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Katmandú tuvo agua de grifo unas semanas. Pero el agua se secó tras una catástrofe climática


2022-10-11

Por Emily Schmall y Bhadra Sharma | The New York Times

MELAMCHI, Nepal — Todo comenzó con un aumento repentino de temperatura: 5 grados Celsius, alrededor de los glaciares himalayos. Después, vino la explosión: una avalancha de hielo derretido que descendía a un ritmo de 9,5 millones de litros por segundo, lo que desató un deslave que arrasó con todo a su paso.

Árboles antiguos, campos fértiles, casas, líneas eléctricas, puentes: todo fue engullido. Cinco personas murieron. Sin embargo, la inundación no solo dejó irreconocible este valle verde. Sus efectos se extendieron decenas de kilómetros hasta la capital de Nepal, Katmandú, la cual había estado esperando durante décadas algo que gran parte del mundo da por sentado: agua limpia en el grifo.

La corriente que asoló el valle del río Melamchi en junio de 2021 destruyó un proyecto para transportar agua por tuberías hasta una ciudad que desde el siglo VI ha dependido de surtidores públicos conectados a acuíferos subterráneos. El proyecto, iniciado en 1972 y mantenido a flote gracias a cientos de millones de dólares en préstamos internacionales a lo largo de turbulencias políticas y cambios de gobierno, llevaba tan solo unas semanas en funcionamiento cuando la toma principal quedó enterrada debajo de los escombros de la inundación.

El agua que finalmente había salido de los grifos de las casas en Katmandú causando gritos de alegría desde las azoteas, se secó repentinamente. Pronto, todos se dieron cuenta de algo terrible: el proyecto nunca había considerado en serio el cambio climático, incluso cuando se acumulaba evidencia del riesgo de que el glaciar himalayo se derritiera. Ahora es necesario volver a diseñar el proyecto.

Aunque la intención era que fueran un símbolo del desarrollo de Nepal, uno de los países más pobres de Asia, las obras hidráulicas estropeadas, en cambio, expusieron el gran desajuste entre un megaproyecto de lento avance financiado por donadores y las amenazas cambiantes que representa un planeta que se calienta cada vez más.

Arnaud Cauchois, director del Banco Asiático de Desarrollo para Nepal, el principal financiador del proyecto, comentó: “Creo que estábamos obsesionados con tratar de terminar esta cosa”.

Las lecciones de Melamchi podrían tener repercusiones en todo el mundo, en un momento en que los bancos de desarrollo y los ingenieros civiles evalúan otros proyectos grandes en países en desarrollo en cuanto a su capacidad para resistir los embates del cambio climático y consideran cómo garantizar una rendición de cuentas cuando fracasen.

La idea

Katmandú es una de las capitales más húmedas del mundo. Durante el monzón anual, por las calles corren riachuelos de agua y desembocan en el crecido río Bagmati.

En la temporada de lluvias, los residentes todavía usan una red gratuita de surtidores de piedra para bañarse y lavar ropa. El agua entubada llegó en 1895, pero solo estaba disponible para los palacios Rana, donde vivían y trabajaban los miembros de la familia real y dignatarios de alto rango.

Para la década de los setenta, quedaba cada vez más claro que Katmandú necesitaba un sistema moderno de abastecimiento de agua. Otrora una parada de descanso para montañistas en camino al Everest u otras cimas, y con una población conformada en gran medida por agricultores de arroz, la ciudad había cobrado relevancia al encontrar un lugar al final del sendero de los jipis. Sus paisajes sublimes, templos antiguos y hachís de primer nivel atrajeron a jóvenes visitantes de todo el mundo.

Durante las décadas siguientes, los acuíferos de Katmandú se agotaron a medida que la urbe crecía a una velocidad vertiginosa para albergar a refugiados de conflictos, desastres naturales y el cambio climático.

El rey Mahendra, el monarca de Nepal hasta 1972, reconoció estos desafíos. Su ambición de convertir a la capital de Nepal en un destino turístico popular coincidió con la llamada era del desarrollo, una etapa de grandes proyectos de infraestructura financiados por el Banco Mundial y otras instituciones surgidas en la posguerra.

Hubo una “carrera desenfrenada para encontrar proyectos de inversión en cualquier lugar”, comentó Dipak Gyawali, un ingeniero hidráulico que trabajó para el sucesor de Mahendra, el rey Birendra.

El Banco Mundial se acercó al gobierno con un plan para llevar agua desde el río Melamchi hasta Katmandú a través de un túnel. Operaría con la fuerza de gravedad, para que no requiriera grandes conocimientos técnicos o bombeo costoso.

El agua sería empleada para brindar electricidad barata a través de fuerza hidráulica, la capital tendría abundante agua potable y el Terai, una región agrícola clave, contaría con riego gratuito.

Una vez que comenzara la construcción, el proyecto se completaría dentro de siete a 10 años. Sin embargo, incluso la modesta meta inicial del gobierno de Nepal —arreglar las tuberías con fugas de la ciudad— seguía incompleta después de 15 años, según un análisis del que Gyawali fue coautor y que se realizó para una comisión gubernamental en 1987.

El proyecto de aguas más amplio permaneció en la fase de concepto durante dos décadas después de su propuesta inicial. Cuando la guerra de 10 años del gobierno contra los rebeldes maoístas concluyó en 2006, la monarquía de Nepal había desaparecido, lo que dejó un vacío político y ningún rumbo claro para el proyecto.

Mientras tanto, el dinero seguía fluyendo. El costo del proyecto alcanzó los 464 millones de dólares. Después de que el Banco Mundial, así como las agencias de desarrollo de los gobiernos noruego y sueco dejaron el proyecto, el Banco Asiático de Desarrollo tomó la batuta, al aprobar un préstamo de alrededor de 160 millones de dólares para el gobierno de Nepal.

