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Así son los alojamientos, de 200 dólares por noche, en la Copa del Mundo


2022-11-26

John Branch, Erin Schaff, The New York Times

Los anuncios no mienten, pero vivir en contenedores tiene sus propios retos.

Luego de que Sheng Xie, un aficionado al fútbol de 33 años originario de Vancouver, Columbia Británica, reservara su vuelo para la Copa del Mundo, comenzó a buscar alojamiento.

Usando el sitio web oficial del torneo, Xie se decidió por un lugar relativamente asequible llamado Fan Village o Villa de Fans. La habitación mostrada en la foto se veía funcional y limpia. Tenía dos camas individuales, wifi, aire acondicionado y un refrigerador, todo por unos 200 dólares la noche.

Xie no se dio cuenta de que la habitación estaba, en esencia, dentro de un contenedor.

“¿Qué reservé?”, se preguntó Xie en las últimas semanas, cuando comenzó a ver fotos en las redes sociales de la construcción de su lugar de alojamiento.

Lo que encontró al llegar fue un mar de coloridas cajas de metal, alineadas una al lado de la otra en filas ordenadas, identificadas con letras y números, que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Su contenedor era uno de miles instalados apresuradamente en un terreno cerca del aeropuerto. Los trabajadores afirmaron que había unos 4000. Un mapa en la entrada mostraba planes para más de 7500, además de una sección reservada para los empleados. Era como una ciudad de un piso que fue construida por Lego.

Xie encontró su habitación luego de caminar por varias hectáreas bien iluminadas con césped artificial instalado sobre el suelo pedregoso; estaba más allá de la carpa gigantesca que fungía como comedor, de la caja grande que albergaba una tienda de abarrotes y de todas las cajas pequeñas que vendían comida, café, productos farmacéuticos o artículos para los fanáticos de fútbol; y no muy lejos del gimnasio al aire libre y los espacios del tamaño de una cancha de fútbol donde la gente podía reunirse para ver los partidos en una pantalla enorme. Su espacio estaba ubicado en la sección E8, detrás de una puerta de metal.

Por dentro, era idéntica a la que había visto en la foto. El aire acondicionado la mantenía fresca y el wifi funcionaba. Había dos ventanas pequeñas para que entrara un poco de luz. Se sintió aliviado al corroborar que las puertas podían cerrarse con llave.

El martes por la noche fue su quinta jornada. Si tuviera la oportunidad, ¿volvería a reservar allí?

Xie lo pensó un poco. Acababa de sugerir que su alojamiento actual podría proporcionar un modelo digno para albergar a personas en situación de calle en lugares como Estados Unidos y Canadá, lo que no suena como un buen aval para un lugar vacacional.

“Probablemente sí”, afirmó.

Catar tiene una población de apenas unos 3 millones de personas, y los aficionados de todo el mundo que abarrotan los estadios de la Copa del Mundo en Doha para ver cuatro partidos al día tienen que dormir en algún lugar. La mayoría encontró hoteles, de los cuales Doha ofrece varias marcas de lujo. Otros reservaron lugares en uno de los pocos cruceros atracados específicamente para la ocasión.

Sin embargo, para muchos fanáticos —en particular para los más aventureros o frugales— el lugar que encontraron está en un terreno que se siente, en su mayor parte, aislado.

Catar, después de todo, sabe cómo construir franjas masivas de viviendas utilitarias para residentes temporales. Los confines polvorientos de Doha están repletos de enormes vecindarios no muy diferentes a este, con nombres como Asian Town (Ciudad Asiática) y el Área Industrial, que son campamentos permanentes para trabajadores migrantes que realizan la mayor parte de los trabajos de construcción y servicios en Catar. Los organizadores de la Copa del Mundo parecen haber empleado ese concepto como una solución para albergar a los aficionados.

No todas las opciones eran tan “encajonadas” como un contenedor bien equipado. En Al Khor, una villa para aficionados más exclusiva que está ubicada al norte del centro de Doha, a unos 40 minutos en automóvil y cerca de la playa, el concepto es “campamento árabe”.

Los visitantes se hospedan en tiendas de lona engalanadas con muebles, plomería, televisores y un refrigerador. Hay una piscina, un restaurante, una colección de carpas efímeras y una “zona divertida” con una gran hoguera y televisores de pantalla gigante. Los precios anunciados esta semana superaban los 400 dólares por noche.

En el extremo inferior del espectro presupuestario se encuentra Caravan City, una colección de 1000 remolques blancos con forma de caja, sobre ruedas. Allí, los precios comienzan en alrededor de 115 dólares por noche.

Pero la opción mucho más común fueron los contenedores, rebautizados inteligentemente por los organizadores como “cabinas”. En esencia, son parques de caravanas temporales, campamentos con temática futbolística, y hay tres de ellos por toda Doha.

Xie se alojó en Free Zone, un desarrollo que tiene un ambiente silencioso —en gran parte debido a la ausencia de alcohol en las instalaciones— a pesar de que los aviones vuelan a baja altura porque aterrizan y despegan del aeropuerto cercano. (Los hoteles son unos de los pocos lugares en Catar donde está permitida la venta de alcohol). Hay una especie de calle principal, un camino de grama amarillenta que sirve como pasarela para una mezcla diversa de fanáticos del fútbol.

Hacia el horizonte, el césped amarillo termina en una zona de construcción donde, días después de que se inició el torneo, la maquinaria pesada estaba organizando más contenedores. En la noche del martes, brigadas de trabajadores conectaron los servicios de agua y electricidad, trasladaron muebles y limpiaron las unidades para los invitados que llegaban.

Cuando Xie llegó el viernes, fue uno de los primeros en registrarse. Para el martes, la zona estaba repleta y desorganizada. La espera para registrarse tomó horas. Los carros eléctricos traídos para transportar a las personas a sus habitaciones lejanas (Xie dijo que le había dado una propina al hombre que hace unos días lo llevó a su hogar temporal) estaban estacionados con las baterías agotadas.

Gihana Fava y Renan Almeida, una pareja comprometida para casarse el próximo año, llegaron de Brasil. Al igual que Xie, reservaron un lugar en la villa sin saber muy bien qué esperar, pues estaba a buen precio. Los hoteles en el centro de la ciudad ya estaban reservados o excedían por mucho su presupuesto, afirmó Almeida.

El martes, después de un largo vuelo (y uno perdido), la pareja pasó casi tres horas esperando en una fila para registrarse. Cuando Fava y Almeida finalmente recibieron una llave, llegaron a la habitación y descubrieron que ya estaba ocupada.

Acto seguido, encontraron una nueva habitación, literalmente. Sin embargo, estaba ubicada en la sección S4, que es el límite de la villa, muy lejos de todo. Tenía dos camas individuales, no la tamaño queen que habían reservado. Todo estaba cubierto por una capa de polvo y el personal de la limpieza todavía no había llegado a su unidad.

A Fava le preocupaba que alguien más pudiera haber recibido la llave equivocada y entrara a su unidad en medio de la noche. ¿Podrían dejar sus pertenencias de forma segura allí cuando se fueran a los partidos?

Alguien tocó la puerta. Fava y Almeida estaban seguros de que era otro huésped con la habitación equivocada. Pero era un trabajador que quería asegurarse de que el refrigerador funcionaba. Al parecer estaba funcionando bien.

La pareja probó la ducha. Sonrieron cuando salió un fuerte chorro de agua caliente.

“Le dije a Gihana que debemos bajar nuestras expectativas y esperar lo peor, porque esto no es un hotel”, dijo Almeida.



JMRS


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