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Valores Ideales


2022-10-25

Por: Salvador Flores LLamas

Insistentes noticias policíacas, magnificadas y desplegadas al máximo por los medios de comunicación, debido al rating o cantidad de lectores que les representan, se han convertido en el pan de cada día de una sociedad, ávida de lo deleznable y escandaloso para paliar los problemas y frustraciones que lleva a cuestas.

Cada día aumenta el amarillismo que difunde secuestros, robos, asesinatos individuales, seriales y múltiples y la expansión del narco sin disimulo ni recato, y nutren las mentes infantiles y juveniles tan suculentos platillos con todo lo humano negativo; en vez de mostrar paradigmas a imitar e ideales que perseguir.
Por desgracia, difundir sin medida estas lacras retroalimenta su proliferación. Los medios la propician y -los electrónicos sobre todo y de mayor impacto- dejaron de ser vehículos de mensajes educativos y culturales, por intereses pecuniarios y de otra índole.

La autoridad debería evitar que muchos locutoretes destrocen el idioma y digan palabras soeces, por confundir libertad con libertinaje, pues incrementan la incultura y agraden las costumbres sociales.

El sexo, el desmedido afán de riqueza, la trampa, la transa, la mentira y el engaño, recurrentes en los políticos que buscan el poder por el poder, nutren a diario de hedonismo, avaricia, indiferencia y aun rechazo a la política y la democracia a grupos sociales, a los que mueven a engrosar el caudal de zánganos que expolian al país.

Visión tan sombría lleva a reflexionar en que la educción laica -que no debe ser negación de Dios- cumplió el fin de sus propulsores: crear generaciones de mexicanos ayunos de principios e ideales que sustentan la vida y el anhelo de superación, innato en el hombre. No propiciaron sólo la ausencia de formación ética -no digamos religiosa- so pretexto del pluralismo y la libertad; también que niños y jóvenes crezcan como seres sin brújula ni bases que impulsen su proceder hacia algo por qué vivir.

Frecuente es oír que la sociedad actual carece de valores y que ya ni recordamos los que inculcaron los abuelos; por ello quizá valga citar que "todo tiempo pasado fue mejor".

Pero si ya olvidamos tales incentivos vitales, hay que subrayarlos y señalar cuáles vienen más a cuento, pues los hay religiosos, morales, sociales, entre otros.

Los básicos son Dios, patria, amor, honradez y lealtad, capaces de dar al hombre cimientos que orienten su vida y actos hacia ideales que den contenido a la existencia, reconforten el espíritu y lo lancen a conquistar grandes metas. 

Frecuente es oír que la sociedad actual carece de valores morales y que ya ni recordamos los que nos inculcaron los abuelos. 

Que lo alejen del simple dejar pasar el tiempo y, no digamos, del vicio y delincuencia, bajo el imperio de su libertad, premisa que bien empleada es por demás fructífera y cuya perversión lleva al desbarrancadero y la frustración.

Dios es el Ser Supremo que nos dio cuerpo y espíritu, cuida a diario nuestro sustento, fijó normas elementales para que gocemos el mundo maravilloso en que nos colocó, proporciona los auxilios que nos guíen en la vida y la capacidad para que sigamos el camino que El nos indica o cualquier otro que elijamos, en aras de la libertad, así nos lleve al fracaso y la negación de nosotros mismos.

Patria es el suelo y conglomerado humano en que nacimos, con su gobierno y leyes. A ella debemos el mejor esfuerzo para crear el ámbito más apto para nuestra formación y desenvolvimiento, de los nuestros y los compatriotas y que impulse a todos.

Amor es el hálito vital que nos impele a amar a Dios, la patria, los semejantes y a constituir la célula básica de la sociedad con él o la compañera que elijamos para formar la familia, en la que nacerán los hijos y nos brindará cariño, ternura y estímulo para enfrentar los retos existenciales, profesionales y sociales.

La honradez nos mueve a practicar la justicia, que es dar a cada quien lo suyo. Por ello podemos asumirla como la manera de actuar sin afectar los derechos e intereses legítimos de los demás.

La lealtad se nutre de todo lo anterior y nos induce a reconocer a quien nos da la mano, a corresponderle y serle siempre respetuoso; pero no sólo, sino a atender -más allá del egoísmo- al prójimo y a las instituciones y sus dirigentes que nos ayudan a darle razón a la vida, como la escuela, el trabajo, la iglesia y la patria mismas.

La libertad permite optar por lo que deseemos, acertado o no, con la taxativa de no transgredir la y los derechos de los demás. Por desgracia, en su nombre incurren en dislates y en su negación misma demagogos sin escrúpulos que se erigen en amos de haciendas y vidas y en dictadores, con el disfraz de redimir a los más pobres.

De tales valores nacen principios que inculcan ideales al hombre que lo motivan a fijarse metas para superarse en su actuar diario, su profesión, trabajo, hogar y en la acción sociopolítica, tras de quienes trascienden por sus logros en beneficio propio, de la familia y la patria y más allá del prosaico devenir en el tiempo y el espacio.

Llevan también a adoptar códigos de conducta: así los cruzados asumieron el sacrificio, amor y esfuerzo; los samurais la ética, coraje y disciplina, y la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM) inculcó a sus miembros piedad, estudio y acción, como medios para formarse y servir a Dios y a la Patria.

Por fortuna en México hay quienes transitan por esas vías, pues no todo son nubarrones, sino hay primaveras con frutos valiosos que sirven de prototipo para que las nuevas generaciones no caigan en la drogadicción, la delincuencia y la degradación, ni sean presa fácil de embaucadores populistas, irresponsables y mentirosos, que quieren gobernar sólo para alimentar su apetito insaciable de poder y dinero.
 



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