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Un cruce masivo de migrantes en El Paso abruma las instalaciones fronterizas en Texas


2022-12-13

Por Simon Romero, J. David Goodman y Eileen Sullivan | The New York Times

EL PASO — Al anochecer del domingo, cientos de migrantes cruzaron el río Bravo hacia El Paso, era una caravana de personas procedentes principalmente de Nicaragua cuyo cruce fue uno de los mayores a lo largo de la frontera del oeste de Texas en los últimos años.

Su llegada en masa a Estados Unidos sorprendió incluso a los habitantes de El Paso, ciudad que en los últimos meses se ha visto desbordada por un flujo constante de migrantes procedentes de Centroamérica y Sudamérica, más de 50,000 personas solo en octubre.

Al igual que los migrantes de Venezuela que inundaron El Paso este año, los que llegan de Nicaragua no pueden ser expulsados rápidamente en virtud de una política de salud pública de la época de la pandemia conocida como Título 42, que las autoridades federales emplean con los migrantes de otros países, como México.

Así pues, las escenas que se desarrollaron en El Paso ofrecieron un anticipo de los retos a los que pronto podrían enfrentarse los agentes fronterizos a lo largo de toda la frontera sur una vez que la política llegue a su fin, como se espera que ocurra, en ausencia de intervención judicial, la próxima semana.

La mayoría de los que llegaron el domingo se entregaron a las autoridades federales para que su caso sea procesado. Pronto, la mayoría de ellos se unirían a los miles que han cruzado en los últimos días, muchos de los cuales han sido liberados para buscar ayuda y comida; algunos de ellos se agrupan en la estación de autobuses del centro, otros duermen sobre cartones durante una noche en la que las temperaturas bajaron hasta el punto de congelación.

“Voy para Nashville”, dijo Gabriel Moreno, de 21 años, que dejó un trabajo mal pagado en una fábrica textil en Nicaragua, fue asaltado mientras cruzaba México y, el lunes estaba entre los que se encontraban en la estación de autobuses de El Paso buscando seguir avanzando hacia Estados Unidos.

Debido a las tensas relaciones diplomáticas con el régimen autoritario de Nicaragua, Estados Unidos tiene una capacidad limitada para expulsar a los nicaragüenses en virtud de la autoridad de salud pública y no puede repatriar a los ciudadanos del país. Y hasta ahora, México no ha accedido a aceptarlos si son expulsados de Estados Unidos.

En consecuencia, la mayoría de los nicaragüenses detenidos son puestos en libertad condicional a corto plazo con un dispositivo de rastreo o enviados brevemente a un centro de detención del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, donde suelen ser liberados al cabo de unos días. En última instancia, todos deberán comparecer ante un tribunal de inmigración para enfrentarse a un procedimiento de deportación.

Durante el fin de semana, un gran número de personas llegaron a El Paso, unas 2000 cada día, según las autoridades. El grupo de entre 800 y 1000 personas que cruzó el domingo por la noche parece haber sido el más numeroso.

Blake Barrow, director de Rescue Mission de El Paso, dijo que su refugio estaba “a reventar” a medida que continuaba la afluencia de migrantes. “Las cifras no se parecen a nada que haya visto en los últimos 25 años”, afirmó.

En agosto, casi todas las personas que recibían asistencia en el albergue eran ciudadanos estadounidenses sin hogar. “Ahora, esa cifra se ha reducido al 30 por ciento”, dijo Barrow. “Toda la dinámica ha cambiado con el gran número de personas procedentes de países como Nicaragua”.

Barrow dijo que tenía gente durmiendo en cualquier lugar que pudiera encontrar para ellos. “Sinceramente, no sé cómo abordar este problema”, dijo. “La situación nos está sobrepasando”.

