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Verdaderas y falsas profecías, ¿cómo distinguirlas?


2022-10-28

Por: Guillaume Chevallier

No debemos confiar indiscriminadamente en la autoridad de una persona que dice estar inspirada, para evitar creer a un «lobo con piel de cordero» (Mt 7,15).

Si “un árbol se juzga por sus frutos” (Mt 7, 16-20), ¿estos son siempre evidentes? La paz y la alegría que uno puede sentir al leer un mensaje o su número de seguidores son frutos ambiguos: las recientes acusaciones a personalidades reconocidas llaman a la cautela.

¿Cuáles son los frutos a largo plazo para la misión de la Iglesia, para la profundización de su mensaje, para su unidad? En la mayoría de los casos no se pueden juzgar a primera vista.

En la medida en que son inverificables y fascinantes, las comunicaciones «celestiales» tienden a imponer el silencio del juicio.

Los falsos profetas enfatizan la importancia de ser «pequeño», alguien que confía ciegamente, en contraste con los «razonadores». Dios nunca nos pide que renunciemos a nuestra razón.

¿Ha hablado la Iglesia?

Una advertencia de la Iglesia es el criterio decisivo: el obispo del lugar, o en ciertos casos la Santa Sede, tiene el carisma divino para discernir los hechos que, por discreción o reserva pastoral, no siempre se publican (moralidad del mensajero, influencia, etc.).

Los grupos que viven de estos mensajes tienden a relativizar el juicio de la Iglesia para borrar sus huellas.

Aunque, por ejemplo, la obra de María Valtorta ha sido cuestionada por la Iglesia en varias ocasiones, ¡sus partidarios afirman que está en marcha su causa de beatificación!

Juana de Arco y Padre Pío

Estas dos figuras populares que tuvieron que sufrir por parte de la Iglesia son comúnmente invocadas por los falsos profetas.

Para ellos, la Iglesia se habría desacreditado en el pasado luchando por reconocer sus misiones originales: su reserva o su juicio negativo contra el mensajero hoy son considerados inválidos.

Porque las falsas profecías se elaboran a menudo a partir de otras visiones o apariciones (reconocidas o no).

Usando el uso de códigos ya conocidos, se legitiman registrándose en una red. Además, más recientemente, los «mensajeros» entran en contacto entre sí para dar la impresión de que hay un «consenso profético», que en realidad sólo existe porque «se roban unos a otros» sus palabras (Jer 23, 30).

La profecía tiende a sustituir la autoridad eclesial o a relativizarla

Los falsos profetas a menudo se posicionan como retadores de la jerarquía. Su doctrina induce a la sospecha de corrupción del clero, de los obispos, incluso del Papa.

Dividen a la Iglesia en “Iglesia institucional” (Iglesia de Pedro, carnal) y “carismática” (Iglesia de Juan o María, espiritual).

El obispo local se convierte a menudo en el enemigo, y se va contra el Papa, a menos que se le trate bien para no despertar sus sospechas: sólo se le comunica la parte más aceptable de las revelaciones, se le halaga para desviar mejor autoridad apostólica para fines individuales,…

Exhibicionismo espiritual

Publicitar experiencias “místicas” es en sí mismo una autoafirmación dudosa.

Los místicos auténticos se protegen de los reflectores, cautelosos de sus propias percepciones y del peligro de la vanidad y la presunción.

Por el contrario, los falsos místicos atestiguan que el cielo los insta a publicar (a pesar de su supuesta repulsión personal), buscar imprimatur (de obispos que no miran de cerca), e incluso eludir las recomendaciones de la Iglesia.

A menudo, el falso profeta sufre, física o socialmente, una falta de acogida por parte de la Iglesia, y eso se convierte en un tema principal de sus mensajes.

Revelan cuadernos personales, a veces reelaborados, que relatan locuciones, visiones, pero también preferencias afectivas, escenas de intimidad embarazosas, en algunos casos masoquismo bajo la apariencia de piedad (pedido de sufrimiento seguido de una crucifixión de Jesús o María).

Diferencias doctrinales

Cuando se aparta de la enseñanza apostólica, el caso es claro, no es el Cielo quien la inspira.

Es el caso, por ejemplo, de la «Quiternidad» de Marie-Paule Giguère, o la preexistencia del alma de María en María Valtorta.

La obsesión por una declaración dogmática particular debe alertar, como la realeza o corredención de María: ¡una influencia en la Iglesia sería la consagración del mensaje!

La mayoría de las veces los místicos pretenden imponerse a través de la personalización forzada del mensaje evangélico (revelaciones que llenan las lagunas del texto) o de la espiritualidad de la Iglesia (Alianza de los Corazones Unidos, etc.).

Las preguntas genuinas sobre el sufrimiento y la resurrección de la Iglesia no deben ser rehenes de la curiosidad, el elitismo o la vanidad de la falsa profecía. Engendran desconfianza y división, que no son signos del Reino de Dios.

¡Hagamos un buen discernimiento!
 



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