el dinamismo más auténtico del amor: él ya no piensa en su propia comodidad; él quiere retener aquella situación de profunda felicidad, procurando el bien de los otros (en este caso, interpretado de una manera muy humana: ¡unas tiendas!). Es la manifestación más clara del verdadero amor: soy feliz porque te hago feliz; soy feliz entregándome a tu felicidad.

Además, es muy revelador el hecho de que Simón reconozca intuitivamente a Moisés y Elías. Pedro, lógicamente, tenía noticia de ellos, pero nunca los había visto (¡habían vivido siglos antes!) y, en cambio, los reconoce inmediatamente (como si los hubiese conocido desde siempre). He ahí una muestra del elevado grado de conocimiento del hombre en el Cielo: al contemplar a Dios “cara a cara”, experimentará una inimaginable ampliación de su saber (una participación mucho más profunda en la Verdad). En fin, «la “divinización” en el otro mundo aportará al espíritu humano una tal “gama de experiencias” de la verdad y del amor, que el hombre nunca habría podido alcanzar en la vida terrena» (San Juan Pablo II).

Finalmente, Simón, sólo con ver a Moisés y a Elías, no solamente los conoce al instante, sino que también los ama inmediatamente (piensa en hacer una tienda para cada uno de ellos). San Pedro, Papa (el primero de la Iglesia), pero pescador, expresa este amor de una manera sencilla; santa Teresa, monja, pero Doctora (de la Iglesia) expresó la lógica del amor de manera profunda: «El contento de contentar al otro excede a mi contento».

Pensamientos sobreel Evangelio de hoy

«Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa» (Santo Tomás de Aquino)

«Con Pedro, Santiago y Juan, subimos también nosotros hoy en el monte de la Transfiguración y nos detenemos en contemplación del rostro de Jesús, para recoger el mensaje y aplicarlo en nuestra vida; para que también nosotros podamos ser transfigurados por el amor» (Francisco)

«En el umbral de la vida pública se sitúa el Bautismo; en umbral de la Pascua, la Transfiguración (…) nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo, ‘el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo’ (Flp 3,21). Pero ella nos recuerda también que ‘es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios’ (Hch 14,22)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 556)

 



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