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Afganistán, a un año de que volvió a manos de los talibanes


2022-08-13

Thomas Gibbons-Neff, The New York Times

El verano turbulento que cambió el mundo

A lo largo de unas cuantas semanas en 2021, la ofensiva talibán se convirtió en una conquista urbana. Luego, el 15 de agosto, sus fuerzas entraron a Kabul. Allí estuvieron los fotógrafos del Times.

Agosto de 2021 comenzó con mal agüero en Afganistán

Los estadounidenses y sus aliados abandonaban el país, acabando por fin con su prolongada guerra tras alcanzar un acuerdo con los talibanes. La defensa del país quedaba en manos de las fuerzas de seguridad que EE. UU. habían entrenado y abastecido durante años. Pero las fuerzas afganas ya empezaban a flaquear. A finales del verano, los insurgentes se habían apoderado de decenas de distritos, arrasando rápidamente las zonas rurales a medida que los puestos de avanzada se plegaban.

Pero ninguna de las 34 capitales provinciales había caído. Aún.

Estados Unidos proporcionaba apoyo aéreo limitado a las asediadas fuerzas afganas y quedaba una pequeña esperanza de que la potencia de fuego patrocinada por Estados Unidos continuara después de que el país se retirara por completo. El presidente Ashraf Ghani había reorganizado su cúpula militar, y las unidades de milicias dirigidas por los poderosos e infames señores de la guerra del pasado de Afganistán habían tomado las armas para defender sus feudos económicos.

Entonces, el 6 de agosto, Zaranj, la capital de la provincia de Nimroz, en la frontera con Irán, cayó repentinamente en manos de los talibanes. Otras capitales de provincia comenzaron a caer también como fichas de dominó, incluso en lugares como Kandahar, donde las fuerzas afganas se habían defendido bien durante meses.

En la mañana del 15 de agosto, los talibanes prácticamente habían rodeado Kabul, la capital del país, y miles de efectivos estadounidenses habían desembarcado para evacuar la embajada de Estados Unidos.

Al final del día, el gobierno respaldado por Occidente, incluido Ghani, había huido, y la bandera estadounidense que ondeaba sobre la embajada había sido retirada. Lo que sería una multitud de decenas de miles de afganos comenzó a formarse a las puertas del aeropuerto internacional, temerosos de lo que harían sus nuevos gobernantes talibanes.

Otros, sin embargo, se sentían aliviados, agradecidos de que se hubiera evitado un violento asedio a la ciudad, muy parecido a lo que había ocurrido durante la guerra civil de la década de 1990. Cuando el grupo insurgente entró en Kabul, algunos barrios de la ciudad celebraron su llegada.

En cambio, la violencia se centró en el aeropuerto, mientras la multitud se dirigía hacia las puertas, encajonada entre las culatas de los rifles de los talibanes —desesperados por establecer la seguridad en la extensa capital de unos cinco millones de habitantes— y los cañones de los rifles de los estadounidenses que defendían las puertas.

Para finales de mes, decenas de miles de afganos habían sido evacuados de Kabul a países de todo el mundo. Los últimos aviones de carga estadounidenses habían partido, dejando tras de sí basura en llamas y disparos talibanes de celebración. Trece estadounidenses y casi 200 afganos murieron en la explosión de una bomba suicida del Estado Islámico, y poco después Estados Unidos respondió matando por error a 10 civiles en un ataque aéreo que pretendía castigar al Estado Islámico.

El final de la larga guerra estadounidense en Afganistán había sido corto y violento, y ahora se abría un nuevo capítulo del gobierno talibán. El grupo intentaba pasar repentinamente de ser una insurgencia guerrillera a convertirse en gobierno para unos 40 millones de afganos.

Ahora, hemos visto que los talibanes han vuelto, de hecho, a muchas de las formas represivas y de línea dura que caracterizaron su régimen en la década de 1990. Pero al terminar el verano del año pasado, nada estaba claro, salvo que el mundo había cambiado, en un abrir y cerrar de ojos.



JMRS


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