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Las bibliotecas se convierten en refugios políticos y climáticos
Los pódcasts de Radio Maconda nos recuerdan que una biblioteca es también una plataforma que genera contenidos audiovisuales protagonizados por los libros. Las zonas de diarios en papel, actividades sensoriales para niños, computadoras, cómics o formación señalan la convivencia intergeneracional. Que la Gabriel García Márquez sea una de las 11 bibliotecas que participa en el programa “En verano, Barcelona te acoge” muestra que se trata también de instituciones de información, de acogida y de integración. El aire acondicionado y las terrazas ajardinadas, por último, convierten la biblioteca en un refugio climático, ante la proliferación de las olas de calor. Por todo eso, las nuevas bibliotecas son máquinas de democracia progresista, en estos tiempos de auge de la extrema derecha y de negacionismo del calentamiento global. En ellas los ciudadanos encuentran refugio de dos climas adversos: el de las noticias falsas y el de las temperaturas elevadas, el de la propagación del odio y el de un ecocidio sistemático. Dos climas que están directamente emparentados entre sí a través de las ideologías extractivistas y neoliberales. En esa atmósfera cada vez más contaminada e incendiada, las bibliotecas nos recuerdan que son posibles el silencio, la reflexión, el contraste de la información, el diálogo no polarizado, la lectura al margen de las decisiones opacas de los buscadores, las redes sociales y los poderes públicos que se preocupan por el bienestar térmico, psicológico y democrático de sus ciudadanos. Como otros proyectos de vanguardia —desde la australiana Library at the Dock, en Melbourne, hasta la noruega Deichman, de Oslo—, la Gabriel García Márquez está diseñada para resultar acogedora en todas las dimensiones de la palabra. Tanto de personas de procedencias geográficas y sociales distintas como de expresiones diferentes de la curiosidad y del conocimiento. Añade a esa tendencia internacional una cierta identidad vegetal, porque no hay duda de que la ecología también debe ser integrada en el nuevo concepto de laboratorio, mediateca u observatorio. Las bibliotecas pueden ser el mirador privilegiado para entender tanto el pasado como el presente, tanto lo estrictamente humano como a las especies compañeras. La red de bibliotecas públicas es el equipamiento municipal más valorado por los habitantes de Barcelona. Los vínculos de la ciudad con Colombia van mucho más allá de que García Márquez viviera aquí hace medio siglo, al igual que su agente Carmen Balcells, o que ahora la biblioteca más fotogénica e innovadora lleve su nombre. Las redes de bibliotecas públicas de las ciudades colombianas Bogotá, Medellín y Cali colaboran con la de la catalana. Entre sus iniciativas diferenciales destacan los 95 puntos de lectura y actividades que existen en los parques de la capital de Colombia. Un ejemplo elocuente de que es posible pensar las bibliotecas en clave verde como descentralizarlas y abrirlas a todo tipo de públicos y de experiencias. La UNESCO subrayó que las bibliotecas son fuerzas vivas de la educación, la cultura, la paz y el bienestar. Tras haber sobrevivido a la pandemia, los centros culturales devienen espacios seguros y terapéuticos. Pero se siguen concentrando en las grandes ciudades. Por eso no solo es necesario que los pueblos también cuenten con sus bibliotecas, sino también que se organicen servicios móviles de difusión y préstamo de libros. Los bibliobuses son la opción más extendida, tanto en barrios metropolitanos como en zonas rurales. Desde Galicia, en España, hasta El Salvador, pasando por Bucaramanga, Colombia, o la peruana Piura, en innumerables puntos de Iberoamérica nos recuerdan que las bibliotecas serán descentralizadas o no serán. En la fascinante exposición Giro gráfico, que la Red Conceptualismos Sur ha curado para el Museo de Arte Reina Sofía de Madrid, hay una pequeña sala llamada Biblioteca Cuir. En ella se recogen varias decenas de fanzines y publicaciones artesanales en sintonía con los carteles, contracartografías, intervenciones urbanas y tejidos de signo social y político de toda América Latina que hay en exhibición. La instalación nos recuerda que las bibliotecas, esos catálogos posibles de textos significativos, están siempre latiendo, a la espera de hacerse patentes en arquitecturas fugaces o estables. Que son siempre queer: extrañas, mutantes, necesarias. Y que tienen límites. Por eso es una buena noticia que TikTok haya anunciado la creación de un gran club de lectura, después de que durante la pandemia la plataforma por excelencia de ese tipo de experiencias haya sido Zoom. Porque supone el triunfo de la idea de biblioteca, más allá de sus límites arquitectónicos o logísticos. Lo que más importa es la lectura y la conversación. Y esas redes inmateriales, gracias a internet, pueden llegar hasta el último confín del planeta y mantener vivo el espíritu de la biblioteca allí donde no existen o son insuficientes. Internet, no obstante, es un espacio partidista que está determinado por intensos intereses corporativos y por intermediarios matemáticos hipersesgados, los algoritmos. Como el consenso democrático en contra de la extrema derecha y como el propio planeta en que vivimos, también lo estamos destruyendo. Por eso las bibliotecas mentales, las que tenemos cada uno de nosotros en nuestra conciencia y en nuestra memoria, no se pueden nutrir exclusivamente de lecturas y diálogos digitales, mediados por Google, Facebook o TikTok. Las librerías, las bibliotecas personales y las bibliotecas abiertas al público, además de ser refugios climáticos y políticos, nos permiten refugiarnos también de la red. Esa dimensión de la realidad que es al mismo tiempo universidad y guerra cultural, amparo e intemperie. aranza |
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