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Desafiando la oscuridad con las luces de Navidad


2022-12-28

Ron Roheiser

En los días del apartheid, en Sudáfrica, una de las maneras como la gente expresaba su oposición y su convencimiento de que algún día sería vencido era encender una candela y colocarla en una ventana donde pudiera ser vista por cualquiera que pasara cerca. Una candela encendida, expuesta públicamente, constituía una declaración profética. El gobierno no tardó en reaccionar. Colocar una candela encendida en tu ventana vino a ser un delito criminal, equivalente a llevar contigo un arma de fuego ilegal. La ironía no fue desaprovechada por los niños. Bromeaban diciendo: “¡Nuestro gobierno tiene miedo de las candelas encendidas!”

¡Y así debía de ser! Encender una candela por una razón moral o religiosa (sea por protesta, por Janucá, por Adviento o por Navidad) es efectuar una declaración profética de fe y, en esencia, realizar una oración pública.

Por supuesto, esto puede ser duro de leer en el resplandor de millones de luces en los árboles de Navidad que vemos por todos sitios. ¿Por qué colocamos todas estas luces por Navidad? Una respuesta cínica sugiere que esto se realiza por motivos puramente comerciales. También, para muchos de nosotros, estas luces son simplemente una cuestión de estética, colorido y celebración, mayormente vacío de cualquier significación religiosa. Sin embargo, aun aquí, todavía continúa habiendo algo más profundo. ¿Por qué colocamos luces en Navidad? ¿Por qué iluminamos nuestros hogares y nuestras calles con luces de muchos colores en esta época del año?

Sin duda, lo hacemos por dar colorido, por celebración y por razones comerciales; pero lo hacemos también porque, más profundamente, eso expresa una fe, a pesar de lo primariamente que aún podría sentirse, de que en Cristo ha sido ganada una victoria final, y la luz ha vencido para siempre a las tinieblas. “La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no pueden vencerla”.

Nuestras luces de Navidad son, al fin, una expresión de fe y, en esencia, una oración pública. Sin embargo, todavía podríamos preguntar: ¿Con qué finalidad? ¿Qué diferencia puede suponer esto? Colocar luces como símbolo de fe puede parecer una cosa muy insignificante e ingenua de hacer frente a la aparente oscuridad dominante de nuestro mundo. Miramos nuestro mundo y vemos a millones sufriendo a causa de la guerra, a millones de refugiados en las fronteras del ancho mundo y a cientos de millones que sufren por escasez de alimentos. Igualmente, cuando conocemos que miles de personas mueren cada día por violencia doméstica, violencia de droga y violencia de pandilla, y cuando vemos tensión por doquiera dentro de nuestros gobiernos, nuestras iglesias, nuestras vecindades y nuestras familias, podríamos preguntarnos: ¿Qué diferencia marca nuestra hilera de luces o incluso todas las luces de Navidad que hay en el mundo?

Bueno, en palabras del difunto jesuita Michael Buchley, la oración es lo más necesario, precisamente cuando es estimada lo más inútil. Estas son palabras para enmarcar. Dada la magnitud de los problemas de nuestro mundo, dada la magnitud de la oscuridad que nos amenaza, ahora más que nunca, es una exigencia el que expresemos nuestra fe públicamente, como una oración. Ahora, más que nunca,  necesitamos mostrar públicamente que aún creemos que la fe es efectiva, que aún creemos en el poder de la oración y que aún creemos que, en Cristo, el poder de las tinieblas ha sido superado para siempre.

Esto está expresado admirablemente en un poema que John Shea inscribió en su tarjeta de Navidad este año:

Nuestros árboles de Navidad quieren hablarnos.

La extrema oscuridad de Diciembre puede cobrar su peaje y consolidar lo que nos aflige.

Nuestros árboles de Navidad solicitan disentir. Sus ramas están repletas, tupidas, enhebradas con luces.

El resplandor es desafiante.

Queremos un mundo perfecto.

Pero eso no es siempre lo que conseguimos.

Puede ser que experimentemos un tiempo catastrófico; una pandemia; salud amenazada; trabajo desmedidamente estresado; finanzas que se sumergen; relaciones conflictivas, y sociedad y mundo ligera o salvajemente locos.

Nuestros árboles de Navidad relucen. Sus luces cuchichean:

“Dad su merecido a todas las cosas que os afligen, pero no les deis vuestra alma.

Vosotros sois más que la oscuridad que os envuelve”.

Mientras luchaba por vencer el apartheid de Sudáfrica, el arzobispo Desmond Tutu sufría a veces el enfrentamiento del personal militar, que entraba a su iglesia mientras él estaba  predicando y mostraba llamativamente sus armas con el fin de intimidarlo. Él les sonreía y decía: “¡Me alegro de que hayan venido a unirse al lado ganador”! Al decir esto, no estaba aludiendo a la lucha del apartheid; aludía a la definitiva victoria que Cristo ha ganado para nosotros. La más importante de todas las batallas ya ha sido ganada, y nuestra fe nos coloca en el lado ganador. Nuestras luces de Navidad expresan esto, aunque puede ser que no nos demos cuenta de ello expresamente.

Karl Rahner escribió una vez que, por Navidad, Dios nos da el sagrado permiso de ser felices. La Navidad también nos asegura que tengamos motivos más que suficientes para ser felices a pesar de lo que aún podría suceder en nuestras vidas y en nuestro mundo. Podemos estar en actitud desafiante frente a todo lo que demanda que estemos abatidos. Nuestras luces de Navidad expresan ese desafío.      
 



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