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Cuál es el futuro de Argentina si pagar la renta es cada vez más difícil


2023-01-24

Estefanía Pozzo | The Washington Post

En los últimos 12 meses, de la mano de la inflación más alta desde 1991, los precios de los alquileres en Argentina aumentaron 88.4%. Aunque buena parte de los salarios de los trabajadores subieron más o menos a ese ritmo, esta generalización esconde dos problemas: no todos los trabajadores, especialmente los informales, tuvieron ese aumento de sus ingresos y, en segundo lugar, el piso desde el cual suben los alquileres es cada vez más alto, porque significan una proporción muy alta de los salarios.

El problema del acceso a la vivienda no es solo de Argentina. Incluso en países desarrollados, como Inglaterra, ya se llama “generación homeless” a los jóvenes que tienen inconvenientes para conseguir un lugar en donde vivir debido al aumento del costo de vida.

Pero, a pesar de las coincidencias, la inestabilidad estructural de la economía argentina agrava mucho más la situación. Sin una política pública activa que dé respuesta a una necesidad tan básica como tener un lugar donde vivir y la inexistencia de créditos hipotecarios que permitan al menos acceder bajo las reglas del mercado, la situación parece hacerle honor al viejo lema punk no future. Esa frase, que condensaba la desazón de los jóvenes ingleses durante la década de 1970, describe a la perfección lo que significa ser joven hoy en la Argentina. Tener dónde vivir es un derecho humano básico, no debería ser una misión imposible.

Si alquilar ya es complicado, comprar una casa es ciencia ficción. La metáfora que mejor describe la situación de una persona que vive en Argentina respecto de la posibilidad de tener su propia vivienda es la del burro y la zanahoria. Es un espejismo al que nunca se llega, para decirlo sin vueltas. El palo que va golpeando al animal, en este caso, son las recurrentes crisis económicas que atraviesa el país.

Una persona que tiene, supongamos, un trabajo de calidad con todos los derechos que reconoce la ley (es decir, una situación que llamaríamos privilegiada por sus condiciones) cobra un salario en pesos. La primera barrera en el camino de la casa propia es cambiaria, porque el mercado inmobiliario argentino está dolarizado. Cada vez que hay una crisis en Argentina suele devaluarse la moneda local, así que la zanahoria se aleja cada vez más.

Veamos un ejemplo. Según los datos del mercado, hoy el costo promedio del metro cuadrado en la Ciudad de Buenos Aires es de 2,199 dólares. Es decir, un monoambiente de 35 metros cuadrados podría encontrarse por aproximadamente 77,000 dólares. Como hay restricciones para comprar dólares incluso si esos dólares van a usarse para comprar una vivienda (lo cual es casi ridículo teniendo en cuenta que es prácticamente imposible comprar un inmueble en pesos), es necesario conseguir los dólares en el circuito informal (que es ilegal), donde por lo general el tipo de cambio es más caro.

Si hacemos los cálculos con los valores de esta semana (así de inestable es el valor del dólar informal en Argentina), se necesitarían alrededor de 29 millones de pesos argentinos para comprar una propiedad minúscula, lo que equivale aproximadamente a 13 años de un salario promedio de un trabajador formal. Claro, este es un ejercicio matemático que no tiene sentido en la realidad porque asume que ningún precio cambia a lo largo del tiempo, algo que sabemos que es imposible que suceda en ningún país y mucho menos en la Argentina. Pero es para dimensionar la magnitud del problema.

Un lector o lectora con algo de conocimiento del mercado inmobiliario podría responder, también, que en ningún lugar del mundo una persona necesita tener todo el dinero para comprar una propiedad, porque lo más común es que las personas se financien, es decir, que pidan un préstamo hipotecario. Esa posibilidad no existe en Argentina. No hay créditos hipotecarios porque los niveles de inflación e inestabilidad son tan grandes que las tasas de interés son imposibles de pagar.

Así que, si nos ponemos en los zapatos de una persona que vive en la Argentina, el no future del punk es literal: con los alquileres cada vez más caros, los salarios cada vez más bajos, el mercado inmobiliario dolarizado y la inexistencia de créditos hipotecarios, el panorama no luce alentador. Esa inexistencia de perspectivas, que en la década de 1970 se tradujo en un movimiento contracultural que sacudió las bases conservadoras de la sociedad tradicional, hoy permite el avance de los movimientos de extrema derecha, porque son los que se asientan en ese sentimiento de que los políticos en realidad son quienes crean los problemas y no quienes brinda soluciones. Con el reciente asalto de la sede de los tres poderes en Brasil, el sistema político argentino debería tomar nota de que jugar con fuego es demasiado riesgoso.

Frente a esta situación, las organizaciones de derechos humanos trabajaron en conjunto una propuesta que plantea el acceso a la vivienda como lo que es, un derecho humano básico de todas las personas a tener un espacio digno en donde vivir. Suena obvio, pero en la Argentina no lo es.

Así que es hora de que la polarización política deje de ser la única apuesta de los políticos argentinos. La economía argentina requiere soluciones de mediano y largo plazo. Para eso se necesitan acuerdos y es necesario construir los puentes que permitan conseguirlos. Tener un lugar donde vivir no puede ser un lujo. El riesgo de no dar una respuesta diferente al no future está ahí, en las expresiones más extremas, y eso es una amenaza para la sociedad, pero más aún para el sistema político.
 



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