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La economía argentina le prende una vela a cada santo


2022-12-06

Estefanía Pozzo | The Washington Post

La relativa estabilidad conseguida por el ministro de Economía de Argentina, Sergio Massa, empieza a agotarse.

Desde el 3 de agosto, día en el que asumió como ministro, hasta comienzos de noviembre, el dólar informal se había mantenido dentro de un rango estable, algo que en Argentina puede interpretarse como una cierta “tranquilidad”. Sin embargo, los desequilibrios macroeconómicos siguen siendo tantos y tan persistentes, que el aire conseguido empezó a convertirse en una corriente que atizó nuevamente la suba de la divisa estadounidense. Las luces amarillas se encendieron.

Mucho en la economía está atado a las expectativas que, casi a modo de acto de fe, orientan lo que los agentes económicos piensan que va a suceder en el futuro. Y, en el altar de las creencias de la economía argentina, hay varias velas encendidas: una al Mundial de Qatar 2022, otra a la moderación de la inflación, una al Fondo Monetario Internacional (FMI) y otra al sector exportador para que ingrese dólares al país.

Tener fe, por un lado, es un acto defensivo. En el caso de las y los ciudadanos argentinos, tener fe es una forma de protegerse de las disputas del actual sistema político que no entiende que, sin acuerdos básicos de mediano y largo plazo, la economía argentina seguirá en un ciclo interminable de crisis recurrentes.

En la tierra de Maradona y Messi, el fútbol es todo. Como Nueva York en Navidad, Buenos Aires está vestida de Mundial. Cada partido se vive con la intensidad de una final, como si en una sola pelota estuviera la gloria de un país roto. Y es que el fútbol brinda una narrativa diferente: en algo Argentina sí es potencia, en algo sí está cerca de la cima. Cuando juega la selección no hay grieta, no hay divisiones: el país entero está detrás de los 11 jugadores parados en el campo.

Que el país siga en la carrera de jugar los siete partidos en Qatar 2022 cambia el ánimo colectivo: a pesar de la dura realidad nacional, todavía es posible una alegría. Y no cualquiera, sino aquella felicidad que viene de una de las pasiones más profundas. La ministra de Trabajo, Kelly Olmos, lo dejó explícito: “Después seguimos trabajando con la inflación, pero primero que Argentina salga campeón, luego seguiremos trabajando”. Después pidió disculpas, pero su argumento expresa algo que el resto de los políticos en funciones ejecutivas no se animan a decir públicamente: llegar a la final del Mundial y ganarlo sería una ayuda grande en un momento de muchas tensiones económicas. Una especie de recreo. La ilusión es tal que incluso llegó a circular la investigación de un economista, Marco Mello, sobre el efecto positivo que ganar el Mundial tiene en los países que levantan la copa. A veces la fe también se nutre de evidencia.

La otra vela está puesta para que empiece a moderarse la inflación. Como en el resto del mundo, la inflación en Argentina está rompiendo récords en 30 años. Todo indica que 2022 cerrará con una inflación cercana a 100%.

Frente a ese aumento, el gobierno buscó realizar una serie de acuerdos de precios con las principales empresas de alimentos y productos masivos del país, a la vez que controlar las subas de los servicios públicos y otra serie de medidas “macroeconómicas”, como subir la tasa de interés, mantener relativamente estable el dólar, acumular reservas, entre otras cuestiones más “técnicas”. Aunque entendible por la complejidad de la situación (una sola causa no explica ni soluciona el gran problema de la inflación de la Argentina), esta estrategia genera un problema temporal y político: implica un proceso lento, con resultados sin demasiados brillos, que producen al mismo tiempo desgaste en la legitimidad del gobierno. Justamente en un momento en donde se necesita mucha fortaleza política, porque resolver una crisis siempre es difícil, especialmente porque produce tensiones sociales.

La tercera vela prendida en el altar argentino es, trágicamente, para el FMI. Cada tres meses, el país debe rendir cuentas al organismo financiero internacional y mostrarle que hizo bien los deberes. El riesgo de correrse un milímetro del sendero acordado con el FMI es que el organismo decida no remitir al país los fondos que el país necesita para —y esto no es una metáfora, es literal— pagarle al FMI. Claro que la organización no tiene incentivos para tensionar la situación con Argentina a ese nivel, por el fenomenal monto del préstamo que le concedió al país en 2018, cuando Mauricio Macri era presidente, pero sí tiene herramientas para orientar las políticas públicas en un sendero que considere necesario. Y si el gobierno toma alguna decisión que no tiene el completo aval del FMI, tiene que pedir “disculpas”.

La cuarta velita se encendió el 30 de noviembre, cuando el gobierno implementó —por segunda vez este año— un valor más alto del dólar para las exportaciones de soja y, así, incentivar a productores y empresas que todavía tenían granos guardados a que lo vendan. Esto significa el ingreso de los tan ansiados dólares y, al mismo tiempo, mayor recaudación por los impuestos vigentes para los exportadores. En Argentina, sin dólares no hay paraíso. Son necesarios para muchas cosas pero, por sobre todo, para evitar una devaluación de la moneda nacional, que complicaría todo.

El bonus track entre las “estampitas” sagradas será el acuerdo de información fiscal con Estados Unidos, para tratar de encontrar al menos 100,000 millones de dólares no declarados en cuentas de argentinos en Estados Unidos. El objetivo del gobierno es disuadir a quienes tienen dinero no declarado a que ingresen en una especie de “amnistía” penal pero con multas económicas. Según la lectura del gobierno, que ese dinero se “declare” en Argentina aumentaría la recaudación fiscal y buena parte de los problemas macroeconómicos del país comenzarían a ordenarse.

El altar está encendido. Cada una de las velas lleva consigo un pedido y una promesa. Creer que la situación en algún momento va a ser mejor es una manera de seguir adelante en un contexto asfixiante. Algo que el pueblo argentino entiende y a lo que le pone el cuerpo hace por lo menos cinco años. Es momento de que los políticos, oficialismo y oposición, escuchen las plegarias. A diferencia de la existencia potencial de una divinidad, ellos sí pueden cambiar las cosas.
 



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