Formato de impresión


El Mundial se pone más emocionante


2022-12-14

Por Eugene Robinson, The  Washington Post

El Mundial de fútbol, que llega a su etapa culminante esta semana en Qatar, demuestra un hecho ineludible y lamentable: el sportswashing (“lavado deportivo”), es decir, el uso de una competencia atlética para hacer brillar una imagen empañada, funciona muy bien la enorme mayoría de las veces.

Hay buenas razones por las que Qatar no debería estar organizando el evento deportivo más grande del planeta. Según el Departamento de Justicia de Estados Unidos la FIFA, el órgano rector del fútbol, recibió sobornos para seleccionar al petroestado del Golfo Pérsico como país anfitrión. Qatar tiene un largo historial de abusos contra los derechos humanos, incluido el trato horrible a los trabajadores inmigrantes de la construcción, miles de los cuales, según reportes, murieron durante la construcción de las instalaciones para el torneo y otras infraestructuras. Además, celebrar el Mundial a finales del otoño, cuando las ligas profesionales están en ,la mitad de sus temporadas, en lugar de en el verano —debido al calor abrasador de Qatar, representa un riesgo innecesario de lesiones para los jugadores.

Sin embargo, ninguno de estos factores ha impedido que el torneo ofrezca partidos emocionantes, estrellas brillantes, héroes improbables e historias cautivantes, incluida la de una selección “cenicienta”, Marruecos, cuyos jugadores están siendo alentados por la esperanza de un continente y una cultura.

Los índices de audiencia televisivos, como había predicho la FIFA, muy probablemente establecerán un récord: la asociación anticipa que 5,000 millones de las 8,000 millones de personas en todo el mundo sintonizarán el evento en algún momento. Gracias al desempeño suficientemente bueno de la selección estadounidense como para haber alcanzado los octavos de final, la audiencia en Estados Unidos ha sido enorme para el fútbol (aunque sigue siendo solo una fracción de la audiencia televisiva de un Super Bowl incluso mediocre).

Y no es de extrañar. Los cuartos de final estuvieron repletos de selecciones de países que son potencias futbolísticas, como Brasil, Inglaterra y Croacia, el subcampeón de hace cuatro años.

Podría haber sido una competición predecible, de no ser por Marruecos. La selección marroquí, poco conocida y de la cual no se esperaba que llegara muy lejos, se convirtió en el primer equipo del continente africano y la primera selección del mundo árabe en alcanzar las semifinales de la competición y, en el proceso, solo ha permitido un gol.

Su éxito se ha producido a pesar de una verdadera injusticia: la FIFA le asigna a las 54 naciones y 1,200 millones de personas del continente africano, loco por el fútbol, apenas cinco cupos en la competición de 32 selecciones, mientras que Europa recibe 13. Y Kylian Mbappé, de 23 años, de origen camerunés y argelino, representa a Francia en la cancha con una actuación que está cimentando su reputación como el mejor jugador del mundo, lo que ha dejado en evidencia las contribuciones de la diáspora.

Pero, ¿y qué sucede con las injusticias sobre las cuales se construyeron los estadios donde Marruecos ha afirmado su presencia; donde el gran jugador argentino Lionel Messi persigue el último laurel de su impresionante carrera; donde el rival de Messi, el portugués Cristiano Ronaldo, lloró después de que Marruecos eliminara a su selección en un partido donde comenzó en la banca?

En ese momento, que con casi toda seguridad marcó el último partido en Mundial del gran Ronaldo, ninguno de los comentaristas se detuvo para mencionar que el nuevo estadio —y otros siete— había sido construidos por obreros migrantes, la mayoría de Asia del Sur, cuya terrible situación ha sido bien documentada: condiciones laborales peligrosas y en ocasiones mortales, viviendas miserables, restricciones a su libertad de movimiento y de expresión. Es difícil pensar en una muestra más clara de cómo funciona el “lavado deportivo”. Todas esas vidas, todos esos abusos, quedan eclipsados por un puñado de historias electrizantes; los triunfos y desilusiones de un pequeño número de hombres muy famosos opacan por completo los terribles sacrificios realizados por aquellos cuyos nombres no serán registrados en la historia.

Dependía de los periodistas y de las organizaciones defensoras de derechos humanos recordarle al público, aunque sea de forma fugaz, lo que estaba en juego.

En su informe de 2021 sobre Qatar, Amnistía Internacional afirmó que “las restricciones a la libertad de expresión aumentaron en el periodo previo” al Mundial. Con respecto a los derechos de los trabajadores migrantes, el informe dijo: “A pesar de su compromiso declarado, el gobierno no implementó ni hizo cumplir ninguna reforma, lo que facilitó que resurgieran las prácticas abusivas y se revivieran los peores elementos de la kafala”, refiriéndose al sistema basado en el patrocinio que le proporciona a los empleadores un control casi absoluto sobre la vida de los trabajadores.

Grant Wahl, uno de los periodistas de fútbol más destacados de Estados Unidos, se presentó a cubrir el primer partido de la selección estadounidense con una camiseta con los colores del arcoíris para expresar su apoyo a los derechos de la comunidad LGBTQ —los cuales Qatar abiertamente no respeta— pero no se le permitió la entrada, lo cual es una contravención al ambiente de tolerancia que tanto la FIFA como los anfitriones del torneo habían prometido. (Wahl, de 49 años, colapsó y falleció el viernes, mientras cubría otro partido).

Todo esto se recordará, pero como notas a pie de página. El gobierno de Qatar apostó a que los atletas producirían un espectáculo que ni siquiera los críticos podrían resistir, y fue una buena apuesta. Argentina, Croacia, Francia y Marruecos son los cuatro equipos que quedan, y todo el mundo está mirando con atención.



JMRS


� Copyright ElPeriodicodeMexico.com