El número de llegadas se extendía mucho más allá de la gran caravana que llegó el domingo y no parecía remitir. Rosalio Sosa, que dirige una red de refugios incluso en Ciudad Juárez, al otro lado de la frontera de El Paso, dijo que los migrantes seguían cruzando la frontera el lunes por la tarde. Al otro lado del río, se había formado una fila mientras los últimos en llegar esperaban a ser procesados por las autoridades estadounidenses.

“La fila ahora mismo es interminable”, dijo.

Era la segunda vez en los últimos meses que grandes cruces de migrantes amenazaban con desbordar los recursos de la empobrecida ciudad fronteriza y de las autoridades federales de inmigración, ya sobrecargadas por lo que ha sido una llegada constante de migrantes durante todo el año. Más de 5000 migrantes se encontraban el lunes en el centro de procesamiento de la Patrulla Fronteriza, según las autoridades de El Paso.

“Lo estamos sintiendo. Se están agotando los recursos”, dijo el senador estatal César Blanco, quien representa a la zona e instó a los gobiernos estatal y federal a enviar ayuda humanitaria. Dijo que El Paso se había convertido en un punto de entrada de facto para emigrantes desesperados, muy parecido a Ellis Island. “Lo queramos o no, lo es”, afirmó.

El lunes, se podía ver a los migrantes, la mayoría de ellos procedentes de Nicaragua, acurrucados en las esquinas o esperando a que abriera una estación de autobuses.

“Tengo a cinco personas alojadas conmigo ahora mismo en mi casa, y abrí mi camioneta para que otras tres durmieran allí”, dijo Almaraz Saucedo Isidro, que vive en los apartamentos al frente de la estación. “Hace frío, y no tienen comida ni ropa abrigada, y los acaban de dejar”.

La región de El Paso ha experimentado un fuerte aumento del número de personas que intentan cruzar desde México en los últimos meses, con 53,000 encuentros registrados por los agentes fronterizos en octubre, el mes más reciente del que se dispone de datos. Esta cifra es superior a la de cualquier otro tramo de la frontera entre Estados Unidos y México. Los agentes federales han registrado un número récord de encuentros a lo largo de toda la frontera sur, casi 2,4 millones en un año.

Estaba previsto que el secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas, celebrara el martes en El Paso una serie de reuniones previamente programadas. No se programó ningún acto público.

Las imágenes de un gran número de migrantes, vadeando tramos bajos del río Bravo en El Paso, recordaron inmediatamente momentos anteriores de crisis en la frontera sur, la más reciente en la pequeña ciudad de Del Río, Texas, donde más de 9000 migrantes, en su mayoría haitianos, se hacinaron en condiciones paupérrimas en un campamento temporal bajo un puente junto al río el año pasado.

La semana pasada, El Paso fue testigo de la liberación de casi 7000 migrantes que estaban en  custodia federal de inmigración, un total semanal que superó incluso los registrados durante la oleada de llegadas de venezolanos este año. La mayoría de los liberados en El Paso acaban por salir de la ciudad, pero a menudo buscan comida, refugio y asistencia antes de hacerlo.

John Martin, subdirector del Opportunity Center for the Homeless de El Paso, dijo que el lunes le habían comunicado que otros 2500 inmigrantes serían liberados la semana próxima. El centro, que se ocupa principalmente de la población local sin hogar, tiene varias ubicaciones, y Martin dijo que la mayoría de ellos estaban por encima de su capacidad.

Las escenas —de los cruces nocturnos masivos por el río y de los migrantes durmiendo en las calles de la ciudad— muestran cómo podría ser la situación cuando, la próxima semana, expire una política de salud pandémica conocida como Título 42.  La política, iniciada por el gobierno de Donald Trump y continuada por el presidente Joe Biden en virtud de una orden judicial, ha permitido que las autoridades estadounidenses expulsen rápidamente a los migrantes, incluso a quienes solicitan asilo, para ayudar a prevenir la propagación del coronavirus.

