Formato de impresión


López Obrador dio un golpe maestro a la oposición, pero le puede costar caro


2022-09-12

Carlos Loret de Mola A., The Washington Post

El Partido Revolucionario Institucional (PRI) fue, durante el siglo pasado, la escuela política de México. No se puede entender la forma de hacer política en el país sin el PRI y sin su historia, en la que mantuvo la presidencia por 70 años. Hoy, de aquel “partidazo” que marcó la vida nacional queda muy poco: se ha ido desdibujando rápidamente, su presencia política nacional se ha ido haciendo cada vez más pequeña, sus líderes están enfrentados entre sí y —quizá lo más grave de todo— no tiene un discurso claro y congruente que marque el rumbo del partido.

Cuando el PRI perdió la presidencia por primera vez, en el año 2000, mantuvo el control de los gobiernos estatales: pequeños cacicazgos que, sumados, significaban muchísimo poder. Los gobernadores se convirtieron en líderes fuertes dentro del partido y en contrapesos para los presidentes en turno. Conforme fueron perdiendo las elecciones en los estados, se fueron extraviando esas voces. Hoy, los gobernadores priistas son aliados del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), un expriista, y no se suman a las luchas opositoras del priismo nacional.

No lo hacen solo por falta de agallas y talento político, también porque la fuente de financiamiento de los gobiernos estatales es el gobierno federal: pelearse con el presidente les puede significar la asfixia presupuestal. En cambio, el partido recibe financiamiento del Instituto Nacional Electoral, el cual está protegido por la ley y por la autonomía de este organismo; por tanto, tiene más margen de maniobra frente al presidente.

Tras la elección de 2018 —en la que López Obrador arrasó— y las crecientes señales autoritarias de un presidente que quiere tener absolutamente todo el poder, surgió una alianza opositora entre partidos que fueron enemigos acérrimos por décadas y que antes parecía impensable.

En 2020, la oposición se unió en la coalición político-electoral “Va por México”, conformada por el PRI y los partidos Acción Nacional (PAN) y de la Revolución Democrática (PRD, donde también militó AMLO). Desde su creación, la alianza generó dudas sobre cómo lograrían acuerdos duraderos más allá del plano electoral ante las diferencias ideológicas entre ellos.

Hoy estamos justo en ese escenario. La alianza está “suspendida temporalmente” y pende de un hilo. Hace unos días el grupo parlamentario del PRI en la Cámara de Diputados presentó una iniciativa para extender la presencia de militares en las calles hasta 2028, en sintonía con los deseos de López Obrador y sin el respaldo de la alianza opositora.

La lectura inmediata fue que el PRI se dobló y se entregó a Morena, el partido oficialista. En el PAN y el PRD se sienten engañados y traicionados. Distintas voces dentro de ellos sugieren abandonar al PRI y buscar mejores opciones. No parece sencillo sanar esa fractura.

Pero el cisma no es solo entre los partidos opositores que quieren sacar al PRI de su alianza: al interior de este las cosas están peor que nunca. Los senadores rechazaron aprobar la propuesta hecha por los diputados, exgobernadores se pelean con el dirigente nacional y antiguos líderes piden la cabeza de los actuales. Esto es algo inaudito en la historia del PRl, que siempre se había jactado de ser un ejemplo de institucionalidad, de saber resolver en privado todas las diferencias, de respetar jerarquías y presentar un frente unido. Hoy de esa “educación” priista no queda un ápice.

El PRI está profundamente lastimado y da la impresión de que en su interior hay todo menos consenso y congruencia. Para un partido político no hay nada más dañino que eso, sobre todo en un momento en el que busca recuperar a sus bases históricas y la lealtad de sus miembros.

Lo más delicado y seguramente doloroso para el PRI de hoy es que hay una parte suya que sigue viva, motivada y exitosa. Solo que ya no está en el PRI, está en Morena: AMLO fue priista y creció en los mejores años de ese instituto, entiende cómo piensan y cómo actúan los priistas, y gobierna como tal. Es un priista de los años 1970 que se llevó a Morena a los militantes, la forma de hacer política, la capacidad de movilizar, los programas sociales, los discursos y el ejercicio unipersonal del poder característico de ese partido.

El presidente hoy parece estar de fiesta: tiene una popularidad notable, su partido va cómodamente a la cabeza de las encuestas de la siguiente elección presidencial, la oposición está resquebrajada y ha logrado someter poco a poco a los que deberían ser contrapesos para lograr lo que considera es la única manera de transformar al país: entregar el gobierno a los militares.

Pero debe tener cuidado de que no le vaya a salir el tiro por la culata. El PRI es considerado en las encuestas como el partido más corrupto, y López Obrador lo está acercando a su gobierno y se lo está quitando a la oposición. Hoy, eso puede interpretarse como un golpe maestro que deja coja a la alianza. Pero falta ver si no resulta al revés y AMLO, con esto, termina extirpando el tumor que no dejaba andar a la oposición. Y al creer que la aniquila, la revive.



Jamileth


� Copyright ElPeriodicodeMexico.com