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¿Un otoño caliente en los Balcanes?


2022-11-02

Ricard González | Política Exterior

El conflicto entre Serbia y Kosovo es el que más capacidad de desestabilización tiene en la región. Pero no es el único. Mientras los acuerdos de Dayton dan señales de agotamiento por considerarse ‘discriminatorios’ con minorías, las reticencias de la UE a la ampliación en la región pueden servir de aliciente para la desestabilización.

Antes del estallido del conflicto entre Rusia y Ucrania en 2014, los Balcanes eran considerados la región más inflamable de Europa. Este fue el escenario de las guerras más sangrientas en el Viejo Continente desde el final de la II Guerra Mundial, cuyas heridas no han todavía cicatrizado. De hecho, existen numerosos conflictos latentes, y alguno de ellos no ha escalado gracias a la presencia de tropas extranjeras desplegadas sobre el terreno en misiones de paz internacionales. Durante los últimos meses, han aumentado las tensiones y este podría ser otro otoño caliente en los Balcanes.

Sin duda, el conflicto con una mayor capacidad de desestabilización durante la última década es el que enfrenta a Serbia con la autoproclamada República de Kosovo. La antigua provincia serbia proclamó su independencia en 2008, y desde entonces ha sido reconocida por más de un centenar de países, es decir, la mayoría de la comunidad internacional, incluidos los pesos pesados de Occidente. En cambio, este no es el caso de Rusia y China, que como miembros del Consejo de Seguridad, vetan su entrada como miembro de pleno derecho en Naciones Unidas.

Para Serbia, reconocer la independencia de Kosovo representa un todo un tabú, además de un suicidio político para cualquier presidente serbio, sea cual sea su ideología. La mediación internacional hace años que intenta un objetivo menos ambicioso: la normalización de relaciones entre Belgrado y Pristina. Es decir, pactar unas normas de convivencia con el statu quo que aleje el escenario de un retorno a la guerra. La ausencia de esta normalización hace que incluso desencuentros de tipo simbólico puedan escalar y acabar provocando disturbios.

Eso es exactamente lo que sucedió el pasado verano ante la falta de reconocimiento mutuo de los documentos nacionales de identidad o matrículas de coches expedidos por la otra parte. A mediados de agosto, la mediación de Bruselas en una cumbre tripartita logró un acuerdo respecto a los documentos nacionales de identidad, pero no para las matrículas. El próximo 31 de octubre caduca el acuerdo interino que rige este asunto, por lo que existe el riesgo de nuevos altercados en la frontera, sobre todo si los policías kosovares impiden por la fuerza a ciudadanos de la minoría serbia de Kosovo circular con matrículas del Estado serbio.

El principal escollo para la normalización es el estatuto de la comunidad de municipios serbios, que reúne los diez municipios de mayoría serbia en Kosovo. Belgrado sostiene que los acuerdos de Bruselas de 2013 preveían la creación de esta institución, algo que todavía no ha sucedido. Sin embargo, Pristina se opone a la ambición de Belgrado de crear una región autónoma serbia, y argumenta que el llamado “proceso de Bruselas” no recogía este punto. Pristina quiere que la comunidad de municipios tenga solo unas competencias de coordinación política, pero no se convierta en un poder ejecutivo.

En las conversaciones con representantes políticos y ciudadanos kosovares, se suele expresar a menudo el miedo a la creación de “otra República Srpska”, la entidad autónoma dentro de Bosnia Herzegovina creada en los acuerdos de paz de Dayton. La recurrente invocación entre los kosovares al precedente de la República Srpska como espantajo no es casual. Después de años jugando con la idea de la secesión para luego unirse a Serbia, el principal líder serbobosnio, Milorad Dodik, anunció a finales del año pasado el lanzamiento de un proceso de secesión que debía empezar con la retirada de algunas instituciones nacionales. Entre sus planes, la creación de un ejército propio, algo que hizo sonar todas las alarmas en la comunidad internacional.

Según el analista bosnio Jasmin Mujanovic, los movimientos de Dodik están marcados por sus estrechas relaciones con el Kremlin, y por lo tanto, sus cálculos se ven influidos por la situación en Ucrania. “Dodik fue informado de la invasión de Ucrania con antelación, y si los planes de Putin hubieran salido bien, probablemente habría declarado la independencia. Solo la contundencia de la respuesta europea, y sobre todo las sanciones, le hicieron frenar”, sostiene Mujanovic.
 
Además de la UE y EU, que le ha impuesto sanciones, a Dodik le ha surgido otro problema. La oposición en la República Srpska ha denunciado que la ajustada victoria del líder serbobosnio en las elecciones del pasado 2 de octubre se debió a un pucherazo y se lanzó a la calle. La Comisión Electoral Central ha optado por hacer un recuento, abriendo la puerta a una repetición de los comicios. Esta situación puede suponer un obstáculo para Dodik, pero no resuelve el problema, ya que incluso la oposición defiende la secesión de la entidad, solo critica la aceleración del proceso por los costes que representará.

El desafío serbobosnio pone de manifiesto un problema más profundo: más de un cuarto de siglo después de su firma, los acuerdos de paz de Dayton dan señales de agotamiento. Por un lado, los nacionalistas croatas quieren ajustes en el sistema político de Dayton, que se basa en el reparto de los cargos políticos en base a cuotas sectarias, pues consideran que les margina. Por otro, hay varias sentencias, tanto del Tribunal Europeo de Derechos Humanos como del propio Tribunal Constitucional de Bosnia, que consideran “discriminatorio” el sistema político para las minorías sin acceso a algunos cargos por no pertenecer a ninguna de las tres etnias mayoritarias —serbios, bosníacos y croatas—, o por residir en una región determinada. Se calcula que hasta unas 400,000 personas, un 12% de la población, se ven afectadas por esta discriminación.

Al lado de estos problemas, conflictos como el que enfrenta a Bulgaria y Macedonia del Norte respecto a la identidad nacional macedonia y el origen de su lengua, y que bloquea el proceso de adhesión de Skopje a la Unión Europea, parecen secundarios. Sin embargo, en todos ellos, la política de la UE puede jugar un papel esencial. Tras las guerras de los años noventa, se creyó que la ampliación de la UE a todos los Balcanes podría resolver estos problemas nacionales. No obstante, las reticencias a la ampliación de buena parte de los 27 ha alejado tanto la perspectiva de adhesión, que puede incitar los comportamientos irresponsables de algunos líderes políticos, y por tanto, el peligro de desestabilización de los Balcanes. Una vez más.



Jamileth


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