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Qatar es una oportunidad para el fútbol sudamericano
Alejandro Wall | The Washington Post El Mundial de fútbol de Qatar 2022 pone en juego un dominio, el que establecieron los europeos desde hace 16 años en el fútbol global. Este es el tiempo que ha transcurrido durante los últimos cuatro Mundiales. Brasil, pentacampeão, fue el último en tener la copa en sus manos, en Corea-Japón 2002. Alemania 2006, con Italia ganándole el último partido a Francia, fue todo europeo desde las semifinales. Uruguay se metió entre los cuatro mejores de Sudáfrica 2010. Perdió en semifinales con Países Bajos y luego, por el tercer puesto, contra Alemania. Argentina fue la que estuvo más cerca de cruzar el desierto durante estos años. El villano europeo de Brasil 2014 fue el alemán Mario Goetze cuando apareció en el tiempo suplementario de la final. Lionel Messi todavía conserva esa herida abierta. Rusia 2018 no pudo cerrarla. Otro Mundial europeo, con Francia campeón. El regreso a Asia del máximo producto de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) aparece como la oportunidad para que el fútbol sudamericano vuelva al gobierno del fútbol. Qatar está llamado a ser un Mundial distinto por varios asuntos. El primero está en el calendario, corrido a noviembre y diciembre, en el invierno boreal, una excepcionalidad a la que la FIFA tuvo que acceder para que los futbolistas y los hinchas no se derritieran en las temperaturas de verano de Qatar que, durante junio y julio, los meses mundialistas, pueden llegar a más de 40 grados celsius. El cambio de fechas impacta también en el descanso. La ventana entre el fin de temporada de las ligas y el inicio de Rusia 2018 fue de 32 días. En Qatar 2022 es de siete días. La carga de partidos pudo —y puede— ser una causa de lesiones. Pero también puede influir en el juego. Los futbolistas llegan con un ritmo inédito para partidos de esta cita. Otro asunto es la pandemia. Las restricciones que se han impuesto desde 2020 por el COVID-19 han significado la imposibilidad de organizar partidos entre selecciones europeas y sudamericanas. De los pocos que ocurrieron, uno fue en el que Argentina le ganó a Italia en Wembley, la final que enfrentó en junio pasado al campeón de la Copa América y al ganador de la Eurocopa. Fue un concierto de Messi y compañía contra un equipo que aunque contaba con ese título —y con una tradición— se había quedado afuera del Mundial por segunda vez consecutiva. “La ventaja que tenemos los europeos —le dijo el futbolista francés Kylian Mbappé a TNT Sports Brasil— es que siempre tenemos partidos de alto nivel(…) Cuando llegamos a la Copa del Mundo, estamos preparados. Brasil y Argentina no tienen eso. En América del Sur el fútbol no está tan avanzado como en Europa”. Messi, su compañero en el club París Saint-Germain le respondió: “No vi cómo lo dijo, ni qué dijo. Pero muchas veces lo hablábamos con los chicos de España(…) y decíamos: ‘Sabés lo difícil que sería para ustedes clasificar al Mundial si tuvieran que ir a jugar allá, a Colombia a la altura, al calor de Venezuela…’". También Tité, el entrenador brasileño, tuvo una respuesta: “Nosotros no tenemos, con todo el respeto, que jugar con Azerbaiyán. No tenemos esos partidos que te dan un respiro”. Europa sacó ventaja en estos 16 años con una oferta de selecciones competitivas. La zona más rica del continente desarrolló planes para el desarrollo de futbolistas que incluyó también una política de captación específica con hijos de inmigrantes o jugadores nacionalizados. Francia, el último campeón, fue el equipo de la banlieue, los márgenes de las urbes. Sus ligas, además, se abastecen de las riquezas sudamericanas. Y así Argentina, Brasil o Uruguay ven cómo sus figuras parten muy jóvenes hacia la élite del fútbol. O, como Messi, se forman ahí. Ese sangrado de estrellas, que hace del armado de selecciones con jugadores que actúan en el exterior, quedó expuesto en la delegación argentina que salió desde Buenos Aires hacia Doha. Fueron unos 50 miembros entre cuerpo técnico, dirigentes y el resto del staff. Entre ellos, solo había un jugador de la liga local: Franco Armani, arquero del equipo argentino River Plate. Los demás viajaron desde sus residencias europeas. Hasta mediados de este año, River Plate tenía otros dos futbolistas de la selección, pero Julián Álvarez (22 años) se fue al Manchester City y Enzo Fernández (21) hoy juega en Benfica, desde donde se ganó el pasaje al Mundial. Brasil, con un campeonato interno mejor estructurado que el argentino, con un formato estable y con contratos más tentadores de parte de clubes-empresas, solo puede mostrar a tres futbolistas de su liga local: el arquero de Palmeiras, Weverto, y Everton Ribeiro y Pedro, de Flamengo, el campeón de la Copa Libertadores. Aun con ese mapa, Brasil es potencia y el gran favorito dentro de una amplia paleta de candidatos. Invicto en las eliminatorias sudamericanas, solo tiene siete caídas en 76 partidos. ¿Y cómo no pensar en Argentina con Messi, que ve a Qatar como su último Mundial? ¿Y Alemania, Inglaterra, España? ¿Repite Francia como solo lo hicieron alguna vez Italia y Brasil? Varias selecciones llegan golpeadas por lesiones o por derrotas. ¿Bélgica podrá? ¿Y Países Bajos? ¿Y Portugal con Ronaldo? ¿Acaso Dinamarca no mostró sus argumentos en la Eurocopa? ¿Qué será de Senegal, la selección campeona de África? América del Sur puede sacar ventaja en ese mar revuelto. En un Mundial, además, que le entregará una hinchada extraterritorial. Hace meses se formó Argentina Fans Qatar, con unos 3,000 miembros, la mayoría provenientes de India, Bangladesh o Sri Lanka, los países que más migrantes aportan a Qatar. En Dhaka, la capital bangladeshí, los triunfos celestes y blancos se celebran como si fuera Buenos Aires. Y en Kerala, un estado de la India, el amor por Argentina y Messi es total. Aunque también levanten una gigantografía de Neymar. Es la solidaridad futbolística del Tercer Mundo, el que viajó a Qatar para domar a Europa. Solo el fútbol, su bella imperfección, puede entregar esos equilibrios. aranza |
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