Sin embargo, Estados Unidos tiene limitada su capacidad para expulsar a ciudadanos de ciertos países, como Nicaragua, con los que no tiene acuerdos de repatriación. En última instancia, esos ciudadanos se enfrentarán a un procedimiento de expulsión ante un tribunal de inmigración.

El grupo que llegó el domingo incluía migrantes que habían viajado desde varios países de Centroamérica y América del Sur, así como de Haití, y a los que se les había concedido un estatus legal temporal en México que les permitía viajar libremente por ese país durante 180 días, dijo Santiago González Reyes, responsable de las oficinas de derechos humanos de Ciudad Juárez, al otro lado de la frontera con El Paso.

Entre los integrantes de la caravana también había migrantes que habían formado parte de un grupo numeroso que fue secuestrado en la ruta y extorsionado, antes de que las autoridades mexicanas pudieran liberarlos, dijo Marcos Chávez Torres, alcalde de Jiménez, una localidad del estado de Chihuahua.

El gobierno del estado de Chihuahua había enviado en autobús a Juárez una caravana de unos 1100 migrantes el domingo por la tarde, dijo González. Los autobuses, unos 19, fueron pagados por el gobierno mexicano, dijo, que había comprendido que los migrantes habrían caminado hacia el norte de todos modos y les proporcionó una escolta policial para mantenerlos a salvo.

El grupo no permaneció mucho tiempo en Juárez. A eso de las 4:00 p. m., los migrantes decidieron cruzar la frontera en conjunto, dijo, y cientos más se les unieron. “Salieron a pie y cruzaron el río”, explicó González.

El centro de procesamiento de El Paso está actualmente por encima de su capacidad una circunstancia que los agentes fronterizos de allí ya han gestionado anteriormente.

Félix Acuña, de 41 años, que llegó el domingo a la frontera tras un viaje de 25 días desde Nicaragua, fue detenido por las autoridades federales durante siete horas antes de que lo pusieran en libertad y le dijeran que debía comparecer ante el tribunal dentro de dos semanas. Acuña dijo que intentaba ponerse en contacto con su familia en Miami y, finalmente, conseguir un pasaje de bus allá.

“Ahora mismo, está muy difícil en Nicaragua; no hay trabajo. Vine a buscar empleo porque tengo cuatro hijas en mi país”, dijo Acuña.

Hasta hace poco, El Paso había pagado para sacar a los migrantes en autobús en dirección a destinos en el norte y en el este. En septiembre, el número de cruces llegó a ser de hasta 2000 al día, la mayoría por parte de venezolanos.

Las autoridades locales interrumpieron su programa de transporte en autobús —que sacó de la ciudad a casi 14,000 personas, 10,000 de ellas con destino a Nueva York— en octubre, después de que el gobierno de Biden cambiara su política y empezara a aplicar la orden de salud Título 42 al gran número de venezolanos que llegaban entonces a la frontera, a la mayoría de los cuales se les había permitido quedarse y solicitar asilo.

Un funcionario, que habló bajo condición de anonimato porque no estaba autorizado a hacerlo públicamente, dijo que el gobierno federal había estado respondiendo a los picos migratorios país por país y aún no había desarrollado una estrategia general.

El lunes, en el centro de El Paso, pocos de los migrantes que se habían reunido en torno a la estación de autobuses se aventuraron por los alrededores.

En una banca, Carmen Tercero, de 37 años, estaba sentada junto a sus dos hijas, de 8 y 17 años. Tras viajar desde Nicaragua y atravesar México, habían cruzado la frontera la semana pasada y fueron liberadas de un centro de procesamiento el lunes por la mañana.

“Lo único que quiero es una vida mejor para mis hijas”, dijo Tercero, que trabajaba en un salón de belleza en Managua. “Cruzaré la frontera cien veces más si esa es la forma de ayudarlas”, añadió, mientras esperaban un autobús que las llevara a Houston, donde vive la hermana de Tercero.



Jamileth


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