“La gente quería ese gran proyecto porque traía dinero al país, no solo agua, del que la gente del gobierno y otros podían obtener dinero”, dijo Cheryl Colopy, que escribió sobre Melamchi en su libro Dirty, Sacred Rivers: Confronting South Asia’s Water Crisis.

El proyecto estuvo plagado de corrupción desde el comienzo, según funcionarios del gobierno de Nepal, banqueros internacionales y observadores expertos. Un primer ministro depuesto durante el periodo de inestabilidad de los años de guerra, Sher Bahadur Deuba, y varios de sus ministros después enfrentaron cargos por corrupción relacionados con el proyecto Melamchi. (Deuba está en su quinto mandato como primer ministro).

En 2014, una compañía italiana contratada para completar el túnel abandonó el proyecto y acusó a los burócratas nepalíes de presionar a los trabajadores para obtener sobornos. Al final, una compañía china, Sinohydro, concluyó la obra en marzo de 2021.

Entonces, ocurrió el desastre. Unas horas después del inicio de las pruebas ese mes, una inundación forzó la suspensión de las operaciones. Se reanudaron a principios de abril, pero el agua fluyó durante solo seis semanas antes de que se desataran la inundación y el deslave más devastadores.

Ahora, 50 años después de que la idea fuera concebida y con una deuda de 420 millones de dólares en préstamos que todavía deben pagar los contribuyentes nepalíes, el gobierno no está más cerca de proveer agua potable a su sedienta capital.

Rajendra Sharma, un hidrólogo y asesor técnico del gobierno para el proyecto Melamchi, declaró: “Nos preocupa que, si la lluvia supera los niveles normales, este tipo de desastre pueda ocurrir de nuevo”.

Cambio climático

Cuando Gaurab K.C., profesor adjunto de sociología del derecho, crecía en Katmandú, los monzones anuales traían un coro nocturno de ranas croando y aire perfumado de jazmín.

Pero muchos de los humedales y arrozales que absorbían la lluvia de los monzones y engrosaban la capa freática han sido pavimentados desde entonces, ya que el valle de Katmandú se ha urbanizado a uno de los ritmos más rápidos de Asia, y su población ha pasado de más de medio millón en 1991 a más de dos millones en 2021.

Como la mayoría de los habitantes de Katmandú, Gaurab depende de un elaborado sistema para captar, recoger y comprar agua suficiente para su hogar. Utiliza dos tanques recolectores de agua de lluvia en la azotea para lavar y para la fontanería. También compra agua a los camiones cisterna para lavar las verduras y beber.

La instalación de tuberías para el proyecto Melamchi comenzó hace años en su barrio. “Es como un mito o un cuento: ya viene Melamchi”, dijo Gaurab.

Lo que llegó fue el cambio climático. Pero en el momento de la concepción del proyecto, el calentamiento global era un concepto casi esotérico, y en los años siguientes no se estudiaron a fondo sus efectos en la zona de captación aguas arriba.

Eso no cambió ni siquiera cuando Nepal se vio afectado por una serie de desastres naturales. En 2008, un terraplén del río falló y las inundaciones que siguieron desplazaron a más de tres millones de personas. Cuatro años más tarde, un río alimentado por un glaciar en Pokhara, la segunda ciudad más grande de Nepal, se desbordó, causando grandes daños. En 2016, una presa de la vecina China que contenía un lago glacial se rompió, arrastrando un proyecto hidroeléctrico en Nepal.

La última evaluación del impacto ambiental del proyecto de agua de Melamchi se realizó en el año 2000. Nadie sabía que los glaciares y la cuenca de sedimentos sobre el valle se habían vuelto inestables después de que un terremoto de 7,8 grados sacudió a Katmandú en 2015.

“Este proyecto se diseñó hace tanto tiempo”, dijo Cauchois, del Banco Asiático de Desarrollo. “Nuestro enfoque era conseguir que se hiciera la maldita cosa”.

Las secuelas

El día de la catástrofe del año pasado, Sharmila Shrestha estaba cocinando la cena cuando recibió una llamada de un pariente que vivía río arriba, rogándole que corriera. Su familia, compuesta por cuatro personas, logró escapar a un terreno más alto y regresó a su casa días después, cuando el agua se retiró. No todos sus vecinos sobrevivieron.

Ahora, en las noches de lluvia, ella y su esposo, Shyam Krishna, se turnan para vigilar, escuchando el estruendoso sonido de las rocas que se estrellan en el valle.

Se ha instalado un sistema de alerta temprana en el que suena una sirena si el río alcanza una altura peligrosa. Algunos de los residentes que perdieron su medio de vida reciben ahora un salario por recoger rocas más pequeñas de la orilla del río y apilarlas en cajas de malla de alambre para construir un muro de protección.

Shrestha y Krishna viven con sus dos hijos en el último piso de su casa, devastada por la inundación, en una zona que en su día fue muy turística, donde la gente conducía dos horas desde Katmandú para disfrutar del río rico en truchas del valle y de las casas pintadas de colores vivos encaramadas a los arrozales en terrazas.

La marca de agua aún es visible sobre la estufa de la cocina del tercer piso.

“Mis padres siguen sugiriendo que nos mudemos”, dijo Shrestha, “pero tengo un profundo apego a este lugar”.

La pareja construyó su primera casa juntos con barro y piedra. Las paredes se derrumbaron en el terremoto de 2015, lo que mató a su hijo mayor. Acababan de terminar de pintar las paredes de su nuevo hogar, construido con hormigón armado, cuando las aguas fangosas llegaron el año pasado.

“Todo el mundo nos alababa cuando terminé la casa”, dijo. “Ahora, nadie viene a visitarnos”.



Jamileth


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